Fueron tres días y medio intensos al volante y al manillar, de viernes a
lunes. Como suele pasar en estos viajes largos hubo un poco de todo:
clímax, decepción, aburrimiento, excitación, sorpresa, etc. Suerte de
las fotos y el gps, si no, no recordaría ni la décima parte de lo
sucedido.
DÍA 1. MOURIÑO DE GÁLLEGO-ZORONZ. 170 kms
DÍA 1. MOURIÑO DE GÁLLEGO-ZORONZ. 170 kms
Tenía pensado salir desde Ayerbe pero a última hora encontré un hotel
que estratégicamente me convenía más en Mouriño, unos kms
más al norte. Mirad si era conveniente que nada más salir el sábado, en
el kilómetro 1 de excursión, ya estaba en pleno fregado,
y en el 3 seguíamos igual, avanzando hacia los Llanos de Rigolos por
destartalado sendero. En realidad el río Gállego me separaba de esas
moles verticales.
No sabía muy bien cómo, pero debía avanzar a media altura por aquel
desfiladero hasta acabar unos 5 kilómetros en total de la llamada por mí
"senda de aproximación".
La trialera "buena" venía a continuación, pero con esta ya tuve bastante, imagináos cómo sería.
Recordaba haber trazado aquel track a conciencia, pero no me sonaba que
fuera tan colgado sobre el abismo. Llegué a un primer punto de no
retorno, o al menos de muy difícil retorno. No por el precipicio en sí,
sino por la relativamente fuerte bajada que venía a continuación. Era
pronto, estaba fuerte y con ganas, así que asumí el riesgo.
Aquí el mismo lugar visto desde otro ángulo. Di un pequeño paseo para
asegurarme de que no había otro obstáculo peor después y me lancé.
Iba relativamente bien, los problemas llegaron después. La senda se
volvió más empinada y estrecha a la vez que las rocas fueron
reemplazadas por tierra. La cornisa por la que avanzaba se volvió más
resbaladiza y a veces con cierta inclinación hacia el vacío. Con el
cansancio llegaron los errores, y a pesar de descabalgar para pasar los
lugares más conflictivos, perdí la rueda trasera en tres ocasiones. Por
suerte la moto no se fue al infierno, pero me costó bastante levantarla
para volver a situarla en la estrecha repisa. Fueron maniobras penosas y
delicadas, y me tomé mi tiempo para no agotarme ni empeorar la posición
de la máquina, muy expuesta en todo momento. Al menos podía disfrutar
de una incomparable vista: los Mallos, el río, las balsas de rafting, y
también el ir y venir de motos deportivas por la carretera que tenía
debajo mismo. Algunos coches se detenían en el arcén para observar a los
piragüistas y balseros; en alguna ocasión creo que me miraban a mí
cuando hacía el afilador por aquellas rampas unos cuantos metros más
arriba. Debían flipar. Y yo sudando la gota gorda.
Consumí mis reservas de agua y también una dosis de isostar-gelatina (gracias por la recomendación, Moncu , esta vez ya ves que venía más preparado para los excesos). Con la solana, los excesos y el stress de no saber si saldría vivo de allí, entré en la fase de supervivencia, o sea, la fase en la que piensas qué coño estás haciendo allí y en la que empiezas a obsesionarte con la salida. Tras superar un pequeño collado se iniciaba un cómodo descenso sin exposición, y a unos 500 metros se vislumbraba una granja donde debía terminar el sendero. Lo más dramático había pasado.
Eso creía yo. Unos 100 metros antes de conectar con la pista que llevaba a la granja me encontré con un torrente que fracturaba el terreno más de lo deseable. Aunque el paso era algo peligroso por lo menos no moriría deshidratado, y mientras reconocía el terreno engullí algún que otro litro de agua para recuperarme del sofocón que llevaba acumulado. El reconocimiento me dejó desolado: la salida del torrente implicaba superar un escalón de casi un metro de altura, perfectamente vertical, en diagonal a la trayectoria más propicia, con un pozo profundo a su derecha, y justo después de cruzar el riachuelo sobre rocas babosas y enfangadas. Aquel golpe de teatro no me lo esperaba. Había soportado muy dignamente un calvario sobre el abismo y ahora un maldito escalón me separaba definitivamente de la salida. Volver atrás era una locura, tocaba pues acometer tareas de ingeniería por mucho que me costasen.
