La ruta no empezó bien.
Mi idea este febrero era repetir exactamente el track de la excursión de Castelvispal, pero a sabiendas de que dispondría de menos luz, recorté un cacho y esta vez salí desde Portell de Morelia. Desde allí, directo a la rambla Incertidumbres. Esperaba que llevase agua pero no, sólo tuve que enfrentarme a sus piedras como melones:
Mi idea este febrero era repetir exactamente el track de la excursión de Castelvispal, pero a sabiendas de que dispondría de menos luz, recorté un cacho y esta vez salí desde Portell de Morelia. Desde allí, directo a la rambla Incertidumbres. Esperaba que llevase agua pero no, sólo tuve que enfrentarme a sus piedras como melones:
Es un lugar ideal para disfrutar de las bondades del pds , como casi toda la excursión. Un día tengo que probar esta rambla en mojado, a ver qué tal.
Luego
unas cuantas pistas y azagadores varios hasta cerca de la Iglesuela, momento en que empezó a nevar
débilmente.
Frío, sol, nieve, vientecillo... lo anunciado.
Siguió otra senda boscosa de enlace hasta la rambla de las truchas
siempre con la incógnita de si llevaría demasiada agua, pero no, se
encontraba en estado óptimo para "navegar". Con la cantidad justa de
nieve y charcos, buen agarre, temperatura moderada... a gozar. Hasta que
sobrevino el resbalón, claro.
La temperatura del agua, más bien fresquita. Estar mojado de tronco y
piernas me importó poco, lo peor fueron las manos (suerte que llevaba
otros guantes de reserva) y sobre todo, los pies. En cuanto salí del
riachuelo paré a vaciar las botas y a escurrir los calcetines, pero ya
no había mucho que hacer. Paulatinamente empecé a notar los pies
heladitos y con la tarde que me esperaba ya me despedí de recuperar la
sensibilidad hasta la vuelta a casa.
Curiosamente este fue uno de los días que menos he pensado en si tenía
frío o calor. Estuve tan concentrado en seguir adelante que, por
sorprendente que parezca, me olvidé casi por completo de la temperatura.
Una
vez salí de la rambla de las truchas me detuve para escurrir los
calcetines y cambiarme los guantes. Camino de Cosmeruela las pìstas
estaban totalmente nevadas
y
en cuanto salí a los páramos se desató un vendaval, el cielo se
oscureció y súbitamente empezó a nevar. Inicialmente ni siquiera entré
en el pueblo; me refugié en una ermita de la ventisca y allí me tomé un
tiempo para reflexionar.
Mientras el portal de la ermita se iba llenando de nieve arrastrada por
el viento sentía que la excursión acababa allí. Daban ganas de ir a
buscar un bar, tomar algo caliente y volverme rapidito hacia casa, so
pena de que el tiempo empeorase aún más. Pero decidí esperar unos
minutos a ver qué podía salvar de la ruta. La primera decisión fue ir a
la gasolinera para repostar y llenar el depósito a tope por lo que
pudiera surgir todavía. En el ínterin el cielo se despejó brevemente y
pensé que podía intentar llegar hasta el puerto de Linares a 1700m de
altitud. Eran unos 15 kms conocidos y había que probarlos con nieve.
Para empezar, algún azagador estrechito en llano y a continuación otros
en subida:
La tracción no era mala del todo. Lo peor era no ver los agujeros y las aristas de los pedruscos ocultos por la nieve.
Unos
minutos después se puso a nevar nuevamente, el tiempo estaba loco, pero
a aquellas alturas nada me iba a impedir disfrutar de la experiencia.
Moto y piloto cada vez más blancos, y los pies congelados, sí, pero las manos todavía me respondían, así que, ¡adelante!
Una vez superé los azagadores en subida llegué a la meseta por dónde
pistearía hacia el puerto de Linares. Sudado de empujar, el lío vino
cuando para protegerme de la ventisca quise ponerme las gafas y
comprobar que se empañaban al instante. Las de vista no cubrían lo
suficiente y la nieve hacía mucho daño en los ojos, total que estuve
prácticamente bloqueado unos minutos parando cada pocos metros a
limpiarlas. Por suerte, la intensidad de la nevada cesó pronto y por fin
pude relajarme un poco.
Me
quedaban unos 9 kilómetros por pistas planas entre sotos y páramos
nevados sin mayor dificultad que la de distinguir el camino oculto por
la nieve.
Suerte de llevar el gps, porque dudé muchas veces intuyendo el camino, y
a menudo circulaba más bien sobre campos que no sobre las pistas. No me
libré de algún patinazo a pesar de llevar un ritmo lento, aunque con un
palmo escaso de nieve se podía rodar bastante más rápido, lo sé. A
tener en cuenta las fuertes rachas de viento que levantaban remolinos de
nieve y te zarandeaban inesperadamente. Mirad esta pista:
A
veces el horizonte se oscurecía y parecía que fuera a caer otra nevada;
en otras ocasiones el sol volvía a abrirse paso tímidamente... Y así
durante un buen rato estuve disfrutando de un ambiente algo
fantasmagórico, dudando si ya era la hora de la retirada.
Un par
de kilómetros antes de llegar al puerto (y a la carretera por donde
pensaba volverme a casa) los gruesos de nieve empezaron a aumentar
notablemente, hasta llegar a ese punto crítico en que la moto se queda
clavada.
Además,
me esperaban unos conocidos e inmensos charcos de hielo que tuve que
circunvalar malamente por unas estepas nevadas de dudosa ciclabilidad.
El caso es que al final, empujando un poco puntualmente, lo conseguí. Y
encima salió el sol.
El regreso, por carretera. Poco antes de Villafranca me pilló
una nevada intensa, pero bueno, siendo asfalto y después del día que
había pasado, no pasó de ser una anécdota.
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