PENSACOLA-MORELIA. MARZO 2013
Tras varios aplazamientos y modificaciones por fin llegó el día. Bueno,
primero llegaron a Pensacola los visitantes la tarde anterior, Deivid y
Moncu. Aquella misma noche empezó a caer una fina lluvia que lubricaría
bien las piedras en la sierra, y algunos cometimos la insensatez de
atizarnos un par de botellas de ribeiro turbio que nos amargaría la
digestión de madrugada. A la mañana siguiente nos levantamos más tarde
de lo previsto, tercer error. El track planeado, demasiado ambicioso, se
sumaría a la lista de negligencias e inconvenientes. El promotor de la
salida, o sea, el que escribe, para complicar las cosas, llegaba bajo de
forma tras 20 días de inactividad total a causa de una lumbalgia. Por
suerte, para mí, a última hora se apuntaron a la excursión DNT y Ricard,
que providencialmente me sacaron del atolladero varias veces, ya fuera
empujándome en las rampas, rescatándome del lecho de los ríos o
directamente subiéndome la moto en algún punto conflictivo. Total, que
al final fuimos cinco los participantes, en eso sí cumplimos el guión
previsto a rajatabla. El resto: los horarios, el recorrido, la media...
fue un desfase.
Calculo que completamos un 70% del recorrido. Se nos hizo de noche antes de tiempo y el retorno desde Calzadella fue por asfalto, una pena, porque prescindimos de un 30% restante tremendo.
Calculo que completamos un 70% del recorrido. Se nos hizo de noche antes de tiempo y el retorno desde Calzadella fue por asfalto, una pena, porque prescindimos de un 30% restante tremendo.
Pero no adelantemos acontecimientos. Amaneció y nos aprestamos a
preparar las monturas en el aparcamiento del camping. La estrella era la
KTM de Moncu, que estrenaba horquillas Ohlins. ¿Pasarían el test?
Enseguida llegaron los refuerzos de Tortosa y todos juntos nos fuimos
caminito de la gasolinera, donde coincidimos con Andrés, un endurero de
Pensacola con quien estuvimos charlando un rato y que amablemente nos
sacó este retrato de grupo.
El primer asalto consistía en superar la sierra de Rita, desde la misma
costa hasta el valle por donde pasa la autopista, todo ello por
pedregosas sendas a través de colinas peladas donde solo crecen palmitos
y otros feos arbustos.
Deivid, emocionado. Al fondo, la fortaleza del papa Cuba.
Nos dimos un buen atracón de piedras nada más comenzar, bastante innecesario, francamente.
Al fin y al cabo se trataba de senderos bastante insulsos y muy
machacones, exactamente 8 kilómetros hasta la primera rampa interesante,
donde cada uno se las ingenió para subir a su manera. Yo fui el último
en culminar y me perdí el espectáculo, pero creo que allí se produjeron
los primeros revolcones del día. Ya bien calientes bajamos hasta la vía
de servicio de la autopista. Hasta allí habían sido 9,5 kms de senderos,
un buen precalentamiento.
Tras cruzar la autopista, la nacional y el ferrocarril subterráneamente, encaramos las Atalayas de Aylalá siguiendo 3,5 kms de inédita, rocosa y resbaladiza senda, siempre en ascenso. El terreno, similar al de Rita, monte bajo, piedras, resbalones y a sufrir.
Tras cruzar la autopista, la nacional y el ferrocarril subterráneamente, encaramos las Atalayas de Aylalá siguiendo 3,5 kms de inédita, rocosa y resbaladiza senda, siempre en ascenso. El terreno, similar al de Rita, monte bajo, piedras, resbalones y a sufrir.
Una vez arriba, incómodas pistas deshechas hasta llegar al barranco de
la Gartotxa. Por lo menos pudimos disfrutar de buenas vistas: la plana
de Sinarroz, el delta del Berro y la sierra del Montsaí.
En una rampa inofensiva me encontré semi caído a Ricard y por
solidaridad me atasqué yo también justo a su altura. Empujándonos
mutuamente y practicando el arte del burn-out superamos el repecho.
Otras dos secciones de senderos fáciles y llegamos a Cerveza del
Máster, donde yo pedí tiempo muerto para hidratarnos en el bar.
Llevábamos sólo 33 kms y yo ya sufría de calambres, Deivid andaba
tacirtuno, a los otros se les veía bien.
Íbamos muy mal de tiempo, yo no me atrevía ni a mirar el reloj. Podíamos
haber tirado directamente por la rambla, pero yo no quería saltarme el
guión y tras el refrigerio subiríamos hacia la partida de Las Horcas
por un entretenido zigzag. Aquí Moncu llegando al punto clave,
DNT subiendo con estilo,
y Deivid en una cornisa ya más arriba.
