RIMAMBEL APOCALIPSIS
Supongo que después de esta exigente experiencia por Rimambel una persona normal jamás volvería a contar conmigo para organizar una salida lejana, pero 24 horas después empiezo a comprender que la fatalidad también tuvo que ver en los desastres que allí nos acaecieron. Sólo así se explica que apenas completáramos 12 kilómetros offroad de los 180 previstos. Sencillamente, por una funesta casualidad, las trialeras más duras de todo el trayecto se acumularon en los primeros momentos. Si a esto sumamos las averías que fueron surgiendo por el camino comprenderemos que, sin saberlo, por los azares del destino, estábamos condenados al fracaso por muy bien que hubiésemos planeado la excursión.
La organización, a priori, de lujo. Llegamos al escenario bélico la tarde anterior a la batalla para salir a darlo todo con las primeras luces del alba.
Nos alimentamos bien en el restaurante del hostal y nos fuimos pronto a dormir para estar bien frescos al amanecer. Esta vez, nada de madrugones, íbamos a descansar las horas necesarias. Pero la noche en blanco que nos pasamos DNT y yo sin apenas pegar ni ojo ya anticipaba la catástrofe; Sherquito, por contra, durmió bastante mejor, probablemente porque el destino le reservaba unas decenas de trompazos para unas pocas horas después y era de justicia que llegara en mejor estado a su calvario personal.
La excursión offroad duró 5 horas justas y a una media ligeramente superior a los 2 km/h cubrimos 12,1 kilómetros entre Rimambel, La Chupa y La Manta de Morella:
Básicamente la ruta consistió en subir y bajar dos collados, atravesando sendas y cañadas dejadas de la mano de Dios desde hace décadas, en bastante mal estado, y con el punto justo de desniveles y humedades para convertir finalmente el trayecto en una lenta carrera de obstáculos.
A la mañana siguiente las condiciones eran óptimas: buen desayuno, buena temperatura, senda que comenzaba nada más salir del pueblo... no podía ser todo tan bonito.
Dar con la primera senda ascendente nos constó un poco, estaba camuflada en el terreno, y guardada por un pedazo vaca y un cable casi invisible, cable que, en un despiste, DNT se llevó por delante. Suerte que no estaba electrificado, sino cae allí electrificado. Después de arreglar el desaguisado tomamos el rumbo correcto
Aquí Sherquito en pleno warm-up.
Pronto catamos las excelencias del terreno de aquella ladera humbría: caminos empedrados y deshechos adornados con las justas pinceladas de barro, las suficientes para otorgarle un permanente barniz embarrado a los neumáticos.
Tras abriri algunas barreras para el ganado llegamos a la masía de Torre Abajo
donde inevitablemente llegaron los primeros resbalones.
DNT venía cerrando el grupo.
El hombre arrastraba desagradables problemas intestinales, pero aún así no quiso perderse la salida.
Yo por mi parte iba bastante bien, contento de estar allí siguiendo los planes que tan concienzudamente había planeado en casa.
Siempre hacia arriba, continuamos la marcha por aquel PR marcado para humanos del siglo XXI,
aunque en realidad era una senda contruída para animales de todos los siglos.
Pronto nos empezó a sobrar ropa...
De una rampa resbaladiza pasábamos a otra más o menos deshecha y empinada, entre rocas, árboles y excrementos vacunos.
En este paso Sherquito probó inicialmente una ruta algo arriesgada,
y como no le gustó, giraron moto y piloto 180 grados
aunque en otro plano giraron 90 y hubo que recuperar la verticalidad.
Ni corto ni perezoso Ángel se tiró cuesta abajo
y probó la trayectoria abierta anteriormente por DNT,
coronando con facilidad.
A trancas y barrancas, ayudándonos mutuamente, avanzábamos, sí, pero a un ritmo que hacía trizas nuestros sueños de llegar hasta Mosqueruela. Con suerte podríamos llegar a Villafranca. Y gracias.
En mi frente personal, no me libraba de los resbalones y patinazos,
pero mientras hubiere fuerzas, ¡gas y arriba!
