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domingo, 21 de abril de 2013

PENSACOLA-MORELIA. MARZO 2013

PENSACOLA-MORELIA. MARZO 2013

Tras varios aplazamientos y modificaciones por fin llegó el día. Bueno, primero llegaron a Pensacola los visitantes la tarde anterior, Deivid y Moncu. Aquella misma noche empezó a caer una fina lluvia que lubricaría bien las piedras en la sierra, y algunos cometimos la insensatez de atizarnos un par de botellas de ribeiro turbio que nos amargaría la digestión de madrugada. A la mañana siguiente nos levantamos más tarde de lo previsto, tercer error. El track planeado, demasiado ambicioso, se sumaría a la lista de negligencias e inconvenientes. El promotor de la salida, o sea, el que escribe, para complicar las cosas, llegaba bajo de forma tras 20 días de inactividad total a causa de una lumbalgia. Por suerte, para mí, a última hora se apuntaron a la excursión DNT y Ricard, que providencialmente me sacaron del atolladero varias veces, ya fuera empujándome en las rampas, rescatándome del lecho de los ríos o directamente subiéndome la moto en algún punto conflictivo. Total, que al final fuimos cinco los participantes, en eso sí cumplimos el guión previsto a rajatabla. El resto: los horarios, el recorrido, la media... fue un desfase.

Calculo que completamos un 70% del recorrido. Se nos hizo de noche antes de tiempo y el retorno desde Calzadella fue por asfalto, una pena, porque prescindimos de un 30% restante tremendo.

Pero no adelantemos acontecimientos. Amaneció y nos aprestamos a preparar las monturas en el aparcamiento del camping. La estrella era la KTM de Moncu, que estrenaba horquillas Ohlins. ¿Pasarían el test? 



Enseguida llegaron los refuerzos de Tortosa y todos juntos nos fuimos caminito de la gasolinera, donde coincidimos con Andrés, un endurero de Pensacola con quien estuvimos charlando un rato y que amablemente nos sacó este retrato de grupo.


El primer asalto consistía en superar la sierra de Rita, desde la misma costa hasta el valle por donde pasa la autopista, todo ello por pedregosas sendas a través de colinas peladas donde solo crecen palmitos y otros feos arbustos.

Deivid, emocionado. Al fondo, la fortaleza del papa Cuba.
 




Nos dimos un buen atracón de piedras nada más comenzar, bastante innecesario, francamente. 



Al fin y al cabo se trataba de senderos bastante insulsos y muy machacones, exactamente 8 kilómetros hasta la primera rampa interesante, donde cada uno se las ingenió para subir a su manera. Yo fui el último en culminar y me perdí el espectáculo, pero creo que allí se produjeron los primeros revolcones del día. Ya bien calientes bajamos hasta la vía de servicio de la autopista. Hasta allí habían sido 9,5 kms de senderos, un buen precalentamiento.

Tras cruzar la autopista, la nacional y el ferrocarril subterráneamente, encaramos las Atalayas de Aylalá siguiendo 3,5 kms de inédita, rocosa y resbaladiza senda, siempre en ascenso. El terreno, similar al de Rita, monte bajo, piedras, resbalones y a sufrir.


Una vez arriba, incómodas pistas deshechas hasta llegar al barranco de la Gartotxa. Por lo menos pudimos disfrutar de buenas vistas: la plana de Sinarroz, el delta del Berro y la sierra del Montsaí.


En una rampa inofensiva me encontré semi caído a Ricard y por solidaridad me atasqué yo también justo a su altura. Empujándonos mutuamente y practicando el arte del burn-out superamos el repecho. Otras dos secciones de senderos fáciles y llegamos a Cerveza del Máster, donde yo pedí tiempo muerto para hidratarnos en el bar. Llevábamos sólo 33 kms y yo ya sufría de calambres, Deivid andaba tacirtuno, a los otros se les veía bien.
Íbamos muy mal de tiempo, yo no me atrevía ni a mirar el reloj. Podíamos haber tirado directamente por la rambla, pero yo no quería saltarme el guión y tras el refrigerio subiríamos hacia la partida de Las Horcas por un entretenido zigzag. Aquí Moncu llegando al punto clave,


 DNT subiendo con estilo,


y Deivid en una cornisa ya más arriba.





