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martes, 4 de diciembre de 2018

SOBRARBE 2018

Finalmente llegó el anticiclón tras un inicio de otoño lluvioso y devastador como pocos, circunstancia que nos impelió a algunos a desplazarnos hasta el mismísimo centro de nuestra cordillera más extensa. Pere vino esta vez acompañado de David, y juntos marchamos cual tridente una mañana de sábado a circunvalar el embalse de Maidano. 



Por supuesto elegimos el recorrido más abrupto posible, buscando en todo momento sendas umbrías y bien silvícolas. 

 

Tan silvestres nos pusimos que en realidad, no vimos el pantano hasta bien pasado el mediodía, mientras tanto nuestra visión estuvo siempre limitada por el tupido bosque otoñal.  Por cierto, este es el amigo David, sobre Husky 450 '18. 

 

El frío matutino se nos pasó pronto, sobre todo a partir de las resbaladizas zonas en el entorno de Mufanal, aquí siempre hay que descabalgar y subir las máquinas con ayuda extra.



Amén de algún escopetazo en la lejanía, pocos vestigios de actividad humana encontramos. Un solitario peirón nos recordó que no andábamos lejos de la civilización. Seguramente  aquel camino conoció momentos más animados antaño.



Nos costó un tiempo zafarnos de la espesura del bosque, pero al final pudimos empezar a disfrutar de la luz del sol y vislumbrar algo más que piedras, ramas, troncos y helechos.




Escapamos de la lobreguez del túnel vegetal, sí, pero no alcanzamos a zafarnos de las humedades. El río Suía nos obstaculizó el avance en numerosas ocasiones y no quedó otra que pasar al modo anfibio.

 



La cuesta de Peñalta nos esperaba a continuación. Puede decirse que se trató prácticamente del único sendero en ascenso de toda la excursión, nos pasamos todo el día bajando, vaya cosa más rara.


 El inicio de dicho sendero consiste en unas entretenidas y ajustadas zetas a través del pinar, luego se despeja y comienza el ascenso de verdad:


La gracia está en que de repente el terreno se desgarra, la tracción desaparece y no hay manera de seguir como no sea a cuatro manos y sin casco si procede, y aún así, es costoso.


En su último tramo el sendero llanea y te concede una pausa antes de coronar el cerro. En la foto, David con la difusa mole del Cotiella nevado al fondo.



Una vez en lo alto de la colina enseguida venía otro sendero en descenso bordeando el pantano por su ribera este. Mis veloces amigos me dejaron de rueda y prácticamente no volví a verles hasta las inmediaciones de la presa.


Estábamos cerca del ecuador de nuestra ruta. Fue entonces  el momento de extasiarse con el paisaje, y también el de abrigarse mínimamente para desplazarnos por carretera al pueblo habitado más próximo donde tomar un bocado reparador.



En días tan cortos, la pausa alimenticia siempre se dilata más de lo prudencial, y la verdad es que volvimos al camino con el tiempo justo para completar la vuelta al pantano. De nuevo  circulamos  por el el río Suía en numerosas ocasiones, puro entretenimiento a la espera de terreno más áspero.



Yo creo que de la comida salimos bastante animados y la diversión continuó en las primeras zonas cuesta arriba.



El meneo estomacal a la altura de Casteyón fue intenso y fue conveniente tomarnos un breve descanso para permitir una buena circulación sanguínea en nuestros abdómenes. La luz cada vez más mortecina y la campiña en absoluto silencio nos advertían de la brevedad de la tarde y de la urgencia de ponernos en marcha cuanto antes.

 

La tarde se nos escapaba irremisiblemente mientras rodábamos por agradables sendas kilométricas siempre en dirección norte, hacia la Peña Montañesa,

 
o hacia el Monte Perdido, daba igual, siempre rumbo norte.


Recordaba la ruta de regreso como algo fluido, pero primero nos extraviamos por una cornisa, y luego encadenamos una serie de descensos con acusados zig-zags que terminaban por hacerse cansinos. 

 

Inevitablemente llegamos a ese momento en que cada uno baja a su manera y a su ritmo, las fuerzas tampoco sobraban y además pensábamos que el final estaba próximo ya, tampoco nos íbamos a estresar.

Con el crepúsculo llegaron los errores: primero erré el camino y después me di cuenta de que me faltaba el track final, es lo que sucede cuando manejas un número desmesurado de tracks. Recurrí a mi memoria primero y a mi intuición más tarde con el fatal resultado de que estuvimos cerca de una hora descendiendo penosamente en total oscuridad por una retorcida, resbaladiza y boscosa senda. Mis compañeros demostraron ser personas con una gran educación, porque había motivos de sobra para matarme, pero no escuché ningún reproche durante aquellos angustiosos minutos. Suerte que el sendero estaba convenientemente balizado en sus secciones más comprometidas, de lo contrario no sé qué habría sucedido conmigo. En fin, unos intensos, frescos, lentos y a veces estresantes 80 kms cerca de Pirineos con excelente compañía. Objetivo cumplido.




miércoles, 19 de septiembre de 2018

LES CORBIÈRES 2018-DÍA 4

LES CORBIÈRES 2018-DÍA 4

El regreso a mi base de Fitou seguiría un curso relativamente paralelo a la ida. Primera parada en el castillo de Miramont, esquivando cadenas y prohibiciones varias, la norma en esta región.