En las proximidades del primer collado que debíamos salvar empezamos a gozar de la luz directa del sol
a la vez que la calleja se ensanchaba. Olvídábamos los patinazos y tomábamos una buena primera ración de escalones de roca.
Y así, alcanzamos la cota 1149, con un retraso considerable sobre los planes previstos. ¿Dónde seríamos capaces de llegar? ¡Ja, ja, ja! Pues solamente unos 8 kilómetros más allá. ¡Qué infelices!
El descenso hacia La Chupa no fue tan movido como el ascenso hasta aquel collado. El único incoveniente fue que en algunos tramos la senda estaba medio perdida, con maleza y pedruscos acumulados por los derrumbamientos y el abandono, pero salvo algún despiste puntual, fuimos tirando a buen ritmo.
Si la subida fue casi toda recta, la bajada estaba plagada de curvas cerradas. Una de ellas era cerradísima, con escalón y abismo incluídos, estuvimos tan ocupados que no hubo foto.
Aquella era un vertiente de solana, así que ya no hubo más resbalones, si acaso algún traspiés sin importancia.
Y de aquellas maneras, buscando los hitos que marcaban el PR por bancales abandonados, fuimos bajando hasta La Chupa, donde comenzaría el segundo y definitivo desafío de la jornada: teníamos que encontrar un antiguo azagador para superar la primera barrera de montañas que se veía en el horizonte.
Dejamos la exploración para meternos en una especie de tubo de roca siempre cuesta arriba. Alguna rampa era realmente dantesca, con buena pendiente y piedras descomunales que te obligaban a ir haciendo slalom hacia un horizonte rocoso sin fin. De esta no hay documento gráfico, es una pena, sólo pude grabar la llegada hasta la cima.
Sería aproximadamente en aquel momento cuando, al ir a reanudar la marcha, me quedé helado al ir a tocar el pedal del cambio de marchas. No estaba. Sencillamente, no estaba. No podía ser que hubiese vuelto a pasar en tan poco tiempo. Esta vez no se había doblado, la había seccionado. Tenía una de recambio que había comprado para llevarla con las herramientas, pero la había olvidado en casa. Quise que me tragara la tierra. Después de haber liado a mis amigos en aquella excursión suicida yo solito iba a tirarlo todo por la borda. Pero nadie dijo una palabra malsonante, cuando lo normal hubiera sido hacerme picadillo allí mismo.
No había manera de usar el cambio dignamente, había quedado sólo un centímetro de palanca libre y difícilmente podía manipularse. Convinimos en continuar hacia arriba y al menos culminar el azagador. Después, bajaríamos por camino o seguiríamos otra senda hacia La Mata, ya lo veríamos.
Los tramos de calleja que vinieron a continuación fueron igualmente exigentes.
Sherquito no tardó en sumarse a la fiesta de las averías. Si anteriormente se le había salido la cadena a su moto, ahora era el embrague el que empezaba a darle guerra. No embragaba bien, la moto o bien salía sola o se calaba enseguida. Pintaban bastos.
El sentido de la marcha al menos lo teníamos claro, siempre hacia arriba entre paredes,
más tarde o más temprano, pero seguro que con mucho esfuerzo, llegaríamos a culminar el collado.
A pesar de que el avance fue lento y de que allí rompimos las motos, reconozco que aquellas callejas abandonadas tenían un encanto especial.
Tras sufrir y empujar otro rato, finalmente la cañada quedó atrás y nos metimos en una frondosa senda
donde sustituímos el abrazo del predrusco por el del arbusto.
La subida tocaba a su fin, y unos cuantos arañazos y empujones después, nos reunimos todos en la pista donde moría el sendero. Era momento de evaluar la gravedad de nuestra situación y reflexionar acerca del futuro más próximo.
