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domingo, 22 de noviembre de 2015

ATLAS 2015. DÍA 1. TABOURAHTE - UN CERRO CERCA DE ANMITER. 100 kms

DÍA 1. TABOURAHTE - UN CERRO CERCA DE ANMITER. 100 kms

Establecimos la base en el motel Carrefour de Tabourahte,




población situada justo en el camino hacia Ouarzazate con los servicios necesarios para acabar de preparar la excursión.





Una vez pertrechados para afrontar los siete días planeados sobre las motos, nos internamos bien de mañana en el valle del Ounila. Mucha carretera secundaria inicialmente, unos pocos kilómetros de pista, y directamente a la senda de circunvalación de Tighza,





Unos cuantos ángulos ya dentro del pueblo nos pusieron en guardia.





Piedra resbaladiza y polvillo fino de allí en adelante. Enseguida vimos que aquello iba en serio.





Maniobrar con los depósitos llenos y las motos bien cargadas con los petates no fue nada fácil. 





Y entre paredones de rocas y con los vecinos expectantes, llegaron los primeros revolcones.




Esta fue la primera de una larga lista de caídas a lo largo de aquella jornada; creo que nunca había visto tantas protagonizadas por tan pocos pilotos. Marcos fue el único de la tropa que se resistió a probar el suelo, al menos en horario diurno; esperó a caerse con la noche ya bien entrada, lo cual da una idea de lo prolongada que fue esta primera sesión del viaje.

Pero no adelantemos acontecimientos, primero debíamos salir de Tighza y seguir remontando el Ounila por camino de herradura entre tremendos bloques de piedra escampados por el valle.






Agujeros,escalones,arbustos,precipicio, escorpiones... una sendita realmente animada.







El agarre, malo. La roca era lisa y angulosa, pero cualquier escalón mediano suponía un casi seguro resbalón. Ciertos pasos requirieron el concurso de manos extra para empujar o remolcar.


 


Los neumáticos agarraban mal sobre aquella superficie y al poco nos vimos envueltos en una nube permanente de caucho pulverizado que nos acompañaba a medida que avanzábamos. 




En los pasos angostos las alforjas chocaban contra las piedras, perdíamos el equilibrio, rascábamos con todo.




Algunos empezaban a aparcar las motos de mala manera, el cansancio nos iba pasando factura.




Los más negligentes nos quedamos sin agua prematuramente y tuvimos que vivir de la caridad de los compañeros. La temperatura,más bien cálida, no mejoraba las cosas. Subíamos esperándonos y ayudándonos los unos a los otros y se montó un trenecito de motos.






Un tiempo muerto era perentorio en semejante coyuntura, y a la que pudimos nos cobijamos en una de las escasas sombras que ofrecía el camino.




Cómo no, descendimos hasta el arroyo donde los más desesperados se lanzaron al agua para refrescarse.




La tentación de beber agua del torrente estaba ahí, pero hubo que resistirse. La escapatoria del valle no debía andar lejos, o eso pensábamos. Amarok y Marcos, que ya habían estado en la zona, se despistaron y en un cruce nos equivocamos de senda. Hubo que dar la vuelta a las motos, retroceder y subir otro trecho.




Entre baños, caídas, pausas, empujones, motos que arrancan mal en caliente, deshidrataciones, extravíos, baterías desfallecientes, etcétera, fue pasando la tarde. Ser tantas motos, sin duda, también influyó en el retraso que íbamos acumulando, y cuando alcanzamos la cabecera del valle ya estaba claro que no llegaríamos al lago Tamda como estaba previsto.




Unas muchachas en burro nos adelantaron mientras los de las motos nos reagrupábamos. Vaya ritmo llevábamos.





Finalmente la senda abandonó la ribera y acabó por confundirse con el mismo arroyo.





Circular por el lecho del río fue un alivio tras el trote sobre pedruscos que nos habíamos pegado. Ir en moto volvía a ser un placer.






La salida del río suponía cuzar un breve lodazal y salir definitivamente a tierra firme,



circunstancia que puso de manifiesto que algo no funcionaba del todo bien en la Husky. 





Aquella humareda blanca se prolongó más de lo esperado y se debía seguramente a algo más que unos pegotes de barro. Podía tratarse simplemente de una cafetera, pensamos inicialmente, pero tras dejarla reposar, unos kilómetros después la sueca volvió a humear, esta vez sin motivo aparente. Cuando ya estábamos relajados rodando cómodamente sobre pista, deseando acabar la etapa en lugar civilizado y fantaseando con jarras de cerveza fresca, las cosas se pusieron feas de verdad.






