DÍA 3. MOSTAR-TJENTISTE. 230 kms
Durante la madrugada cayó una tromba de agua y tuve que saltar de la
cama para poner a cubierto las botas y el resto del equipo que había
dejado en el balcón. Esta circunstancia se repitió varias veces a lo
largo del viaje; el verano en los Balcanes estaba siendo inusualmente
lluvioso y me costó un tiempo entender que podía llover en cualquier
momento. Por la mañana las nubes se despejaron y tuve ocasión de
callejear de nuevo por Mostar, esta vez sin la muchedumbre de turistas
que inundaban las calles la noche anterior.
Fue salir de la ciudad y comenzar a ascender de inmediato. Visité algún fuerte de la gran guerra prácticamente reducido a escombros y enseguida puse rumbo a Nevesinje atravesando zonas más bien poco habitadas.
El objetivo era llegar al puente de Ovciji Brod.
Tuve que dar unas cuantas vueltas por los trigales buscando la traza del camino. Ya nadie pasaba por allí.
Fue salir de la ciudad y comenzar a ascender de inmediato. Visité algún fuerte de la gran guerra prácticamente reducido a escombros y enseguida puse rumbo a Nevesinje atravesando zonas más bien poco habitadas.
El objetivo era llegar al puente de Ovciji Brod.
Tuve que dar unas cuantas vueltas por los trigales buscando la traza del camino. Ya nadie pasaba por allí.
Más adelante me esperaba la necrópolis medieval de Morine, en un altiplano de las montañas Zelengora. Hasta allí no hice más que subir y subir.
Una vez arriba del todo, las praderas se extendían por todos lados. Si había estado buscando un lugar para el sosiego, lo había encontrado.
Otros habían encontrado allí mismo reposo eterno hacía siglos.
No hubo manera de asaltar las tumbas, las losas pesaban demasiado y no conseguí moverlas ni un ápice.
Reposté en Kalinovic y proseguí hacia el corazón de Zelengora. La inconfundible silueta del Stog me sirvió de referencia para encontrar el escondido lago Orlovacko.
Vaya un gustazo, todo el lago para mí solo.
Turistas, por allí, pocos. A lo sumo, algún granjero.
La tarde se iba acabando. Pude visitar otro lago todavía, pero el tiempo acuciaba si quería llegar a Tjentiste a una hora razonable. Allí me esperaba el fabuloso monumento erigido en honor a los partisanos muertos en la batalla de Sutjeska.
La construcción, aunque abandonada a su suerte, infunde respeto por sí misma, y el abrupto paisaje otorga al lugar más solemnidad si cabe. Me impactó tanto que a la mañana siguiente volví para disfrutar del entorno otra vez.
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