DÍA 1. PUENTE LA JACA-ESPINETE. 170 kms.
300 kms y 4 horas después estábamos ya en un glamuroso aparcamiento en las primeras estribaciones del Prepirineo oscense.
Dual estrenaba alforjas y se mostraba impaciente por someterlas a una exigente prueba de carga.
Yo adopté una configuración más minimalista: bolsa delantera con dos cámaras de recambio, bolsa trasera con herramientas, y bolsa sobredepósito con la mínima ropa y calzado para pasar dos noches fuera de casa. Agradecer a Dual que me transportara una alpargata que ya no me cabía.
Los inicios del viaje, a lo largo de la canal de Betún, fueron instrascendentes, rodando por cómodas rectas siempre paralelas a los Pirineos. Alguna sendita facilona nos animó el trayecto a la espera de accidentes geográficos más exigentes.
Alguna bajada también hubo, a través de sendas igualmente dejadas de la mano de Dios. Con un horizonte cada vez más accidentado, empezábamos a sentirnos poco a poco en nuestro hábitat convencional: cimas, valles, barrancos y bosques, cuanto más salvajes mejor.
Inmediatamente después de Salvasierra volvimos a internarnos por
desdibujados senderos, cuya dificultad radicaba exclusivamente en no
perder la traza correcta por el bosque.
En realidad estábamos todavía en la España seca, pero muy cerca de un
territorio de transición donde se intuía próximo el clima oceánico y sus
humedades: bosques con abundantes pinos pero también con un lecho
permanente de hojas marchitas de otros árboles del pasado otoño.
Alcanzamos
el primer pueblo navarro, Buitregal, y nos lanzamos cuesta arriba hacia el alto de San Periko, donde hayedos y pinares coexisten y donde volvimos a poner a
prueba nuestra capacidad de orientación hasta culminar en el alto.
El
descenso por la ladera norte fue transcurrió inicialmente a la sombra
de hayas y sobre el resbaladizo manto de la hojarasca acumulada.
Dual se buscó una parcelita a mitad de bajada, y ya de paso, le dio un buen arrastrón a sus flamantes alforjas.
En cualquier caso, no nos importó rebozarnos un tiempo entre hojas marchitas. La primavera aquí todavía andaba lejos de su esplendor pero el contraste de colores entre estaciones empezaba a notarse.
Seguidamente,
en un largo tramo de caminos aparentemente insulso, comenzó una animada
fase vespertina que consumimos esquivando árboles caídos a lo largo de
muchos kilómetros.
Algunas barricadas las burlamos subiéndonos por los ribazos.
Otras veces buscábamos el hueco exacto y ajustado para pasar a la otra parte.
Pero el slalom arbóreo acabó degenerando en un curso monográfico de micro tala para pringados.
Serramos
y sudamos lo que no está escrito. Dual juró allí que se iba a comprar
un cuchillo apache o comanche en la primera ferretería que
encontráramos. Mi serrucho chino no le satisfizo lo suficiente. Ojo con
nuestro amigo, tiene mucho peligro con un arma en la mano.
Así pasamos la tarde, como leñadores por accidente en la soledad del bosque, con la única compañía de unos cuantos caballos.
El
invierno había sido severo en cuanto a nevadas y el rastro de árboles
caídos nos pasó factura.Llevamos a cabo al menos media docena de
acciones silvícolas urgentes, y otras tantas veces tuvimos que
encaramarnos por los taludes o trampear por la espesura del bosque a la
desesperada. En fin, que llegamos a la gasolinera de Zorón, el ecuador
del viaje, sedientos, hartos de serrar y con la ropa hecha jirones.
Salieron unos 90 kms hasta la gasolinera de Zorón, donde comprobamos que
la GG200 gasta exactamente el doble que mi Husa 450, y eso sin entrar a
valorar las generosas raciones de aceite de mezcla que Dual le echa a
su moto. Yo creo que deberíamos llamarle Mr Ipone o Señor Fritanga. Y
por las alforjas podríamos decir que su moto es un una GG200 Explorer,
pero igualmente, por las emanaciones tóxicas que salen del escape
podríamos bautizarla también como GG200 modelo Chernobyl.
Veníamos
pensando en merendarnos uno de los proverbiales bocadillos de chistorra
del hostal anexo a la gasolinera, pero siendo domingo por la tarde nos
lo encontramos cerrado. Mientras repostábamos apareció por allí Antonio,
el dueño del hostal, con quien departimos unos minutos acerca del
estado de las pistas.
-Está el bosque que da pena. Ha nevado muchísimo este invierno y hay cientos de árboles caídos.
-Sí, nosotros desde Racas hemos tenido que cortar unas cuantas ramas para poder pasar. ¿No hay una brigada para despejar los caminos?
-¿Brigada? No, aquí cada uno limpia lo suyo, así que yo de vosotros si vais al norte tomaría la carretera.
-Sí, nosotros desde Racas hemos tenido que cortar unas cuantas ramas para poder pasar. ¿No hay una brigada para despejar los caminos?
-¿Brigada? No, aquí cada uno limpia lo suyo, así que yo de vosotros si vais al norte tomaría la carretera.
Avisados
quedamos, pero yo sabía que los kilómetros que nos quedaban por delante
eran mucho más civilizados que los precedentes, de modo que no
cambiaríamos el plan previsto. La única modificación relevante fue
cambiar la sede de la merienda: Zacároz por Zorón, donde entre pinchos
y cañitas reactivamos el riego cerebral y comprendimos que ni en
nuestros mejores sueños alcanzaríamos el final de etapa previsto, Zualizondo. De todos modos, llegaríamos lo más al norte posible y una vez
allí ya decidiríamos donde pernoctaríamos aquella noche.
