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jueves, 19 de noviembre de 2015

PRIMAVERA EN LOS PIRINEOS ATLÁNTICOS. DÍA 3

ZUALIZONDO- PUENTE LA JACA. 200 km

Tenía yo previsto un retorno veloz y bien planificado para disfrutar de una última jornada sin sobresaltos, pero la calma duró bien poco. A unos 15 kms de la salida un desplome del terreno había cegado la senda que en teoría nos conduciría plácidamente al valle de Aldudes. Mala suerte. Años pasando por allí y para una vez que voy acompañado la montaña se había venido abajo. Tuvimos que retroceder e improvisar un largo rodeo que nos iba a penalizar todo el día. Qué rabia.
 


Tiramos de catálogo de tracks y salvamos la papeleta, pero acumulando un retraso notable. Finalmente, llegamos al tranquilo valle de Aldudes.




Las prisas condicionaron la ruta, y nos vimos obligados a saltarnos una divertida sección campo a a través recorriendo suaves colinas. A cambio, en un recodo del camino nos encontramos con esta antigualla:




Dual, aficionado a la comedia, intentó ponerla en marcha, pero dijo que la con una carburación tan grasa era imposible que arrancara en aquellas alturas. No obstante se marcó un waypoint en el gps por si algún día le apetece ir a buscarla y restaurarla.

Y así transcurrió la sección por aquel valle francés, de donde salimos transitando por desdibujadas veredas. Nuevas aventuras nos esperaban en el lado español de la cordillera.


Y de las verdes colinas....



...a las blancas cimas.





Esto se veía venir: 




Por suerte encontramos una vía lateral para superar el escollo helado y continuamos marcha hasta que la cantidad de nieve fue ya insuperable. Los peregrinos no iban menos apurados:

-¿Queda mucha nieve por delante?
-Casi nada, hemos abierto un carril con las motos. Ánimo.



Dos días después volvíamos al collado Lepoeder, pero esta vez nuestra marcha era descendente. No hubo más que tirarse cuesta abajo unos metros por una ladera sorteando la vegetación

y así enlazamos con la pista que nos llevaría hasta Orbaitzeta entre manchas de nieve cada vez más deshecha.





El siguiente tramo fue extra-rápido, unos 20m kms de pistas fáciles y polvorientas donde intentamos rodar a buen ritmo para recuperar el tiempo que habíamos perdido dando aquel rodeo por las montañas de Elizondo. Si no había más imprevistos, podríamos llegar de día al coche. Por cierto, las alforjas de Dual se encontraban en estado muy precario y difícilmente llegarían enteras al final de esta tercera jornada.

De Raurrieta nos fuimos de cabeza al nacimiento del río Lawrence, donde volvimos a batallar, serrucho en mano, contra la enmarañada vegetación. Incluso tuvimos que cortar varios cables de espino, malamente situados en el camino por culpa de un árbol caído. La situación no nos era desconocida, pero siempre avanzábamos por aquella jungla con la incertidumbre de si no encontraríamos una barrera arbórea definitivamente infranqueable.

Entre tala y tala, fuimos abordando entretenidas zonas acuáticas.





Cada uno con su estilo personal. Inevitable para mí meter la zarpa en el riachuelo.





Dual, con maneras más pulcras, maestro de los vadeos.





Con mucha parsimonia y tras superar unas cuantas barricadas de árboles, nos plantamos en Ibilcieta.

 


Los tramos acuáticos no habían acabado, pero casi estábamos en el ecuador de la etapa. Afortunadamente, la jornada se iba reconduciendo.

De Ibilcieta nos dirijimos hasta Oronz hacia nuestra gasolinera favorita del valle de Salazar, y ya de paso, a meternos entre pecho y espalda un pedazo bocata chistorra en el hostal de Antonio para recuperar fuerzas y llegar en condiciones al final del viaje.

El relax nos duró más bien poco. Unos 15 kilómetros más tarde ya estábamos metidos en un nuevo fregado. Esta vez pinché yo de delante.





Para más inri, mi bolsa portaherramientas estaba medio reventada, suerte que nos dimos cuenta al sacar los desmontadores. No hubo más solución que repartimos unos kilos de herramientas entre Dual y yo, transportándolos malamente entre bolsillos, riñoneras y alforjas que igualmente amenazaban ruina.

Reparamos junto a una carretera desierta y tiramos hasta Vidángoz, donde optamos por saltarnos un largo tramo de pistas ya conocido por estar frecuentemente bloqueado a causa de la caída de árboles. No íbamos sobrados de tiempo y con seguridad tomamos la decisión apropiada. Fue una lástima perdernos la senda que baja hasta Burgui, a donde llegamos por carretera, pero nada más salir de este pueblo ya vimos que los bosques esta primavera estaban más sucios que nunca.






Un par de kilómetros de eslálom entre masas de árboles derribados nos convencieron de que no íbamos a ninguna parte. Tozudos, insistimos hasta que topamos con una barricada infranqueable, cosa que afortunadamente sucedió muy pronto y así no perdimos más tiempo. Vuelta a Burgui y ruta por asfalto dirección sur a lo largo del valle del río Esca. Por lo menos el cañón labrado por el río nos alegró la vista hasta casi Salvatierra, donde nos desviamos camino de Borlés por una carreterilla local con la intención de conectar con el track previsto.

La entrada a Borlés fue por asfalto, la salida, bien rápida, cuesta abajo por una loma que nos condujo hasta el barranco Vivallo.





Y a continuación una pista de transición hasta una de las joyas de la ruta; la rambla de Sacal, siempre en su punto justo de agua y adherencia.





A pesar del rodeo de la mañana, los árboles caídos del mediodía y el pinchazo de la tarde, los recortes asfálticos habían compensado el retraso, y como la rambla era la última zona offroad del día, nos metimos bien a fondo, 1,5 kms antes de lo habitual.





En total, 8 kilómetros seguidos de río y piedras, con algún que otro susto por riesgo de inmersión, pero de absoluto disfrute todo terreno, con cada piloto buscando su línea ideal entre la corriente, las pozas, los arbustos y las montañas de piedras acumuladas en las riberas. Al final casi deseabas que el barranco acabase de una vez; la diversión era total, pero, con tres días de zurra encima de la moto,el tramo exigía un grado de atención y esfuerzo continuados que nos hizo apurar las fuerzas. La verdad es que habríamos seguido avanzando por el agua, pero la rambla desembocaba en el río Aragón, y allí, sencillamente, nos habríamos ahogado.

Fue un húmedo y apoteósico final para una excursión de tres días, con sus incidentes, contratiempos, imprevistos, anécdotas y vivencias, en fin, los elementos que hacen interesante cualquier viaje independientemente de a donde vayas, sin importar si es más lejos o más cerca de casa, o con más o menos dinero en el bolsillo. Las ganas, la compañía, el paisaje, abrir gas... esas son las claves.
lll

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