Supongo que después de esta exigente experiencia por Rimambel una persona normal jamás volvería a contar conmigo para organizar una salida lejana, pero 24 horas después empiezo a comprender que la fatalidad también tuvo que ver en los desastres que allí nos acaecieron. Sólo así se explica que apenas completáramos 12 kilómetros offroad de los 180 previstos. Sencillamente, por una funesta casualidad, las trialeras más duras de todo el trayecto se acumularon en los primeros momentos. Si a esto sumamos las averías que fueron surgiendo por el camino comprenderemos que, sin saberlo, por los azares del destino, estábamos condenados al fracaso por muy bien que hubiésemos planeado la excursión.
La organización, a priori, de lujo. Llegamos al escenario bélico la tarde anterior a la batalla para salir a darlo todo con las primeras luces del alba.
Nos alimentamos bien en el restaurante del hostal y nos fuimos pronto a dormir para estar bien frescos al amanecer. Esta vez, nada de madrugones, íbamos a descansar las horas necesarias. Pero la noche en blanco que nos pasamos DNT y yo sin apenas pegar ni ojo ya anticipaba la catástrofe; Sherquito, por contra, durmió bastante mejor, probablemente porque el destino le reservaba unas decenas de trompazos para unas pocas horas después y era de justicia que llegara en mejor estado a su calvario personal.
La excursión offroad duró 5 horas justas y a una media ligeramente superior a los 2 km/h cubrimos 12,1 kilómetros entre Rimambel, La Chupa y La Manta de Morella:
Básicamente la ruta consistió en subir y bajar dos collados, atravesando sendas y cañadas dejadas de la mano de Dios desde hace décadas, en bastante mal estado, y con el punto justo de desniveles y humedades para convertir finalmente el trayecto en una lenta carrera de obstáculos.
PARTE 1. DE RIMAMBEL A LA COTA 1149
A la mañana siguiente las condiciones eran óptimas: buen desayuno, buena temperatura, senda que comenzaba nada más salir del pueblo... no podía ser todo tan bonito.
Dar con la primera senda ascendente nos constó un poco, estaba camuflada en el terreno, y guardada por un pedazo vaca y un cable casi invisible, cable que, en un despiste, DNT se llevó por delante. Suerte que no estaba electrificado, sino cae allí electrificado. Después de arreglar el desaguisado tomamos el rumbo correcto
Aquí Sherquito en pleno warm-up.
Pronto catamos las excelencias del terreno de aquella ladera humbría: caminos empedrados y deshechos adornados con las justas pinceladas de barro, las suficientes para otorgarle un permanente barniz embarrado a los neumáticos.
Tras abriri algunas barreras para el ganado llegamos a la masía de Torre Abajo
donde inevitablemente llegaron los primeros resbalones.
DNT venía cerrando el grupo.
El hombre arrastraba desagradables problemas intestinales, pero aún así no quiso perderse la salida.
Yo por mi parte iba bastante bien, contento de estar allí siguiendo los planes que tan concienzudamente había planeado en casa.
Siempre hacia arriba, continuamos la marcha por aquel PR marcado para humanos del siglo XXI,
aunque en realidad era una senda contruída para animales de todos los siglos.
Pronto nos empezó a sobrar ropa...
En este paso Sherquito probó inicialmente una ruta algo arriesgada,
y como no le gustó, giraron moto y piloto 180 grados
aunque en otro plano giraron 90 y hubo que recuperar la verticalidad.
Ni corto ni perezoso Ángel se tiró cuesta abajo
y probó la trayectoria abierta anteriormente por DNT,
coronando con facilidad.
A trancas y barrancas, ayudándonos mutuamente, avanzábamos, sí, pero a un ritmo que hacía trizas nuestros sueños de llegar hasta Mosqueruela. Con suerte podríamos llegar a Villafranca. Y gracias.
En mi frente personal, no me libraba de los resbalones y patinazos,
pero mientras hubiere fuerzas, ¡gas y arriba!
En las proximidades del primer collado que debíamos salvar empezamos a gozar de la luz directa del sol
a la vez que la calleja se ensanchaba. Olvídábamos los patinazos y tomábamos una buena primera ración de escalones de roca.
