Finalmente llegó el anticiclón tras un inicio de otoño lluvioso y devastador como pocos, circunstancia que nos impelió a algunos a desplazarnos hasta el mismísimo centro de nuestra cordillera más extensa. Pere vino esta vez acompañado de David, y juntos marchamos cual tridente una mañana de sábado a circunvalar el embalse de Maidano.
Por supuesto elegimos el recorrido más abrupto posible, buscando en todo momento sendas umbrías y bien silvícolas.
Tan silvestres nos pusimos que en realidad, no vimos el pantano hasta bien pasado el mediodía, mientras tanto nuestra visión estuvo siempre limitada por el tupido bosque otoñal. Por cierto, este es el amigo David, sobre Husky 450 '18.
El frío matutino se nos pasó pronto, sobre todo a partir de las resbaladizas zonas en el entorno de Mufanal, aquí siempre hay que descabalgar y subir las máquinas con ayuda extra.
Amén de algún escopetazo en la lejanía, pocos vestigios de actividad humana encontramos. Un solitario peirón nos recordó que no andábamos lejos de la civilización. Seguramente aquel camino conoció momentos más animados antaño.
Nos costó un tiempo zafarnos de la espesura del bosque, pero al final pudimos empezar a disfrutar de la luz del sol y vislumbrar algo más que piedras, ramas, troncos y helechos.
Por supuesto elegimos el recorrido más abrupto posible, buscando en todo momento sendas umbrías y bien silvícolas.
Tan silvestres nos pusimos que en realidad, no vimos el pantano hasta bien pasado el mediodía, mientras tanto nuestra visión estuvo siempre limitada por el tupido bosque otoñal. Por cierto, este es el amigo David, sobre Husky 450 '18.
El frío matutino se nos pasó pronto, sobre todo a partir de las resbaladizas zonas en el entorno de Mufanal, aquí siempre hay que descabalgar y subir las máquinas con ayuda extra.
Amén de algún escopetazo en la lejanía, pocos vestigios de actividad humana encontramos. Un solitario peirón nos recordó que no andábamos lejos de la civilización. Seguramente aquel camino conoció momentos más animados antaño.
Nos costó un tiempo zafarnos de la espesura del bosque, pero al final pudimos empezar a disfrutar de la luz del sol y vislumbrar algo más que piedras, ramas, troncos y helechos.
Escapamos de la lobreguez del túnel vegetal, sí, pero no alcanzamos a zafarnos de las humedades. El río Suía nos obstaculizó el avance en numerosas ocasiones y no quedó otra que pasar al modo anfibio.
La cuesta de Peñalta nos esperaba a continuación. Puede decirse que se trató prácticamente del único sendero en ascenso de toda la excursión, nos pasamos todo el día bajando, vaya cosa más rara.
El inicio de dicho sendero consiste en unas entretenidas y ajustadas zetas a través del pinar, luego se despeja y comienza el ascenso de verdad:
La gracia está en que de repente el terreno se desgarra, la tracción desaparece y no hay manera de seguir como no sea a cuatro manos y sin casco si procede, y aún así, es costoso.
En su último tramo el sendero llanea y te concede una pausa antes de coronar el cerro. En la foto, David con la difusa mole del Cotiella nevado al fondo.
Una vez en lo alto de la colina enseguida venía otro sendero en descenso bordeando el pantano por su ribera este. Mis veloces amigos me dejaron de rueda y prácticamente no volví a verles hasta las inmediaciones de la presa.
Estábamos cerca del ecuador de nuestra ruta. Fue entonces el momento de extasiarse con el paisaje, y también el de abrigarse mínimamente para desplazarnos por carretera al pueblo habitado más próximo donde tomar un bocado reparador.
En días tan cortos, la pausa alimenticia siempre se dilata más de lo prudencial, y la verdad es que volvimos al camino con el tiempo justo para completar la vuelta al pantano. De nuevo circulamos por el el río Suía en numerosas ocasiones, puro entretenimiento a la espera de terreno más áspero.
Yo creo que de la comida salimos bastante animados y la diversión continuó en las primeras zonas cuesta arriba.
El meneo estomacal a la altura de Casteyón fue intenso y fue conveniente tomarnos un breve descanso para permitir una buena circulación sanguínea en nuestros abdómenes. La luz cada vez más mortecina y la campiña en absoluto silencio nos advertían de la brevedad de la tarde y de la urgencia de ponernos en marcha cuanto antes.
La tarde se nos escapaba irremisiblemente mientras rodábamos por agradables sendas kilométricas siempre en dirección norte, hacia la Peña Montañesa,
o hacia el Monte Perdido, daba igual, siempre rumbo norte.
Recordaba la ruta de regreso como algo fluido, pero primero nos extraviamos por una cornisa, y luego encadenamos una serie de descensos con acusados zig-zags que terminaban por hacerse cansinos.
Inevitablemente llegamos a ese momento en que cada uno baja a su manera y a su ritmo, las fuerzas tampoco sobraban y además pensábamos que el final estaba próximo ya, tampoco nos íbamos a estresar.
Con el crepúsculo llegaron los errores: primero erré el camino y después me di cuenta de que me faltaba el track final, es lo que sucede cuando manejas un número desmesurado de tracks. Recurrí a mi memoria primero y a mi intuición más tarde con el fatal resultado de que estuvimos cerca de una hora descendiendo penosamente en total oscuridad por una retorcida, resbaladiza y boscosa senda. Mis compañeros demostraron ser personas con una gran educación, porque había motivos de sobra para matarme, pero no escuché ningún reproche durante aquellos angustiosos minutos. Suerte que el sendero estaba convenientemente balizado en sus secciones más comprometidas, de lo contrario no sé qué habría sucedido conmigo. En fin, unos intensos, frescos, lentos y a veces estresantes 80 kms cerca de Pirineos con excelente compañía. Objetivo cumplido.
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