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viernes, 7 de septiembre de 2012

GEORGIA 2012. DÍA 9. TBILISI-BAKURIANI

DÍA 9. TBLISI-BAKURIANI. 210 KMS

Tuve que improvisar una ruta para salir de Tbilisi en dirección oeste buscando los caminos más atractivos que me llevaran hasta Manglisi para, una vez allí, reanudar el viaje tal como lo había planeado originalmente.

Inicialmente hubo que cruzar buena parte de la ciudad 




y luego internarse por los suburbios hasta salir a campo abierto.



 

Enseguida volví a reencontrarme con los caminos a punto de desaparecer tragados por la hierba y la sensación de no estar nunca seguro de si conducirían a algún sitio o morirían sin salida.



Tras unos 70 kilómetros de incertidumbre al final llegué a un singular paraje de colinas cubiertas con espadas gigantes y estatuas de guerreros mutilados dispersas por varios montículos.






 

Algunos de los visitantes que por allí campaban me explicaron que en ese lugar, llamado Didgori, los ejércitos georgianos derrotaron a los persas en el siglo XII y que dicha victoria condujo a la reconquista de Tbilisi. De cerca las espadas todavía resultaban más impresionantes y, en general, el lugar inspiraba un sentimiento ciertamente estremecedor.



Tras dar un paseo por el campo de batalla proseguí mi ruta por otras lomas siempre verdes




y con vistas menos inquietantes.



Sabía que en el Cáucaso Menor tendría ocasión de rodar por montañas suaves y sin apenas arbolado. Y así fue;  un agradable contraste con los bosques y los glaciares de las jornadas precedentes. 




Me detuve en Manglisi para aprovisionarme de cerveza y khachapuri. En la licorería un grupo de gente estaba comprando litronas, eran a Irakli y sus amigos, quienes me animaron a acompañarles hasta el río Algeti para compartir un trago.




En los alrededores la gente se lo pasaba pipa dejándose arrastrar por la corriente





mientras nosotros le dábamos un buen tiento a la cerveza. Irakli me ilustró acerca de la reserva natural del Algeti 




y más tarde me hizo de guía de la catedral de Manglisi.





Él y sus amigos insistieron en que me quedara en el pueblo ya que por la noche montarían una barbacoa a la que yo estaba invitado. Me habría encantado asistir, pero me pareció que era demasiado pronto para descansar aquel día y les hice entender que prefería continuar viaje hacia Bakuriani. Tenía interés en pasar a la región de Samtskhe-Javakheti y llegar a una zona de lagos que me esperaba más adelante, pero todavía no había cubierto ni la mitad del trayecto planeado.

En el mapa
la línea de color magenta corresponde al día en curso, y  la línea azul a la infructuosa ruta del día anterior, cuando fui incapaz de cruzar las montañas Trialeti.


Desde Manglisi hasta Imera la ruta fue asfáltica, a partir de ahí volví a las pistas de tierra donde la gente se desplazaba con anticuados turismos 


 

o camiones como el de la foto. Atención a las cadenas que llevaba colgando del paragolpes.



Durante decenas de kilómetros rodé por un altiplano cubierto de zonas de pastura y salpicado por lagos como el de Baretie inmumerables aldeas como Tsintskaro, Santa, Bashkoi, Karakomi...


 

Cometí un error con el gps y sin querer me metí en Tedjisi, una modesta aldea,


 

y me fui dirección norte a través de una llanura surcada por pequeños riachuelos. El caballo de la foto inferior me jugó una mala pasada, pues estaba atado con una cuerda, y se cruzó en mi camino justo cuando yo acabé de cruzar el río. Me fue de un pelo liarme con la cuerda y caer al suelo.



Seguí un trecho a través de la pradera hasta que otro riachuelo de riberas escarpadas hizo que me replanteara la ruta: me había equivocado y en realidad estaba siguiendo el teórico final de etapa del frustrante día anterior. Sin tiempo para explorarlo, volví atrás y bordeé el pantano de Tsalka para seguir atravesando planicies verdes


 



y aldeas donde todavía pervive algún monumento de la época soviética. 



La planicie ascendía progresivamente hacia los 2000 metros de altura, bajaba la temperatura, arreciaba el viento y el cielo se iba cubriendo de nubes.


 

Llegué a una zona habitada por pastores nómadas donde no era extraño ver nutridos rebaños de ovejas o cabras pastando por empinadas laderas, en este caso por las de un volcán extinto.






Otros animales menos amistosos merodeaban cerca de los campamentos de los ganaderos: los ovcharkas, enormes perros pastores con temperamento similar al de los dobermans, utilizados como vigilantes en las prisiones rusas, para matar lobos o cazar osos.



Si el camino pasaba cerca de las tiendas el ataque estaba garantizado, pues son animales muy territoriales y salían disparados a por mí. Me dio la impresión de que a veces trabajaban en equipo intentando maniobras envolventes para cercarme. Afortunadamente pude zafarme de todas sus embestidas, pero reconozco que su aspecto era atemorizador y me hicieron pasar un mal rato.

La pista cada vez subía más, y el lago Tabatskuri se fue quedando atrás.



 
Poco después de pasar una destartalada ermita en medio de la nada




la pista de tierra se transformó en incómoda vía empedrada.




El camino fue elevándose sobre los pastos y los ríos





hasta culminar en el puerto de Tskhratskaro (2400 m) en cuya cima, al amor de la lumbre en una barraca, me esperaba la policía. Me soprendió que en una zona alejada de cualquier frontera fueran tan rigurosos con el control de viajeros, pero se tomaron su tiempo en ficharme e interrogarme y tardé unos cuantos minutos en salir de allí. 



 

Para acabar el día sólo me quedaba descender hasta Bakuriani, resort de montaña que fue favorito de la aristocracia rusa, los esquiadores soviéticos y, actualmente, destino de fin de semana de los georgianos.




En Bakuriani coincidí con tres endureros de Tbilisi que estaban allí de vacaciones. Enseguida me preguntaron si llevaba cámaras de recambio para comprarme una de 21". Fuimos al taller de neumáticos local y comprendí cual era su problema: el neumático había girado sobre la llanta y habían degollado la válvula de una KTM 690, el problema era que allí no tenían repuesto. Otra vez me ofrecieron dinero por mi cámara, pero lógicamente no acepté. Me costó un rato convencerlos de que, viajando solo, yo la necesitaba mucho más que ellos. Supongo que no querían desperdiciar ni un solo día de sus vacaciones esperando que les llegara un envío desde la capital.

Y así acabé el penúltimo día de viaje. Si todo salía bien al día siguiente llegaría a mi base en Poti. Sólo de pensar en el calor asfixiante que me esperaba a la orilla del Mar Negro ya me ponía igualmente negro.


Descargar track día 9 Tblisi-Bakuriani


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