Picando piedras rebajé el escalón lo que pude, y después trasporté algunas losas hasta su base para no enfangar las ruedas justo antes de acometer la subida. Me costó un tiempo, pero no había más remedio. Tras concluir el trabajo de zapador, situé la moto en posición y sin pensarlo mucho más, di gas y tiré para arriba. Tuve la agradable sensación de que iba a coronar, pero no, me faltó el último tercio. La moto quedó escorada en difícil posición a punto de precipitarse al pozo. Si intentaba levantarla para volver atrás y probar un segundo intento, seguramente se escurriría sin remisión hacia las profundidades; había quedado en equilibrio muy precario y un solo movimiento más de la moto acabaría en catástrofe. Enseguida entendí que aquello no era tarea para un solo hombre.
Pensé en pedir ayuda al granjero, con suerte estaría en casa, y solamente había unos 300 metros hasta allí. Mientras caminaba hacia la granja comprobé con rabia la ridícula dificultad del sendero que me quedaba por delante. Ya de paso me electrocuté con el pastor eléctrico que bordeaba el camino, y encima en la granja no había nadie, solo bestias. El plan C consistía en bajar por la pista hasta la carretera (otros 300 metros más, por suerte), y pedir ayuda a alguno de los motoristas que pasaban por allí. Debía ser ya la hora de comer, porque una vez en el asfalto no pasaba nadie, joder. Por suerte, la primera moto que pasó se detuvo y el piloto se mostró receptivo. Dejó a su novia y a la Triumph en la carretera y nosotros dos nos subimos a pie hasta el lugar del casi-naufragio. Allí nos rebozamos en barro y agua, pero al final y no sin dificultad, subimos la moto.
Consumí mis reservas de agua y también una dosis de isostar-gelatina (gracias por la recomendación, Moncu , esta vez ya ves que venía más preparado para los excesos). Con la solana, los excesos y el stress de no saber si saldría vivo de allí, entré en la fase de supervivencia, o sea, la fase en la que piensas qué coño estás haciendo allí y en la que empiezas a obsesionarte con la salida. Tras superar un pequeño collado se iniciaba un cómodo descenso sin exposición, y a unos 500 metros se vislumbraba una granja donde debía terminar el sendero. Lo más dramático había pasado.
Eso creía yo. Unos 100 metros antes de conectar con la pista que llevaba a la granja me encontré con un torrente que fracturaba el terreno más de lo deseable. Aunque el paso era algo peligroso por lo menos no moriría deshidratado, y mientras reconocía el terreno engullí algún que otro litro de agua para recuperarme del sofocón que llevaba acumulado. El reconocimiento me dejó desolado: la salida del torrente implicaba superar un escalón de casi un metro de altura, perfectamente vertical, en diagonal a la trayectoria más propicia, con un pozo profundo a su derecha, y justo después de cruzar el riachuelo sobre rocas babosas y enfangadas. Aquel golpe de teatro no me lo esperaba. Había soportado muy dignamente un calvario sobre el abismo y ahora un maldito escalón me separaba definitivamente de la salida. Volver atrás era una locura, tocaba pues acometer tareas de ingeniería por mucho que me costasen.
Picando piedras rebajé el escalón lo que pude, y después trasporté algunas losas hasta su base para no enfangar las ruedas justo antes de acometer la subida. Me costó un tiempo, pero no había más remedio. Tras concluir el trabajo de zapador, situé la moto en posición y sin pensarlo mucho más, di gas y tiré para arriba. Tuve la agradable sensación de que iba a coronar, pero no, me faltó el último tercio. La moto quedó escorada en difícil posición a punto de precipitarse al pozo. Si intentaba levantarla para volver atrás y probar un segundo intento, seguramente se escurriría sin remisión hacia las profundidades; había quedado en equilibrio muy precario y un solo movimiento más de la moto acabaría en catástrofe. Enseguida entendí que aquello no era tarea para un solo hombre.
Pensé en pedir ayuda al granjero, con suerte estaría en casa, y solamente había unos 300 metros hasta allí. Mientras caminaba hacia la granja comprobé con rabia la ridícula dificultad del sendero que me quedaba por delante. Ya de paso me electrocuté con el pastor eléctrico que bordeaba el camino, y encima en la granja no había nadie, solo bestias. El plan C consistía en bajar por la pista hasta la carretera (otros 300 metros más, por suerte), y pedir ayuda a alguno de los motoristas que pasaban por allí. Debía ser ya la hora de comer, porque una vez en el asfalto no pasaba nadie, joder. Por suerte, la primera moto que pasó se detuvo y el piloto se mostró receptivo. Dejó a su novia y a la Triumph en la carretera y nosotros dos nos subimos a pie hasta el lugar del casi-naufragio. Allí nos rebozamos en barro y agua, pero al final y no sin dificultad, subimos la moto.
