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viernes, 6 de febrero de 2015

25 DÍAS EN LOS BALCANES. DÍA 18. BROD-VALBONA. 225 kms

DÍA 18. BROD-VALBONA. 225 kms


Dediqué las primeras horas de la mañana a pasear por las montañas cercanas a Brod, siempre cuesta arriba, sin ánimo de llegar a ningún sitio en concreto, sólo seguir el sendero hasta donde me apeteciera.


Cuando obtuve estas vistas del cañón pensé que había tenido más que suficiente, ¿no?


Bajaba yo tan contento cuando me di de bruces con estos agentes de la patrulla de fronteras.

-¡Documentos!
-No llevo.
-¿No lleva documentación?
-Pues no, tengo el pasaporte en el hotel de ahí abajo, donde muere la carretera. Pensaba que era el único humano aquí.
-Ah, debe ser usted el de la moto amarilla, claro.

La cosa no pasó a mayores y una vez aclarada mi situación, el dicharachero policía de la izquierda me hizo una exhibición de cómo manipular adecuadamente el AK-47. Vigilaban el contrabando en la frontera con Macedonia y saldaban el año con un par de intervenciones a todo tirar. Un poco más abajo encontré su coche aparcado justo al inicio de la senda. Estos hacían algo de trekking, pero con moderación.




Desde el mismo hotel nacía una pista empinadísima hacia la frontera y con muchas posibilidades de enlazar con otros caminos de alta montaña. Aquella zona era todavía mejor para rodar que no el Skarpa, pero reconozco que me faltó decisión para volver a coger la moto y explorar el terreno. Nadie es perfecto.

El plan A consistía en volver a Albania y llegar aquel mismo día a Valbona, pero antes debía salir de Kosovo atravesando cómodamente campos y bosquecillos idílicos. Qué relax circular por la campiña recién segada y no por las pistas deshechas y enfangadas del Skarpa.





 

Tenía pensado atajar hacia Albania por un paso fronterizo abierto recientemente en un puerto de montaña, entre Shishtavec y Krushevo. El acceso era por pista forestal, cosa que ya sugería que aquella no era una aduana convencional. En efecto, el edificio era compartido por dos agentes albaneses y uno kosovar que trabajaban conjuntamente; este último me explicó que el paso sólo era posible para ciudadanos residentes en los pueblos cercanos a la frontera. Los pueblos de la comarca estaban tan aislados que los gobiernos habían acordado facilitar el paso de la gente para que pudieran compartir servicios básicos.

Entendí que no iba a poder cruzar por allí. Ante mi decepción, el guardia albanés más bajito empezó a hacer broma con el asunto.

-Dices que quieres ir a Albania ¿Ves ese trozo de tierra detrás de la barrera, ahí, a dos metros de ti? Pues es Albania, sí, pero por aquí no pasarás, majete.

Aprovechando mi descuido, el otro agente albanés mientras tanto ya me había revisado el nivel de aceite de la moto, comprobado la solidez de las alforjas y repasado también la presión de los neumáticos. El bajito me explicó que su compañero era motard, y que me ofrecía un canje: mi Suzuki por una Yamaha que tenía guardada en el almacén. Como no me aclaraban de qué modelo exacto se trataba nos fuimos todos para el garaje a ver la moto. Antes de abrir la puerta el bajito casi se muere de la risa: era un horrible ciclomotor Yamaha de los años 90 con transmisión por cardan. No me iban a dejar pasar a Albania pero nos reímos un rato con sus ocurrencias. Antes de marcharme por donde había venido me indicaron que por proximidad me convendría usar la aduana de Morine, pero cada agente me recomendaba un atajo diferente y mejor que el sugerido por sus compañeros, vaya comedia me montaron entre los tres. Prohibido hacer fotos, lo siento.

Como no me solucionaron nada, me detuve en el primer pueblo que se cruzó en mi camino, Krushevo.





Pensé que podría comer algo en el burguer local mientras consultaba la ruta en el ordenador tranquilamente,
 



Pero estaban en pleno ramadán y sólo pude tomarme una Schweppes, vaya chasco me llevé.  El camarero tenía intención de servirme, pero el jefe dijo que nada, que a los infieles tampoco se les daba de comer. :evil:
   Entre los incidentes diplomáticos y la falta de condumio estaba disfrutando de una mañana gloriosa. Suerte que a la gente de la zona no les faltaba el buen humor.

 

Finalmente conseguí reconducir la ruta hasta la aduna de Morine y entré en Albania, donde las cosas seguían más o menos igual que la última vez que había estado allí. Carreteras de todo pelaje, gasolineras y lavaderos cada 500 metros, miles de curvas, orografía abrupta y tortugas por doquier jugándose la vida.


Al atardecer alcancé el valle de Valbona, un enclave de tipo alpino situado en la parte más septentrional del país.



Allí conocí a Sami, monitor de esquí extremo y propietario de una vetusta Cagiva 350.



Se enamoró de la DRZ y no paraba de insistir en que él la transformaría en una buena supermotard. Me ofreció una birra a cambio de que le dejara darse una vuelta con la Suzuki y, bueno, al final fueron algunas más, así que todos contentos. Ya exploraría el valle a la mañana siguiente.


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