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Señales restrictivas las encontrabas por doquier, algunas de prolija y precisa redacción,


otras en cambio con cuatro símbolos se bastaban, olvidando a los quads pero teniendo muy presentes a los ciclomotores, ojo.


Me dio lo mismo. En el entorno de Montlaur encontré buenos paisajes por donde desplazarme de A a B, como suelo hacer.



Exploré nuevas vías que me fueron surgiendo al paso, algunas las había señalado en el gps 24 horas antes, otras las repetí en sentido inverso; lástima que en al menos tres ocasiones tuve que darme la vuelta porque ya no era sensato continuar más allá yendo solo.  En cualquier caso, cumplí aceptablemente mi misión y pude disfrutar de una segunda jornada menos estresante que la primera.


Total, unos 140kms de trail-enduro de regreso hasta el coche para concluir esta segunda incursión por las Corbières, constatando la dureza de la zona más próxima al litoral y la relativa bondad de la parte interior. Satisfecho, sólo faltaba acomodarme en el coche y regresar tranquilamente a casita escuchando mi música favorita durante horas. FIN.

 

martes, 18 de septiembre de 2018

LES CORBIÈRES 2018-DÍA 3

LES CORBIÈRES 2018-DÍA 3

 
Un par de semanas más tarde tuvo lugar la segunda manga por las Corbières (en rojo), esta vez saliendo desde la misma laguna de Leucate y con Carcassonne como accidental límite septentrional.


La premisa esta vez era añadir el mayor número de sendas al recorrido, y mis planes pronto se hicieron realidad.


Bajo un cielo gris y plomizo entré en calor rodando por el lecho de un barranco de ambiente totalmente mediterráneo que bien podría haberme encontrado en Tarragona o Castellón. Unos pocos kilómetros después abandoné el estrecho cauce y empecé a ascender por suaves colinas dejando la costa a mis espaldas ganando altura entre las calizas.


El massif des Corbières puede ser realmente agreste: viento racheado, vegetación arbustiva y roca calcárea que pone a prueba suspensiones y discos intervertebrales. Cualquier camino se puede convertir en trialera inesperadamente, lo digo sin exagerar, y de hecho hay zonas que no creo que vuelva a transitar nunca, tan incómodo resulta su recuerdo. Una pausa en la excursión en forma de visita arqueológica a Le site de la Clotte  no me vino nada mal para recuperar el resuello y dejar de temblar entre los piedrotes.


No me extrañó nada que algún pueblo se llamara Roquefort, de rocas duras van bien servidos en la zona. No deseaba más que superar aquel terreno y rodar por suelos menos agresivos.


Llegué a una meseta por donde discurría un sendero muy recto y aparentemente sin mayor complicación, pero acabó siendo un tormento a causa de la extrema dureza y gran densidad de la vegetación arbustiva, así como por el elevado número de rocas ocultas y traicioneras que me llevaron al límite del equilibrio en numeras ocasiones. Recuerdo mirar el gps repetidamente para ver mi avance hacia la salida de aquella pesadilla. Un lugar para no volver, en serio lo digo.


Un poco más adelante, cerca de Fraissé, un nuevo sendero que seguía el lecho de un barranco resultó ser más agradable pero no menos pétreo, como atestigua la foto de abajo.


Desde un otero pude comprobar que el paisaje cambiaba definitivamente, aunque un inoportuno vallado de espino entre huertos de vides me hizo perder un tiempo precioso y tardé más de lo provisto en rodar por el nuevo terreno vislumbrado.


Disminuyó la ración de rocas pero aumentó el grado de las pendientes y me vi abocado al abandono de cierto sendero que debía conducirme a Villeneuve. Llegué reseco a Durban, donde pasé buen rato hidratándome y replaneando la ruta. El plan trazado estaba resultando ser más exigente de lo previsto y el consumo de energías se disparaba con la inesperada severidad de algunos senderos. Pensé que o disminuía el nivel de exigencia o no llegaría muy lejos aquel día. Tuve suerte y la tarde dicurrió por suelos menos agresivos que me permitieron relajarme y disfrutar del paseo.


De buena gana me habría dado un baño en las aguas del Orbieu a su paso por el ambientado pueblo de Lagrasse,



 pero nuevos retos me esperaban en el massif de l'Alaric. Si la mañana había terminado siendo agobiante, la tarde fue exitosa en términos endureros, con abundantes senderos de nivel medio que fui enlazando mientras improvisaba el recorrido en el entorno de Montlaur. Lástima que la proximidad del crepúsculo aumentara la urgencia de la conducción y que no me detuviera a tomar fotografías, pero las habrá en un futuro, pues este es sin duda un lugar al que no tardaré en volver.

