DÍA 2. ESPINETE - ZUALIZONDO.(Redactado por Dual)
La mañana del segundo día despertamos en la habitación del bendito
albergue de Espinete.
Una
vez repostamos nuestros cuerpos en el desayuno, era el momento de rellenar las jorobas
a nuestras motos. Macarrón y su motor de 4 tiempos lo tenían más fácil.
Yo debía ir armado con un par de botellas de 1L de aceite para la
mezcla, aceite que no escatimé en absoluto. Así que, después de repostar
la cantidad necesaria de gasolina, le eché una prominente dosis de
aceite de mezcla para tener anestesiado a Macarrón todo el día.
La ruta que nos esperaba consistía en, como mínimo poder llegar a Zualizondo, sueño que se vio truncado el día antes por los continuos percances. Una vez en Elizondo, nuestra intención era rodar por sendas y pistas para poder llegar al mar Cantábrico. Me resultaba tentador llegar al mar y disfrutar de un mar que no fuese el Mediterráneo al que ya estoy acostumbrado.
Tras
salir de Espinete, nos fuimos directos hasta Roncesvalles, donde
emprendimos la subida hasta el puerto de Ibañeta. En este punto debíamos
haber llegado el día antes por pista, pero el nevero situado a escasos 2 kilómetros se interpuso en nuestro camino, haciéndonos recorrer un
rodeo de varios kilómetros.
Una
vez en Ibañeta, nos dirigimos a territorio francés por una pista
asfaltada. La parte española y la parte francesa eran como el día y la
noche. Mientras que la parte francesa se hallaba con un asfalto
perfecto, unos bosques muy limpios y con una calzada libre de
obstáculos, la parte española ya era otra cosa. Os juro que la parte
española parecía más bien una escena sacada de una película de la Europa
del Este, de un país azotado por la posguerra y la caída de la URSS. El
paisaje se componía de nieve en el asfalto, árboles caídos, ramas y
troncos por doquier. En fin, escenas dignas de una película soviética.
Ya en territorio francés, las cosas cambiaron y abandonamos la pista
asfaltada, circulando por un camino de pastores entre verdes colinas. En este punto, nos paramos para comentar un poco la ruta que nos venía encima.
- Oye Macarrón, ¿ahora por dónde tiramos?
- Mira, ¿ves ese camino que sube recto por la ladera de la montaña? Hay que subir por ahí.
- ¿Enserio? Lo llego a saber y le pongo el propulsor del Apolo XII para subir hasta ahí…
- Venga hombre, no seas miedica y llorica. Arranca y empieza a subir, que luego se nos volverá a echar la noche encima…
Tras
subir las cuestas, esquivando equinos, rocas y demás obstáculos de la
naturaleza, culminamos en la cumbre de aquella montaña.
Macarrón se
sentía eufórico, como un niño pequeño con un trozo de pan y chocolate.
A continuación del breve descanso, bajamos la montaña para volver a subir otra, y así
sucesivamente,
hasta que, cansados, descendimos por un sendero
experimental hasta un pequeño pueblo, presidido por un negocio de venda
de jamón serrano francés (cosas de la vida), paté y demás consumibles
cárnicos. Durante la bajada, algunos entrañables burros salieron al paso
para saludarme.
A continuación del pueblecito jamoncil, emprendimos un trecho de asfalto en
busca del siguiente camino/sendero. Por supuesto, en el inicio ya nos
esperaba un árbol caído. Si es que somos la monda. Hasta los árboles
caen rendidos a nuestros pies. Lástima que luego no puedan levantarse
solos.
Abordamos aquel sinuoso sendero, entre piedras, árboles, praderas y animales, camino hacia ninguna parte. El primer tramo era algo conocido, Macarrón lo tenía ya probado.
Abordamos aquel sinuoso sendero, entre piedras, árboles, praderas y animales, camino hacia ninguna parte. El primer tramo era algo conocido, Macarrón lo tenía ya probado.
Pero la segunda parte que
debíamos emprender era un experimento, no sabíamos que nos depararía el azar más
adelante. Aquí decidí explorar antes de lanzarme a una aventura que podría culminar con mi moto haciendo la croqueta ladera abajo:
La sección sobre suaves colinas dio paso a un entretenido paseo por dentro del bosque sobre sendero bien marcado
atravesando zonas de umbría con piedras generosamente cubiertas por el musgo.
Solo nos
quedaba emprender la parte experimental de la ruta. A priori era una
ruta elaborada por endureros de la zona, por lo que teníamos buenas
expectativas sobre la posibilidad de llevar a cabo el último tramo. Por supuesto, no hace falta que os diga que ahora llega la parte más divertida y loca del día… No había ni rastro de roderas,
senderos o cualquier marca sobre el terreno que nos hiciera sospechar
que algún ser inteligente había pasado por allí. Así que, no atentos a
la primera señal del destino, buscamos una trazada que siguiera el
track, entre barro, hojas, surcos, árboles y piedras.
