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miércoles, 25 de noviembre de 2015

ATLAS 2015. DÍA 5. BOUMALNE DADES - TIZI N'AÏT IMI -LA CATEDRAL DE ROCA. 190 km

DÍA 5. BOUMALNE DADES - TIZI N'AÏT IMI -LA CATEDRAL DE ROCA. 190 km

El inicio del día fue monótono, repitiendo ruta hacia el valle de Ameskar primero y la eterna subida al Tizi el Fougani después.



El vigilante de las placas solares y la antena de telecomunicaciones que hay en la cima del puerto debió preocuparse por nosotros al final del día. ¡Circulamos por el puerto tres veces en menos de 24 horas y aquella tarde no hicimos la pasada de vuelta!

La rutina de la que hablo incluía también los habituales trapajazos en los descensos. Claro, andábamos turulatos de tanta curva y recurva.


La bajada al valle del M'Goun esta vez ya la abordamos por caminos nuevos, todo un relax para la mente.


Una vez abajo del todo, relizamos una breve incursión por un valle adyacente


que por poco no acabó en fractura de alguna falange o metatarsiano merced al patadón que Óscar le atizó a una roca que le molestaba.


La puntera de la bota pasó de convexa a cóncava y desde entonces nuestro amigo anduvo cojo no menos de una semana.


Lisiado en mal momento; el show no había hecho más que empezar.

En la aldea de Talat Righane nos confirmaron que íbamos por buen camino para superar la cordillera y cruzar por senda de mula al valle contiguo de Aït Bouguemez. A la segunda tentativa, tal vez, podríamos lograrlo.



La aproximación al puerto de Tizi n'Aït Imi transcurrió básicamente sobre el lecho del M'Goun. Con diferencia, aquel tramo fue uno de los momentos más gozosos del viaje.



En el río, mientras duró, nos lo pasamos de miedo. Ya sobre terreno totalmente seco, seguimos el zigzagueante sendero de mula que nos llevó hasta el piedemonte previo al puerto.



Fue salir del valle y, directamente, comenzar las hostilidades.




Estábamos en la cota 2300 y ya no pararíamos hasta la 2900. 




Desde la salida del cañón, sería todo cuesta arriba,




siempre con las crestas del Ouaougoulzat envueltas en nubes como horizonte. Ya veríamos hasta dónde llegábamos esta vez. 





La senda en este tramo medio fue bastante aceptable, con una pendiente constante pero moderada y sólo algún paso dudoso.




La ceja de nubes sobre la cordillera, lejos de despejarse, parecía que se desplomaba cada vez con más fuerza sobre nosotros.





 

Así las cosas, había quien se mostraba pletórico a media subida aun sin saber si llegaríamos a alguna parte.



A modo de contraste, a nuestra espalda, el imponente macizo nevado del M'Goun resplandecía entre nubes más altas. 





Nuestro camino acabó por empeorar definitivamente. La senda se iba a convertir en estrecha cornisa en unos pocos metros y pactamos una pausa para decidir por dónde seguíamos.




Amarok, el más motivado, se marchó a pie senda arriba para cerciorarse de la viabilidad de la ruta. Los demás, esperamos, descansamos y nos hicimos algún retrato de circunstancias. Yo, además de sucio, iba algo disgustado; tanto abismo a mi izquierda siempre me pone malo.




Y este hombre, cojo y con una moto que para arrancarla en caliente es un tormento, aguantando estoicamente.



Al cabo de una media hora apareció Amarok entre la niebla por la ladera contigua. Había subido por la senda y ahora descendía desde la pista en construcción que próximamente, con toda probabilidad, arrasará buena parte de la ruta que tanto nos estaba costando completar.




-¿Cómo has visto la cosa por las alturas?
-Pues solo regular. La senda no es que tenga una pendiente imposible, pero a veces se estrecha bastante, y con las motos cargadas, no sé yo.
-Y si atajamos campo a través hacia la pista?
-Totalmente inviable. Las excavadoras han dejado un cortado final que no podríamos superar.
-Entonces, ¿qué hacemos?
-La senda es dura, hay muchas zetas que subir, tendremos que ir ayudándonos y vamos a consumir bastante tiempo.... pero sería una pena no intentarlo una vez que hemos llegado hasta aquí.


Tenía pinta de que nos íbamos para arriba. Caballeros, a sus monturas.




Creo que fueron once zetas las que tuvimos que superar. Esta era la primera.


Y seguirían unas cuantas más,


siempre por sendero estrecho, descarnado, y con notable despeñadero a nuestro lado.



Las vistas, de infarto o de éxtasis, según se mire.



Y los desniveles, mareantes.


Escalones, rocas sueltas, polvillo, cansancio.... Inevitable tropezar de vez en cuando.


La roca agarraba poco y fuimos dejando una raya negra sobre el sendero que perdurará un tiempo, me temo.







Poco a poco fuimos acercándonos al nivel de las nubes, al tiempo que el ambiente se tornaba más sombrío.



¿Culminaríamos antes de que se nos tragara la niebla?



Quizás los últimos repechos por aquel canchal fueran los más agónicos. Si bien nos habíamos familiarizado con las singularidades del terreno, siempre surgía algún nuevo escollo en forma de cornisa estrecha



o endiablada y deslizante piedra que requería una manita extra, porque habíamos llegado a ese punto fatídico en que las gomas ya no agarran y las motos parece que se niegan a subir.




Pero todo tiene su final, y el puerto de Tizi n'Aït Imi (2900m) también, justo bajo un imponente peñasco.


Por poco no pasamos por la brecha.



Un último esfuerzo y tuvimos las cuatro motos arriba.



Nos concedimos un breve respiro para disfrutar del momento, abrigarnos, y poco más. Habíamos consumido demasiadas horas en los 80 kms iniciales, y todavía nos quedaban 100 más para alcanzar el final de etapa.

La senda daba acceso a una flamante pista de nueva construcción que nos permitió descender velozmente hasta el valle de Aït Bouguemez. Desde Tabant prácticamente no paramos hasta llegar al albergue de la Catedral de Roca ya totalmente de noche, donde nos atizamos un abundante y suculento tagine (el mejor del viaje) para celebrar el éxito de la jornada. 



Y de la mesa, a los catres de nuestra humilde habitación. Qué sabrosa es la cena y qué bien se duerme después de un atracón maýusculo de moto.

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