Como
predije, las pistas que nos condujeron primero a Jurrieta y luego a
Orbatimeta estaban expeditas, gracias a que alguien se había tomado la
molestia de despejarlas de troncos, de lo contrario aún estaríamos allí
desbrozando el monte. Algún obstáculo encontramos, pero nada comparable a
los del tramo de primera hora de la tarde. Más novedosos fueron los
charcos y lodazales perennes; empezábamos a tomarle el pulso al ambiente
atlántico.
También permanentes son algunas manchas de hojas secas que ocultan un barrillo siempre traicionero.
Pistas rápidas hasta Orbatimeta, sin perder tiempo, con luz siempre
menguante y la incertidumbre de si superaríamos el collado Peloeder,
donde a buen seguro nos tocaría luchar con la nieve.
El
ascenso entre hayas cubiertos de musgo, estratos de hojas secas y
numerosas regatas fue un trayecto de lo más relajante, que duró
exactamente hasta el preciso momento en que las manchas de nieve
empezaron a ser más extensas y profundas.
Fue entonces cuando comenzó el festival de acelerones y empujones sobre nieve.
Aún
nos quedaba un buen trecho hasta culminar el puerto y la cantidad de
nieve iba in crescendo. Sólo podíamos confiar en que la diferente
orientación de la pista en el último kilómetro propiciara la
desaparición de los ventisqueros, si no nuestro esfuerzo sería en vano.
Hubo suerte.... hasta que llegamos a la cota 1300, donde un ventisquero
inmenso nos cerró el paso definitivamente. Era para echarse a reír o
para ponerse a jugar.
Inevitablemente surgió el debate.
-Veamos, Macarrón, esto no hay quien lo supere si no es con crampones.
-Pues yo creo que si empujamos las motos a media ladera unos 100 metros podremos bordear con éxito el nevero.
-Mira, yo me voy a buscar una vía alternativa un poco más abajo, creo que se puede subir por esa colina.
-Pero si tienes otra barrera gigantesca de nieve esperándote un poco más arriba. No lo conseguirás.
-Pues tu idea es igualmente descabellada. Mira que si se nos escapan las motos montaña abajo, a ver quien las rescata luego, guapo.
-Ya que hemos llegado hasta aquí, por 100 metros de nada, nos arriesgamos. Venga, vamos, primero pasamos tu moto.
-Teniendo en cuenta que nos quedan 30 minutos escasos de luz y que estamos solos en el quinto pino y con un 1% de posibilidades de éxito, ¿por qué no dejamos los experimentos para una mejor ocasión, eh?
-Pues yo creo que si empujamos las motos a media ladera unos 100 metros podremos bordear con éxito el nevero.
-Mira, yo me voy a buscar una vía alternativa un poco más abajo, creo que se puede subir por esa colina.
-Pero si tienes otra barrera gigantesca de nieve esperándote un poco más arriba. No lo conseguirás.
-Pues tu idea es igualmente descabellada. Mira que si se nos escapan las motos montaña abajo, a ver quien las rescata luego, guapo.
-Ya que hemos llegado hasta aquí, por 100 metros de nada, nos arriesgamos. Venga, vamos, primero pasamos tu moto.
-Teniendo en cuenta que nos quedan 30 minutos escasos de luz y que estamos solos en el quinto pino y con un 1% de posibilidades de éxito, ¿por qué no dejamos los experimentos para una mejor ocasión, eh?
Dual,
que abogaba por el uso del sentido común, probó su alternativa, sin
éxito claro. Deespués estudiamos la mía, y tampoco tenía buena pinta
precisamente. Fue durante este ir y venir por la zona que Dual encontró
casualmente un paquete semienterrado en el barro. Sacó el cutter y se
puso a inspeccionarlo.
-Oye, que me he encontrado un paquete misterioso. Está bien forradito con cinta.
-Ábrelo a ver qué es. Seguro que es cocaína.
-Wow, tío, qué raro. Son cinco pastillas marrones. Esto parece, parece ........ no te lo vas a creer. Ahí va, ¡coge una!
-Ábrelo a ver qué es. Seguro que es cocaína.
-Wow, tío, qué raro. Son cinco pastillas marrones. Esto parece, parece ........ no te lo vas a creer. Ahí va, ¡coge una!
-Hey, qué bueno, chocolate suizo, nos vamos a poner moraos.
Anda
que no nos reímos con el hallazgo. Debió perderlo algún peregrino a
principio del invierno, quedó oculto y con el deshielo salió a la
superficie. La anécdota nos subió algo la moral, porque no teníamos más
opción que volver a descender otra vez aquella larga pista, llegar hasta
Orbatumeta, pillar carretera y buscar alojamiento ya totalmente de
noche. Telefoneé a unos cuantos hostales pero la búsqueda fue
infructuosa. Bromeamos con que siempre nos quedaba la alternativa de
dormir en el cajero automático de Aribe, que era donde estábamos sobre
las 10 y media de la noche buscando cama, o ya puestos irnos a Pamplona,
que tampoco estaba tan lejos. Al final hubo suerte y nos colamos en un
alojamiento para peregrinos en Espinete, a unos pocos kms de distancia.
Fin del primer día.
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