Macarrón no dudó en tirarse a buscar algún euro perdido en la hojarasca. El pobre llegó a afirmar que era de 2 euros, pero al final lo único que se llevó fue un bonito traje de camuflaje hecho con barro y hojas.
Aquellas bajadas no terminaban nunca. Ahora sí que teníamos claro que desandar el camino era misión imposible y que había que continuar cuesta abajo, rezando para que aquello terminara en algún sitio civilizado. Llegamos hasta una secuencia de caminitos que se juntaban y se bifurcaban.
Uno de ellos por el que transcurría el track terminaba
de forma brusca en un pequeño acantilado. ¿Quién demonios construye
caminos que no llevan a ninguna parte?
Nos aventuramos por aquella bajada kamikaze hasta el arroyo,
para seguirlo unos metros, cruzarlo y luego proseguir por una senda que
descubrimos al otro lado. El primero de encomendarse a Dios y bajar fui
yo. Y una vez tuve la moto al otro lado del arroyo, Macarrón se
santiguó, murmuró algo en voz baja y se dejó llevar por el reverso
tenebroso del enduro, el arroyo maldito y la falta de proteínas y agua.
Cada
vez estábamos más confundidos. ¿Por dónde va la trazada? ¿Por aquí o
por allí? ¿Seguro que vamos bien? ¿Podremos salir de aquí?
Cada vez más
dudas, y cada vez más cansados.
La pájara estaba a punto de llegar. Por suerte, el arroyo nos proporcionó agua fresca en la que ahogar nuestras dudas.
Menudo paraje. Daban ganas de aparcar las motos un buen rato y quedarse allí a descansar.
Ya eran más de las 3 de la tarde y todavía quedaba un trecho largo. Zualizondo y el hostal a donde pretendíamos llegar se resistían a nosotros. Nuestro objetivo nos iba a costar más que a Ulises llegar a su querida Ítaca.
Tras
unos metros por sendero… No podía ser. Eso ya debía ser una broma de
mal gusto. O teníamos mala suerte, o bien alguna cámara oculta nos
filmaba para algún tipo de programa del tipo “el último superviviente”
al estilo Vasco-navarro. Otro
árbol caído, de considerables dimensiones, se interponía en nuestra
trazada. No había forma racional de sortearlo sin meterse en un gran
fregado de serrucho y serrín. Probamos a recorrer una de aquellas pistas
trampa de dudosa utilidad.
Pero
otra vez fue en vano, terminaba a 200 metros sin posibilidad de
continuación. Desandamos el camino, entre hojas mojadas que comprometían
la estabilidad de moto y piloto, y al llegar otra vez al árbol caído, paramos
a reflexionar.
- ¿Bueno, ahora qué hacemos?
- Yo creo que si cortáramos unas ramas…
- ¿Cómo vamos a cortar todo eso? ¿No ves que no podremos?
- ¿Bueno, ahora qué hacemos?
- Yo creo que si cortáramos unas ramas…
- ¿Cómo vamos a cortar todo eso? ¿No ves que no podremos?
- Anda venga, trae el serrucho, que quiero llevarme un recuerdo a casa, y hoy me siento un poco Jack el destripador.
Y esto, ¿lo corto por aquí o por allá?
Era resistente el muy ..... Pero como dice mi padre, algo bueno tiene que tener el ser cabezón.
Agradecer
desde aquí a todos esos chinos anónimos que colaboraron de alguna forma
en que el serrucho llegara a manos de Macarrón. Sin ellos, todavía
seguiríamos en ese monte, con alguna garrapata más. A todos ellos,
¡muchas gracias!
Finalmente, pudimos llegar a un camino civilizado,
que a su vez nos llevó hasta una carretera asfaltada donde cerdos vascos
dormían en su cuneta, y las cabras y ovejas nos observaban, los
lugareños nos saludaban y los caballos trotaban a nuestro paso. En ese
punto y ante esas estampas de ensueño, ya no sabía si había muerto en
el maldito árbol y aquello era el paraíso.
- Oye Macarron, ¿qué ha hecho ése tio?
- Tio nosé, yo juraría que era un forestal francés, no un papparazzi de la revista Lecturas… Nada, vayamos a hablar con él, a ver si nos da algo de comisión por las fotos.
Tras reponernos
con una suculenta comida en el albergue y dejar nuestras pertenencias
en la habitación que acabábamos de alquilar, aproximadamente a las 5 de
la tarde remprendimos una ruta de ida y vuelta que debía llevarnos hasta el mar
Cantábrico. Vamos,
que eso que nací en el Mediterráneo como la canción de Serrat, me tiene
traumatizado y necesitaba conocer otro mar distinto.