Tras varios intentos infructuosos el chaval sugirió subirla con el motor
parado, girando las ruedas a mano, y, ¡eureka! A mí no se me habría
ocurrido en aquella situación, pensaba que la moto pesaba demasiado,
pero el tío estuvo acertadísimo y yo, seguramente, estaba KO
mentalmente. En cuanto liberamos la drz el tío se largó corriendo, no sé
si más preocupado por la novia o por la moto. Si no es por él, no salgo
del lío. ¡Gracias!
Una foto del lugar tras el rescate. En primer término las piedrecitas que me tocó mover, y en segundo plano, el escalón ya rebajado.
Una foto del lugar tras el rescate. En primer término las piedrecitas que me tocó mover, y en segundo plano, el escalón ya rebajado.
Cuatro horas y
media para cubrir esos 7 kilómetros iniciales. Para una vez que madrugo y
me planteo una ruta razonable y moderada de menos de 200 kms, me
encuentro con una barrera infranqueable, qué cosas tiene el destino.
Eran ya más de las 2 y había perdido toda la mañana para nada. La senda
de aproximación había sido espectacular pero muy arriesgada, y sobre
todo, había supuesto un gran derroche de tiempo. A continuación tenía
programada la gran trialera del día, unos 4 kms de ascenso constante que
prometían mucho, podría decirse que mi ideal de sendero. Cuando me
quise dar cuenta, ya había pasado la moto por debajo del cable del
pastor eléctrico, y si quería hacer dicha subida me tocaba volver a
tirar la moto al suelo por debajo del cable, esta vez cuesta arriba.
Podía hacer el esfuerzo, pero ante la duda, me puse a reflexionar y en
última instancia decidí variar el plan: dedicaría el resto del día a
avanzar hacia el norte minimizando riesgos, ya había tenido un inicio de
excursión suficientemente intenso.
Retrocedí un poco por carretera y me dirigí de vuelta a Rumillo donde pillé un espectacular sendero medieval empedrado,
Retrocedí un poco por carretera y me dirigí de vuelta a Rumillo donde pillé un espectacular sendero medieval empedrado,
que me condujo a Awero, donde hay otros Mallos menos conocidos pero no menos fabulosos.
Nada más llegar al pueblo vi dos motos de campo que iban hacia la base
de los mallos. Aceleré hasta alcanzarlos justo cuando estaban detenidos
en un cruce. Eran dos motos de trial-excurisión, una Pampera y una Beta
Alp. Los chavales iban sin mapa ni gps, así que les invité a seguirme si
querían. A los pocos segundos de estar charlando uno me salió con el
mantra ese de "hay senderistas, tenemos que respetarlos si queremos que
nos respeten y blah blah blah" y ya me cortó bastante el rollo. No sé si
es que me vieron muy fiero y me lanzaron ese sermón para que no hiciera
mucho el cafre, ni idea. El caso es que guié un trecho y se me iban
quedando atrás. Llegamos a una cadena
que cerraba el paso, la abordé por un lateral y entonces llegaron ellos;
me quedé un poco enganchado y uno vino enseguida a liberarme. Eran
buena gente, pero yo creo que de la cadena ya no pasaron. Subí un par de
kilómetros y estuve esperándoles en un manantial, pero no venían, así
que seguí mi rumbo en solitario por aquellos precipicios. Se podía bajar
hasta unas balsas preciosas para bañarse, pero no podía demorarme más.
Vislumbré una columna de senderistas que iban camino de los mallos; en
cuanto perdí contacto visual con ellos tiré por una bonita senda que
pasaba por esta cueva
y que también cruzaba este bonito arroyo.
Llegué al collado Chipa donde podía enlazar con otra senda, pero no lo
vi claro y tiré por otros caminuchos y vías pecuarias en diversos grados
de abandono o encharcamiento. Comencé la fase central del día,
básicamente pistera, pero muy dura por el barro, los surcos y el
deterioro de los caminos. Además, había que ir esquivando árboles caídos
aquí y allá permanentemente.
También comencé la fase en que no piensas bien y te haces un lío con los tracks. Cuando me di cuenta de que iba camino de Hiel, entendí que había confundido el track de ida con el de vuelta. Kilómetro 47 y ya manifestaba desmadre mental, qué peligro.
También comencé la fase en que no piensas bien y te haces un lío con los tracks. Cuando me di cuenta de que iba camino de Hiel, entendí que había confundido el track de ida con el de vuelta. Kilómetro 47 y ya manifestaba desmadre mental, qué peligro.