Y así, alcanzamos la cota 1149, con un retraso considerable sobre los planes previstos. ¿Dónde seríamos capaces de llegar? ¡Ja, ja, ja! Pues solamente unos 8 kilómetros más allá. ¡Qué infelices!
PARTE 2-DE LA COTA 1149 A LA CHUPA
El descenso hacia La Chupa no fue tan movido como el ascenso hasta aquel collado. El único incoveniente fue que en algunos tramos la senda estaba medio perdida, con maleza y pedruscos acumulados por los derrumbamientos y el abandono, pero salvo algún despiste puntual, fuimos tirando a buen ritmo.
Si la subida fue casi toda recta, la bajada estaba plagada de curvas cerradas. Una de ellas era cerradísima, con escalón y abismo incluídos, estuvimos tan ocupados que no hubo foto.
Aquella era un vertiente de solana, así que ya no hubo más resbalones, si acaso algún traspiés sin importancia.
Y de aquellas maneras, buscando los hitos que marcaban el PR por bancales abandonados, fuimos bajando hasta La Chupa, donde comenzaría el segundo y definitivo desafío de la jornada: teníamos que encontrar un antiguo azagador para superar la primera barrera de montañas que se veía en el horizonte.
PARTE 3. DE LA CHUPA A LA COTA 1008
Por La Chupa pasamos en un visto y no visto, haríamos 200 metros de asfalto y otra vez a buscar un nuevo azagador. Esta vez no seguíamos ningún sendero balizado, haríamos pura arqueología, buceando entre un mar de piedras y rocas en busca de vestigios etnológicos largo tiempo abandonados.
Encontrar el inicio de la cañada costó un poco, pues estaba totalmente arruinada. Además, como todo el terreno era de un mismo color ocre, los restos del camino estaban camuflados camaleónicamente. Por suerte, una vez dimos con la senda correcta, vimos que podíamos seguir la línea que marcaba el gps por muy difuminada que estuviera la senda, aunque obstáculos no faltaron.
En alguna encrucijada hubo momentos de duda y tuvimos que inspeccionar diferentes alternativas a ver si conducían a alguna salida. No es que perdiéramos excesivo tiempo inspeccionando por ahí, pero ya se veía que este tramo no iba a ser fácil.
Nos tocó subir por un zig zag breve pero intenso, con piedras gigantescas atravesadas por doquier y matojos que ocultaban agujeros y más piedras, un auténtico campo minado en subida, vamos. Pensé que tal vez mis amigos me enviarían a la porra por insistir en continuar la marcha por aquella senda de destrucción, pero nadie insinuó la menor protesta.
Con esfuerzo culminamos el zigzag y llegamos a las ruinas de una masía.
Tras un inicio de senda algo desconcertante, casi para abandonar y no seguir, parecía que llegábamos a un altiplano donde las cosas serían más fáciles.
Por La Chupa pasamos en un visto y no visto, haríamos 200 metros de asfalto y otra vez a buscar un nuevo azagador. Esta vez no seguíamos ningún sendero balizado, haríamos pura arqueología, buceando entre un mar de piedras y rocas en busca de vestigios etnológicos largo tiempo abandonados.
Encontrar el inicio de la cañada costó un poco, pues estaba totalmente arruinada. Además, como todo el terreno era de un mismo color ocre, los restos del camino estaban camuflados camaleónicamente. Por suerte, una vez dimos con la senda correcta, vimos que podíamos seguir la línea que marcaba el gps por muy difuminada que estuviera la senda, aunque obstáculos no faltaron.
En alguna encrucijada hubo momentos de duda y tuvimos que inspeccionar diferentes alternativas a ver si conducían a alguna salida. No es que perdiéramos excesivo tiempo inspeccionando por ahí, pero ya se veía que este tramo no iba a ser fácil.
Nos tocó subir por un zig zag breve pero intenso, con piedras gigantescas atravesadas por doquier y matojos que ocultaban agujeros y más piedras, un auténtico campo minado en subida, vamos. Pensé que tal vez mis amigos me enviarían a la porra por insistir en continuar la marcha por aquella senda de destrucción, pero nadie insinuó la menor protesta.