Descendimos de nuevo a la rambla y tras una caída tonta sufrí una crisis de calambres fuertes en las piernas que me dejaron inútil un par de minutos. Suerte que tras estirarme y recuperarme, Moncu me invitó a un chute de gel resucitador. 
 
 
Creo que le debo mucho al potingue ese, pues a pesar del desgaste que todavía nos aguardaba, fui capaz de acabar el recorrido, a mi ritmo, y gracias también a la paciencia y ayuda extra del resto de compañeros.

Fueron 24 kilómetros de rambla, primero por caminos y luego sobre el lecho de piedras donde cada uno buscaba la trazada que más le convenía.


A causa de las nevadas y lluvias de los días precedentes un hilo de agua corría por el tramo medio, pero a medida que nos acercamos a la cabecera la rambla adoptó su aspecto más descarnado, árido y pétreo.
 
 
Qué insignificantes parecen el hombre y la máquina contra el mineral. 

 
La riera se fue estrechando y nos tocó circunvalar alguna pared insalvable vía senda lateral,
 
 
para volver a bajar otra vez al río seco.




A la altura de Patí abandonamos definitivamente la rambla y, en una zona de transición entre el Masserrat y els Horts, iniciamos un largo e inquietante trecho por caminos entre fincas ganaderas rodeados casi permanentemente de toros y vacas.

El trayecto por territorio bovino fue acelerado inicialmente. Moncu, me pasó como un misil y tomó el liderato, se le veía ansioso por probar las Ohlins a ritmo de raid. Un burro que bloqueaba el camino nos hizo bajar el ritmo y nos avisó de que la excursión se transformaba en safari por un tiempo. Yo me puse delante básicamente para evitar que Moncu no corriese mucho y se estrellara contra una res, como aquel francés del Dakar, David Casteu.

Sin mayores conflictos con los astados, llegamos a una sendita en ascenso a través de un bosque, donde comprobamos los efectos de las últimas nevadas en forma de árboles caídos. A mí, que iba cerrando el grupo, me vino de perlas la catástrofe arbórea, pues me permitía conectar con los de delante mientras paraban a limpiar las ramas y troncos caídos sobre la senda.

Salimos a una pista y nos adentramos definitivamente por las altas tierras de els Horts.
 


Primeros contactos con los azagadores típicos de la comarca. Al principio, muy anchos.



Después, algo de pista y para ganarnos el cielo, un poco de camino de San Tiago por encima de suaves cerros
 
 
y a través de arroyuelos que anticipaban la parte verdaderamente húmeda de la excursión.




Estábamos ya a a menos de 10 kms de Morelia cuando nos internamos por un estrecho y teóricamente inofensivo barranquillo, al menos en seco. Con agua, las cosas fueron diferentes. Yo, que iba al frente pero con la eximente de ir de "patricio" pedí ayuda para subir la moto. El resto exhibieron diferentes estilos, pero todos nos remojamos bien los pies.

Aquí DNT tomando primero la temperatura del agua,
 

 para colocar la moto bien después.

 
Ricard, en dos tiempos.





Deivid, por las bravas,


 
igual que Moncu.
 
 
Hasta las trancas de agua, seguimos deambulando entre la corriente, los charcos y las piscinas,





e incluso alguno se subió por las paredes.

 
Fue salir del barranco y ponerse a llover, qué gracia. Una última portera por abrir 
 
y tuvimos Morelia a nuestros pies.




Llovía y el viento pegaba fuerte, así que hubo poco tiempo para celebraciones. Se imponía bajar rápido a la ciudad para guarecernos, repostar y tomar un bocado. El descenso fue por una senda convertida provisionalmente en riachuelo, preciosa, pero no hay documentos gráficos. 95 kilómetros después, llegábamos al ecuador sentimental de la salida; el ecuador real todavía distaba unos 20 kilómetros más allá.
La ida había sido más dura y lenta de lo previsto por culpa del terreno húmedo y como consecuencia el promedio previsto por la organización se había ido a hacer gárgaras. Yo había planeado estar en Morelia sobre la una del mediodía, pero cuando quisimos iniciar la vuelta las sombras ya eran muy largas.
 