Descendimos de nuevo a la rambla y tras una caída tonta sufrí una crisis
de calambres fuertes en las piernas que me dejaron inútil un par de
minutos. Suerte que tras estirarme y recuperarme, Moncu me invitó a un
chute de gel resucitador.
Creo que le debo mucho al potingue ese, pues a pesar del desgaste que
todavía nos aguardaba, fui capaz de acabar el recorrido, a mi ritmo, y
gracias también a la paciencia y ayuda extra del resto de compañeros.
Fueron 24 kilómetros de rambla, primero por caminos y luego sobre el lecho de piedras donde cada uno buscaba la trazada que más le convenía.
Fueron 24 kilómetros de rambla, primero por caminos y luego sobre el lecho de piedras donde cada uno buscaba la trazada que más le convenía.
A causa de las nevadas y lluvias de los días precedentes un hilo de agua
corría por el tramo medio, pero a medida que nos acercamos a la
cabecera la rambla adoptó su aspecto más descarnado, árido y pétreo.
Qué insignificantes parecen el hombre y la máquina contra el mineral.
La riera se fue estrechando y nos tocó circunvalar alguna pared insalvable vía senda lateral,
para volver a bajar otra vez al río seco.
A la altura de Patí abandonamos definitivamente la rambla y, en una zona de transición
entre el Masserrat y els Horts, iniciamos un largo e inquietante trecho
por caminos entre fincas ganaderas rodeados casi permanentemente de
toros y vacas.
El trayecto por territorio bovino fue acelerado inicialmente. Moncu, me
pasó como un misil y tomó el liderato, se le veía ansioso por probar las
Ohlins a ritmo de raid. Un burro que bloqueaba el camino nos hizo bajar
el ritmo y nos avisó de que la excursión se transformaba en safari por
un tiempo. Yo me puse delante básicamente para evitar que Moncu no
corriese mucho y se estrellara contra una res, como aquel francés del
Dakar, David Casteu.
Sin mayores conflictos con los astados, llegamos a una sendita en ascenso a través de un bosque, donde comprobamos los efectos de las últimas nevadas en forma de árboles caídos. A mí, que iba cerrando el grupo, me vino de perlas la catástrofe arbórea, pues me permitía conectar con los de delante mientras paraban a limpiar las ramas y troncos caídos sobre la senda.
Salimos a una pista y nos adentramos definitivamente por las altas tierras de els Horts.
Sin mayores conflictos con los astados, llegamos a una sendita en ascenso a través de un bosque, donde comprobamos los efectos de las últimas nevadas en forma de árboles caídos. A mí, que iba cerrando el grupo, me vino de perlas la catástrofe arbórea, pues me permitía conectar con los de delante mientras paraban a limpiar las ramas y troncos caídos sobre la senda.
Salimos a una pista y nos adentramos definitivamente por las altas tierras de els Horts.
Primeros contactos con los azagadores típicos de la comarca. Al principio, muy anchos.
Después, algo de pista y para ganarnos el cielo, un poco de camino de San Tiago por encima de suaves cerros
y a través de arroyuelos que anticipaban la parte verdaderamente húmeda de la excursión.
Estábamos ya a a menos de 10 kms de Morelia cuando nos internamos por un
estrecho y teóricamente inofensivo barranquillo, al menos en seco. Con
agua, las cosas fueron diferentes. Yo, que iba al frente pero con la
eximente de ir de "patricio" pedí ayuda para subir la moto. El resto
exhibieron diferentes estilos, pero todos nos remojamos bien los pies.
Aquí DNT tomando primero la temperatura del agua,
Aquí DNT tomando primero la temperatura del agua,
para colocar la moto bien después.
Ricard, en dos tiempos.
Deivid, por las bravas,
igual que Moncu.
Hasta las trancas de agua, seguimos deambulando entre la corriente, los charcos y las piscinas,
e incluso alguno se subió por las paredes.
Fue salir del barranco y ponerse a llover, qué gracia. Una última portera por abrir
y tuvimos Morelia a nuestros pies.
Llovía y el viento pegaba fuerte, así que hubo poco tiempo para
celebraciones. Se imponía bajar rápido a la ciudad para guarecernos,
repostar y tomar un bocado. El descenso fue por una senda convertida
provisionalmente en riachuelo, preciosa, pero no hay documentos
gráficos. 95 kilómetros después, llegábamos al ecuador sentimental de la
salida; el ecuador real todavía distaba unos 20 kilómetros más allá.