La tarde la consumí rodando junto a la autopista y también brevemente por la ribera del canal du Midi camino de Carcassone. En resumen, mañana atosigante entre rocas calcáreas y tarde de solaz en los senderos; son los contrastes que suelen ofrecer estas rutas largas.


lunes, 17 de septiembre de 2018

LES CORBIÈRES 2018-DÍA 2

 LES CORBIÈRES 2018-DÍA 2



La segunda jornada me llevó bien de mañana hasta otra de las referencias que llevaba años observando en tránsito desde la autopista: la Porta dels Països Catalans, con el Etang de Leucate en lontananza.


La laguna se nutre de agua dulce mediante la profunda Font Estramar, a donde volvería al final del día para darme un baño relajante, a pesar de los letreros de baignade et plongees interdites.


 El plan principal consistía en recorrer la marisma por su ribera más occidental siguiendo el camino que transcurre paralelo a la vía férrea mientras me fuera posible.


En Port Fitou no me quedó más remedio que dejar el litoral y tras superar un cerro, buscar la vía de servicio de la autopista para continuar mi avance.


Al final, más bien seguí la ruta marcada por un gasoducto por caminos harto pedregosos e incómodos hasta que en las inmediciones de La Palme acabé pinchando una vez más. Busqué sombra bajo un olivo y me apresté a reparar con parches el mordisco de serpiente, qué remedio.


Tampoco costó tanto arreglar la avería, pero el pinchazo marcó el límite norte de la excursión. No es que me faltaran energías o ganas de seguir avanzando, pero temía ser víctima de una maldición y no me apetecía tener que vérmelas con otra rueda pinchada próximamente. Además, el día siguiente era festivo y no veía manera de conseguir otra cámara de recambio rápidamente. Solución: filet de boeuf y Kronembourg en el primer restorán de carretera que encontré y relax.


El regreso hacia mi base en Ribesaltes fue poco ambicioso y me dediqué a rodar por vericuetos que habían quedado sin explorar por la mañana, hasta que al final de la tarde me concedí una merecida sesión de spa en la fría y solitaria Font Estramar. Yo fui el último bañista en retirarse del lugar, momento que aprovecharon las nutrias para nadar a solas por el lago.


Hubo un tercer día que dediqué a retornar hasta Riumajor, pero fue bastante asfáltico o repetición de la ruta inicial, así que el regreso no tuvo ninguna historia más allá de saber si volvería a pinchar o no. En cualquier caso, había vuelto a sentirme bien encima de la DRZ cargada con medio equipaje y la muñeca había resistido medianamente bien el maltrato, por lo que una vez en casa empecé a planear una nueva incursión por el macizo de las Corbières.

LES CORBIÈRES 2018-DÍA 1

 LES CORBIÈRES 2018-DÍA 1




Llegados a mediados de agosto resultaba imperioso salir y probar de nuevo la DRZ400 en versión aventura con el flamante depósito Safari de 17 litros y el disco sobredimensionado de 270 mm. Ni que decir tiene que igualmente debía someterse al test el piloto, prácticamente retirado de las grandes rutas desde el incidente griego. Por tanto, suma de novedades y dudas desde el inicio del periplo por el sur de Francia. ¿Qué podía suceder? 


Había que lanzarse al ruedo desde la misma frontera saliendo desde el refugio motard de Riumajor, sin excusas, cruzando el Pirineo por cotas bajas directos hacia el Rosellón.


Costó escabullirse de bosques enmarañados y frondosos hasta que pudo verse algún panorama esclarecedor  de la zona por la que me andaba moviendo, siempre camino de Amélie-les-Bains.


Fue dejar atrás la cordillera y pinchar. 50 kilómetros de estreno y ya estaba inmerso de nuevo en los fregados de siempre. Busca un montículo donde apoyar bien la moto, desmonta rueda, suda con los rigores térmicos de agosto y repara bien: en este caso cámara reforzada a la basura y montaje de otra cámara convencional a la espera de que durara unos días al menos.


Superada Ille-Sur-Tet inesperadamente el track me llevó a internarme por alguna sucia senda que animó el trayecto sin yo planearlo, y no fue la única. Me había olvidado del ¡raaaas-raaaas! que provoca el roce de los arbustos con las alforjas en los senderos más apretados, qué escándalo.


La cima del Canigó quedaba ya a mis espaldas y definitivamente estaba avanzando rumbo norte, el plan previsto.


Superados los 100 kms, a la altura de Cassagnes, bordeaba el límite del departamento de los Pirineos Orientales. Nuevo panorama de paisajes vinícolas, montañas bajas y viento incesante.


Marchaba alegremente camino del castillo de Queribus cuando calculé que el crepúsculo me sorprendería pronto en terreno exigente. Sin duda en la reparación de la rueda había consumido demasiado tiempo y difícilmente cumpliría con el proyecto del día, de modo que viré hacia la costa en busca del hispano Chateau de Salses, mi referencia para acabar la jornada, a donde llegué anocheciendo, como suele sucederme.