Con esfuerzo culminamos el zigzag y llegamos a las ruinas de una masía.
Tras un inicio de senda algo desconcertante, casi para abandonar y no seguir, parecía que llegábamos a un altiplano donde las cosas serían más fáciles.
Sería aproximadamente en aquel momento cuando, al ir a reanudar la marcha, me quedé helado al ir a tocar el pedal del cambio de marchas. No estaba. Sencillamente, no estaba. No podía ser que hubiese vuelto a pasar en tan poco tiempo. Esta vez no se había doblado, la había seccionado. Tenía una de recambio que había comprado para llevarla con las herramientas, pero la había olvidado en casa. Quise que me tragara la tierra. Después de haber liado a mis amigos en aquella excursión suicida yo solito iba a tirarlo todo por la borda. Pero nadie dijo una palabra malsonante, cuando lo normal hubiera sido hacerme picadillo allí mismo.
No había manera de usar el cambio dignamente, había quedado sólo un centímetro de palanca libre y difícilmente podía manipularse. Convinimos en continuar hacia arriba y al menos culminar el azagador. Después, bajaríamos por camino o seguiríamos otra senda hacia La Mata, ya lo veríamos.
Los tramos de calleja que vinieron a continuación fueron igualmente exigentes.
Sherquito no tardó en sumarse a la fiesta de las averías. Si anteriormente se le había salido la cadena a su moto, ahora era el embrague el que empezaba a darle guerra. No embragaba bien, la moto o bien salía sola o se calaba enseguida. Pintaban bastos.
El sentido de la marcha al menos lo teníamos claro, siempre hacia arriba entre paredes,
más tarde o más temprano, pero seguro que con mucho esfuerzo, llegaríamos a culminar el collado.
A pesar de que el avance fue lento y de que allí rompimos las motos, reconozco que aquellas callejas abandonadas tenían un encanto especial.
Tras sufrir y empujar otro rato, finalmente la cañada quedó atrás y nos metimos en una frondosa senda
donde sustituímos el abrazo del predrusco por el del arbusto.
La subida tocaba a su fin, y unos cuantos arañazos y empujones después, nos reunimos todos en la pista donde moría el sendero. Era momento de evaluar la gravedad de nuestra situación y reflexionar acerca del futuro más próximo.
PARTE 4. DE LA COTA 1008 A LA MANTA DE MORELLA
En la cota 1008 descubrimos que el embrague hidráulico de la Sherco había pasado a ser embrague "en seco", o sea, a base de aire en el latiguillo. Ni corto ni perezoso DNT ofreció aceite de mezcla 2T para rellenar el depósito, ya que no había nada mejor a mano. Sopesamos los pros y los contras y se decidió hacer un cóctel de DOT4 con Castrol TT. A continuación Sherquito hizo un test rápido a base de acelerones, derrapadas y caballitos y dijo que okay.
La siguiente fase nos llevaría de bajada hasta La Mata de Morella. Yo seguiría en primera todo el rato, ya que el terreno era teóricamente trialero. Al menos, acabaríamos decentemente la excursión.
Comenzamos el descenso por un azagador amplísimo, que es lo mismo que decir campo a través. Entre hierbajos y piedras cada uno buscaba su trazada asumiendo su cuota personal de riesgo, cualquier cosa podía esconderse bajo la maleza. En realidad se trataba de un PR, pero de aquellos que difícilmente son transitados por los senderistas; más áspero y desagradecido no podía ser el terreno.
Paulatinamente el azagador se fue convirtiendo en senda
y siguiendo una serie vertiginosa de zigzags fuimos aproximándonos a nuestro destino. Cada uno bajó a su aire, en uno de aquellos momentos en que el grupo se estira, confías en que el compañero se las apañará él solo y que ya nos reuniremos abajo del todo.