La ida había sido más dura y lenta de lo previsto por culpa del terreno
húmedo y como consecuencia el promedio previsto por la organización se
había ido a hacer gárgaras. Yo había planeado estar en Morelia sobre la
una del mediodía, pero cuando quisimos iniciar la vuelta las sombras ya
eran muy largas.
No completaríamos el proyecto. El objetivo ahora era llegar de día hasta donde pudiésemos. De perdidos, al río.
Al río Regantes me refiero.
Iba algo desbordado y encontramos más agua de lo previsto antes de
tiempo. En una secuencia de hechos algo incomprensibles, DNT me sacó
del río, pues me encallé en el único agujero del vado, después cruzó a a
la otra orilla
y en el último instante resbaló en la rampa de salida, momento en que
Ricard se agregó al cisco y montaron allí un Harlem Shake improvisado.
El Regantes bajaba radiante, y podíamos cruzarlo trampeando aquí y allá
durante un tiempo, pero un tramo largo justo por el interior del cauce
previsto para épocas menos húmedas nos conduciría inexorablemente al
naufragio. Estuvo divertido mientras duró, pero debíamos alejarnos del
río.
Por suerte, recordaba una alternativa interesante que nacía en el mas
del Romero que nos podía salvar la ruta. Inicialmente no quería pasar
por allí porque el mas está habitado, y la senda pasa justo por el lado
de la pared de la misma vivienda, pero no había más remedio. La casa se
rodeaba por aquí:
Yo iba apurado para trepar por allí y le pedí a Ricard que me subiera la
moto, fue una suerte tenerle a mano. Yo creo que este tío no sudó en
ningún momento del día.
Por un callejón y unas escaleras junto a los corrales se bordeaba el mas,
y a partir de
ahí unos 5 kilómetros de senda suave, primero entre bosques de encinas,
luego por lomas peladas, a veces campo través buscando una traza fiable,
y finalmente un paseo por un bosque umbrío lleno de grandes manchas de
nieve que muchos recordarán como uno de los momentos más agradables de
la salida, pero me temo que nadie se detuvo a inmortalizarlo.
Salimos de la senda directos a una comarcal y tras unos 5 kms rápidos de
asfalto, retorno al offroad bajando por camino hasta el pont de la Xiruca.
Bueno, el camino existía antes de los últimos temporales, actualmente
en algunos momentos es otra cosa.
Los numerosos árboles caídos hicieron las veces de chicanes, así que un
camino a priori aburrido se convirtió en un inesperado y ameno
pasatiempo. Acto seguido, un par de kilómetros por la nacional de enlace
hasta una zona de túneles por donde introducirnos en el barranco de la Llivallana, no muy largo pero sí intenso.
La noche se aproximaba y no podíamos entretenernos, de modo que prescidimos de alguna sección endurera poco relevante para llegar cuanto antes a las inmediaciones de Patí, donde nos esperaba un largo sendero hasta la ermita de Sant Client primero, y hasta el mas Planch después.
La noche se aproximaba y no podíamos entretenernos, de modo que prescidimos de alguna sección endurera poco relevante para llegar cuanto antes a las inmediaciones de Patí, donde nos esperaba un largo sendero hasta la ermita de Sant Client primero, y hasta el mas Planch después.
En este mas nos tocó desmontar una empalizada a base de tela metálica y
troncos, poco obstáculo para una banda de hombres fornidos como
nosotros. Más pistas rápidas hasta Gírit, donde nos esperaba la última
tachuela del día, la subida a Santa Trastámara donde ya nos fuimos
despidiendo de la acción endurera seria y asumiendo que nos aguardaba un
largo enlace hasta Pensacola.
De camino hacia Calzadella comprobamos que la rambla estaba anegada y que habría sido imposible transitar por ella. El agua, de hecho, se había comido algunos caminos y a la primera oportunidad optamos por salir a la carretera.
De camino hacia Calzadella comprobamos que la rambla estaba anegada y que habría sido imposible transitar por ella. El agua, de hecho, se había comido algunos caminos y a la primera oportunidad optamos por salir a la carretera.
Una tregua para repostar y también para que los más precavidos pusieran en marcha los focos extra.
A Deivid le traicionó la instalación eléctrica en el peor momento, por
cierto, aunque pudo resucitarla para que le aguantara unos pocos minutos
antes de dejarle sin luces definitivamente.
Los últimos 28 kms entre Calzadella, Santa Sardalena y Pensacola los
cubrimos tristemente por asfalto ya totalmente de noche. Quedó pendiente
un final de infarto donde a buen seguro se habrían vivido escenas
dantescas
, pero no pudo ser. Al final, cerca de 12 horas de excursión y 150 kms por campo, se dice
pronto. Gracias a todos los participantes por venir y hasta la próxima.
Fin
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