Lejos de tratarse de una cafetera corriente, la fuga de refrigerante parecía totalmente descontrolada. Los cárteres estaban empapados y no había manera de encontrar el origen de la fuga. Fernando se puso manos a la obra, sacó el depósito y comenzó la inspección. Ante la evidencia de que habría que reponer abundante líquido en el radiador, Marcos se ofreció voluntario para retroceder hasta el río y coger unos litros de agua. Mientras esperábamos su vuelta alguno se echó una cabezadita.





El culpable del estropicio resultó ser un empalme entre manguitos en forma de T que, con los excesos, se había derretido. Los más críticos le echaron la culpa al refrigerante Evans y argumentaron que la moto, como debe ser con dicho producto, no hizo cafetera pero el líquido subió tanto de temperatura que acabó por fundir el material plástico. Hay que decir que las dos Suzukis también llevábamos Evans y que nuestras motos resistieron perfectamente. La polémica estaba servida.





La reparación pasaba por parchear la T con pasta arreglatodo y rezar todo lo que supiéramos para que el emplasto aguantara al menos hasta que saliéramos de aquel erial. Que la noche nos iba a sorprender ya lo sabíamos; dónde daríamos con nuestros huesos, todavía no.

Para cuando reemprendimos la marcha ya estábamos inmersos en pleno ocaso. Con suerte, tras unas cuantas decenas de kilómetros por pista a oscuras, saldríamos al asfalto, o al menos, llegaríamos a algún lugar civilizado. Pero antes, hubo que volver a reparar la Husky: una brida mal sujeta hizo que se soltara un manguito y se desatara una nueva cafetera. Cuando las cosas van mal, suelen empeorar, está visto. Con suerte, pensamos, los marcianos no nos abducirían en aquellas mesetas desoladas.

Menudo espectáculo de luces de cinco motos rodando en la noche, unas subiendo en la lejanía, otras más cerca zigzagueando por las curvas del camino. Y menudo riesgo, con el cansancio que llevábamos encima. Hubo alternancia de tramos mejores y peores, algunos muy deshechos, algún atajo campo a través... trabajo no faltó. Finalmente iniciamos el descenso hacia un valle donde se vislumbraban las luces de un pueblo, ya casi lo teníamos. Lástima que un deslizamiento de tierras se había llevado por delante la pista por la que debíamos bajar. Había que asumir que la suerte no estaba de nuestro lado aquel día.

Serían ya las nueve de la noche y nuestro plan de escape se había frustrado. Tantos kilómetros de pista recorridos para nada. Por suerte llevábamos diferentes cartografías en los gps y en alguna se veían dos caminos válidos para alcanzar el valle. El primero era inviable; el segundo funcionó hasta que a mitad de bajada comprobamos que otro derrumbe se lo había tragado.

Vaya frustración. Amarok, con mejor vista que nadie, vislumbró un sendero trazado sobre la lengua de tierra y cascotes que cegaba la pista. Tal vez aún podríamos escapar. Lo que siguió fue un sendero de burro, generalmente con un abismo a nuestra izquierda, que hizo las delicias de los expedicionarios en tan avanzada hora. Marcos a punto estuvo de caer al vacío en una caída tonta fruto del cansancio y la falta de luz. A oscuras, cansados y cargados, fuimos avanzando hacia no se sabía dónde, porque de noche, todos los cerros son iguales. El piloto del compañero que iba delante tan pronto desaparecía como resucitaba fugazmente en la distancia, subiendo una loma o bajando súbitamente; los líderes se escapaban, unos se rezagaban y otros esperaban a los más lentos.

Por último, llegamos a una pequeña planicie donde la senda se difuminaba y desde donde veíamos las luces del pueblo y de los coches que pasaban por la carretera, a unos centenares de metros allá abajo. Amarok y Óscar inspecionaron a pie las posibles trayectorias del sendero durante un buen rato. El resto, meros espectadores del baile de frontales por la montaña, les escuchábamos mientras discutían acaloradamente, como siempre:

-La senda continúa por encima de esta loma y llega seguro hasta las luces de aquella casa que se ve por allí.
-Mira, por ahí no se ve nada, sólo hay pedruscos, si te metes con la moto te vas a despeñar.
-Que no, que es este el camino bueno, hazme caso. Llegamos fijo.
-Anda ya, pero si no es más que un pedregal. No vas a ningún sitio, te la vas a dar.


Y así estuvieron durante un buen rato. Como ya era muy tarde y andábamos muy cansados, decidimos no arriesgar más. Preparamos los sacos de dormir y montamos el campamento. Mira que odio yo cargar con el material de acampada, pero al final se demostró que fue una decisión acertada llevar el saco. Y así, al raso y a oscuras, mientras nos llegaba el sonido lejano de los timbales de una fiesta que comenzaba abajo en el pueblo, finalizó esta animada e intensa primera jornada.

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