Fue entonces cuando Sherquito nos comunicó que la chapuza del aceite 2T no había funcionado mucho más allá de unos pocos minutos, y que se encontraba otra vez sin embrague. Ante tal coyuntura, con dos motos inutilizadas, la excursión se iba definitivamente al carajo. Unos minutos antes yo había sugerido a mis compañeros que tomasen mi gps y continuaran ellos dos la excursión mientras yo les esperaba en el coche, pero las dudas ya habían acabado de despejarse.
Al menos La Manta ya estaba a la vista.
Para llegar al pueblo debíamos afrontar una zona salvaje, con cruce de río incluído.
Llegados a este punto, teóricamente estaba planeada una sección larga, fluida y ya conocida, pero andábamos fastidiados, de modo que tomamos el rumbo de la cafetería más cercana para echarnos unos tragos y olvidar nuestras penas. En la taberna de La Manta todavía tuvimos ganas de discutir sobre qué tipo de embrague era mejor en una enduro, si el de cable o el hidráulico.
Había motivos para meterse un whisky doble, pero aún debíamos volver hasta Rimambel por carretera.
Tristemente, cargamos las motos y nos fuimos a comer al hostal.
Un par de horitas de coche hasta Sortota para los más afortunados, y otras dos de propina para Ángel que venía de más lejos. Vaya decepción.
En la cota 1008 descubrimos que el embrague hidráulico de la Sherco había pasado a ser embrague "en seco", o sea, a base de aire en el latiguillo. Ni corto ni perezoso DNT ofreció aceite de mezcla 2T para rellenar el depósito, ya que no había nada mejor a mano. Sopesamos los pros y los contras y se decidió hacer un cóctel de DOT4 con Castrol TT. A continuación Sherquito hizo un test rápido a base de acelerones, derrapadas y caballitos y dijo que okay.
La siguiente fase nos llevaría de bajada hasta La Mata de Morella. Yo seguiría en primera todo el rato, ya que el terreno era teóricamente trialero. Al menos, acabaríamos decentemente la excursión.
Comenzamos el descenso por un azagador amplísimo, que es lo mismo que decir campo a través. Entre hierbajos y piedras cada uno buscaba su trazada asumiendo su cuota personal de riesgo, cualquier cosa podía esconderse bajo la maleza. En realidad se trataba de un PR, pero de aquellos que difícilmente son transitados por los senderistas; más áspero y desagradecido no podía ser el terreno.
Paulatinamente el azagador se fue convirtiendo en senda
y siguiendo una serie vertiginosa de zigzags fuimos aproximándonos a nuestro destino. Cada uno bajó a su aire, en uno de aquellos momentos en que el grupo se estira, confías en que el compañero se las apañará él solo y que ya nos reuniremos abajo del todo.
Fue entonces cuando Sherquito nos comunicó que la chapuza del aceite 2T no había funcionado mucho más allá de unos pocos minutos, y que se encontraba otra vez sin embrague. Ante tal coyuntura, con dos motos inutilizadas, la excursión se iba definitivamente al carajo. Unos minutos antes yo había sugerido a mis compañeros que tomasen mi gps y continuaran ellos dos la excursión mientras yo les esperaba en el coche, pero las dudas ya habían acabado de despejarse.
Al menos La Manta ya estaba a la vista.
Para llegar al pueblo debíamos afrontar una zona salvaje, con cruce de río incluído.
Llegados a este punto, teóricamente estaba planeada una sección larga, fluida y ya conocida, pero andábamos fastidiados, de modo que tomamos el rumbo de la cafetería más cercana para echarnos unos tragos y olvidar nuestras penas. En la taberna de La Manta todavía tuvimos ganas de discutir sobre qué tipo de embrague era mejor en una enduro, si el de cable o el hidráulico.
Había motivos para meterse un whisky doble, pero aún debíamos volver hasta Rimambel por carretera.
Tristemente, cargamos las motos y nos fuimos a comer al hostal.
Un par de horitas de coche hasta Sortota para los más afortunados, y otras dos de propina para Ángel que venía de más lejos. Vaya decepción.
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