 
No completaríamos el proyecto. El objetivo ahora era llegar de día hasta donde pudiésemos. De perdidos, al río.

 
Al río Regantes me refiero.
 
 
Iba algo desbordado y encontramos más agua de lo previsto antes de tiempo. En una secuencia de hechos algo incomprensibles, DNT me sacó del río, pues me encallé en el único agujero del vado, después cruzó a a la otra orilla

 
y en el último instante resbaló en la rampa de salida, momento en que Ricard se agregó al cisco y montaron allí un Harlem Shake improvisado.
 
 
El Regantes bajaba radiante, y podíamos cruzarlo trampeando aquí y allá durante un tiempo, pero un tramo largo justo por el interior del cauce previsto para épocas menos húmedas nos conduciría inexorablemente al naufragio. Estuvo divertido mientras duró, pero debíamos alejarnos del río.
 



Por suerte, recordaba una alternativa interesante que nacía en el mas del Romero que nos podía salvar la ruta. Inicialmente no quería pasar por allí porque el mas está habitado, y la senda pasa justo por el lado de la pared de la misma vivienda, pero no había más remedio. La casa se rodeaba por aquí:
 
 
Yo iba apurado para trepar por allí y le pedí a Ricard que me subiera la moto, fue una suerte tenerle a mano. Yo creo que este tío no sudó en ningún momento del día.

 
Por un callejón y unas escaleras junto a los corrales se bordeaba el mas,
 
 
y a partir de ahí unos 5 kilómetros de senda suave, primero entre bosques de encinas, luego por lomas peladas, a veces campo través buscando una traza fiable, y finalmente un paseo por un bosque umbrío lleno de grandes manchas de nieve que muchos recordarán como uno de los momentos más agradables de la salida, pero me temo que nadie se detuvo a inmortalizarlo.

Salimos de la senda directos a una comarcal y tras unos 5 kms rápidos de asfalto, retorno al offroad bajando por camino hasta el pont de la Xiruca. Bueno, el camino existía antes de los últimos temporales, actualmente en algunos momentos es otra cosa.
 
 
Los numerosos árboles caídos hicieron las veces de chicanes, así que un camino a priori aburrido se convirtió en un inesperado y ameno pasatiempo. Acto seguido, un par de kilómetros por la nacional de enlace hasta una zona de túneles por donde introducirnos en el barranco de la Llivallana, no muy largo pero sí intenso.

La noche se aproximaba y no podíamos entretenernos, de modo que prescidimos de alguna sección endurera poco relevante para llegar cuanto antes a las inmediaciones de Patí, donde nos esperaba un largo sendero hasta la ermita de Sant Client primero, y hasta el mas Planch después.
 
En este mas nos tocó desmontar una empalizada a base de tela metálica y troncos, poco obstáculo para una banda de hombres fornidos como nosotros. Más pistas rápidas hasta Gírit, donde nos esperaba la última tachuela del día, la subida a Santa Trastámara donde ya nos fuimos despidiendo de la acción endurera seria y asumiendo que nos aguardaba un largo enlace hasta Pensacola.

De camino hacia Calzadella comprobamos que la rambla estaba anegada y que habría sido imposible transitar por ella. El agua, de hecho, se había comido algunos caminos y a la primera oportunidad optamos por salir a la carretera.
 
 
Una tregua para repostar y también para que los más precavidos pusieran en marcha los focos extra.



A Deivid le traicionó la instalación eléctrica en el peor momento, por cierto, aunque pudo resucitarla para que le aguantara unos pocos minutos antes de dejarle sin luces definitivamente.

 
Los últimos 28 kms entre Calzadella, Santa Sardalena y Pensacola los cubrimos tristemente por asfalto ya totalmente de noche. Quedó pendiente un final de infarto donde a buen seguro se habrían vivido escenas dantescas Razz , pero no pudo ser. Al final, cerca de 12 horas de excursión y 150 kms por campo, se dice pronto. Gracias a todos los participantes por venir y hasta la próxima. Fin
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