Así pues, fuimos a repostar a la gasolinera para posteriormente largarnos más al norte. Tras el repostaje y aplicar una suculenta dosis de aceite de mezcla, emprendemos la marcha y… desastre! A los 100 metros se para la moto y Macarrón ni se entera. Me bajo, me pongo a darle a la palanca de arranque… nada. Al cabo de un rato de sudar, consigo cambiar la bujía y entonces arranca sin problema. A eso que a los 10 minutos llega Macarrón que ya me echaba en falta y emprendemos la expedición rumbo al Cantábrico. El primer tramo transcurría por una senda cercana a Zualizondo, la cual llamaremos “la senda de las losas” por la enorme cantidad de éstas.
Así pues, fuimos a repostar a la gasolinera para posteriormente largarnos más al norte. Tras el repostaje y aplicar una suculenta dosis de aceite de mezcla, emprendemos la marcha y… desastre! A los 100 metros se para la moto y Macarrón ni se entera. Me bajo, me pongo a darle a la palanca de arranque… nada. Al cabo de un rato de sudar, consigo cambiar la bujía y entonces arranca sin problema. A eso que a los 10 minutos llega Macarrón que ya me echaba en falta y emprendemos la expedición rumbo al Cantábrico. El primer tramo transcurría por una senda cercana a Zualizondo, la cual llamaremos “la senda de las losas” por la enorme cantidad de éstas.
Al parecer, se trata de un antiquísimo sendero al que
le colocaron losas en las pendientes para evitar la erosión con el agua
de lluvia, amén de otras múltiples losas naturales. La verdad, es
que siempre me he considerado un acróbata, para qué engañaros. Y esta
vez no podía ser menos. En el principio del tramo nos encontramos con
una zona de losas encharcadas y bien lubricadas con musguito. Al verlo, quise probar el sutil arte del
“derrapaje artístico sobre 2 ruedas con croqueta lateral”.
A continuación de la senda, continuamos por un camino de tierra que nos
debía conducir hasta el siguiente GR. Esta pista, rápida y fácil, nos
permitió además conocer un poco más del pasado bélico de la región,
puesto que hallamos diversos búnkeres, muchos de ellos en ruinas (o
casi). De la nada nos apareció un corredor, corriendo a pecho descubierto,
con quien estuvimos algunos minutos intercambiando impresiones de la zona y
explicándole cuál era nuestro destino. Tras desearnos suerte, el
hombre reemprendió la marcha y siguió corriendo por las crestas de las
montañas. Y nosotros, a nuestros quehaceres.
Para llegar al Cantábrico debíamos cruzar la frontera y seguir por
territorio francés a través de pistas, caminos y algún sendero. En la
misma frontera hay un bar que para nuestro pesar se hallaba cerrado.
Tras el chasco, empezamos por la pista francesa y a los 10
metros nos cruzamos con un coche de los forestales franceses. El hombre,
desde el interior del coche y con una cámara digital, nos fotografió de
frente. Nos quedamos de piedra.
- Oye Macarron, ¿qué ha hecho ése tio?
- Tio nosé, yo juraría que era un forestal francés, no un papparazzi de la revista Lecturas… Nada, vayamos a hablar con él, a ver si nos da algo de comisión por las fotos.
El coche era mas o menos del estilo de éste, para que lo entendáis:
El agente, nos soltó la monserga habitual: que no podíamos circular por caminos estrechos y
que solo podíamos ir por pistas de ancho considerable. Vaya palo. Tras
despedirnos de él y analizar la situación, decidimos que lo más sensato
sería bajar por carretera hasta Etxalar, sentarnos
en la terraza de un bar y tomarnos una cerveza a la salud de nuestro
querido amigo el “papparazzi Fransuá”.
Para olvidar este incidente internacional, nos llegamos al albergue, nos duchamos, nos
pusimos ropa de calle y fuimos a dar una vuelta por ahí.
Degustamos cervezas y pintxos, y cuando el bar cerró,buscamos algún
lugar lúgubre donde apaciguar nuestra sed. Y hallamos uno, ambientado
al más puro estilo kale borroka. Dos hombres sombríos charlando y
fumándose unos pitillos, un grupo de muchachas con dos botellas de
Campari hincando el codo y en un rincón, un chaval fumándose un
cigarro con mentolado marroquí, y toda esta estampa amenizada primero con documentales de las FARC en la TV y luego con música punk.
Nos tomamos unas cervezas y unos gintonics y tras despedirnos de los
allí presentes, nos retiramos a dormir unas
pocas horas antes del regreso.
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