El letrero lo ponía bien claro: "barranco de los asnos". Al menos era agradable, facilillo y con riachuelo, una gozada.
Me había desviado de la ruta prevista, pero todavía podía reconducir la
situación. Durante la preparación del viaje había acumulado muchos
tracks con senderos de la zona de Hiel, pero desgraciadamente solo había
conservado uno, y estaba previsto hacerlo de bajada. Cuando vi por
dónde pasaba comprendí por qué: era una pared insuperable, un
cortafuegos muy vertical que ni siquiera me dio miedo. Sencillamente era
imposible para mí.
Probé con algún pr que se me cruzó en el camino pero se desviaban de mi ruta, así que improvisé un tiempo por senditas y caminillos, algunos muy placenteros, pero poco funcionales, pues morían en alguna valla o se iban al carajo. Todo esto sucedió en el entorno de la sierra de Santo Modingo, un cuchillo gigante solo franqueable a través del Portillo de Gonlás, una brecha en medio de una cresta rocosa inacabable.
Probé con algún pr que se me cruzó en el camino pero se desviaban de mi ruta, así que improvisé un tiempo por senditas y caminillos, algunos muy placenteros, pero poco funcionales, pues morían en alguna valla o se iban al carajo. Todo esto sucedió en el entorno de la sierra de Santo Modingo, un cuchillo gigante solo franqueable a través del Portillo de Gonlás, una brecha en medio de una cresta rocosa inacabable.
Me costó encontrar el paso, pero al final di con él, y así fue como pude refrescarme la vista con la visión de los Pirineos.
La bajada a Gonlás fue rápida, pues la vertiente norte de la sierra
estaba muy embarrada, y con buen criterio desestimé una larga senda en
descenso que cruzaba un par de arroyos. La tarde estaba resultando muy
pistera, demasiado, pero el tiempo apremiaba. Llevaba mucho retraso
acumulado, y tampoco eran horas ya de jugármela en terreno hostil.
Desde Gonlás debía seguir siempre hacia el norte, esta vez ascendiendo
por un divertido zigzag que surcaba un cortafuegos, con algunas rampas
fuertes de verdad, hasta alcanzar la cima del Puy Daras. Desde el pico,
la gran cordillera estaba ya más cerca.
Larga y embarrada bajada hasta Bawés por caminos de todo tipo, siempre
con la amenaza de toparme con un árbol caído o un derrumbamiento
infranqueables. Por suerte, pude superar todos los obstáculos. En las
inmediaciones de Bawés me tocó esperar a que un rebaño de ovejas
despejaran el camino, momento en que entablé conversación con el pastor
que las vigilaba desde su Land Rover. Me aconsejó sobre mi ruta y
también me comentó el invierno que habían pasado por aquellas tierras.
Antes nevaba más, desde luego, pero como este invierno yo no he visto nevar jamás. Y tengo 76 años.
Cuando llegué al siguiente pueblito, Mianos, me detuve en los lavaderos para retirar algunos de los kilos de barro que llevava la moto encima. Tarde de pistas, sí, pero muy lentas y pesadas por culpa del barro, los charcos y los surcos.
Finalmente había llegado al valle del río Aragón. Por carretera me acerqué a la solitaria gasolinera (vaya redundancia, en Huesca es todo solitario) de Venta Carrica, un poco por la curiosidad de saber si estaba abierta el sábado por la tarde, y también por asegurarme un depósito lleno para el día siguiente. Una vez confirmada la autonomía del domingo, más enlace hasta Siwés, donde acometí la última parte offroad antes de que cayese la noche. No encontré la primera senda prevista para llegar al siguiente pueblo, pero el "camino" sustitutivo ya me dejó contento. La siguente senda, en bajada hasta Valsatierra de Esca sí estaba en su sitio y también cumplió las expectativas.
Antes nevaba más, desde luego, pero como este invierno yo no he visto nevar jamás. Y tengo 76 años.
Cuando llegué al siguiente pueblito, Mianos, me detuve en los lavaderos para retirar algunos de los kilos de barro que llevava la moto encima. Tarde de pistas, sí, pero muy lentas y pesadas por culpa del barro, los charcos y los surcos.
Finalmente había llegado al valle del río Aragón. Por carretera me acerqué a la solitaria gasolinera (vaya redundancia, en Huesca es todo solitario) de Venta Carrica, un poco por la curiosidad de saber si estaba abierta el sábado por la tarde, y también por asegurarme un depósito lleno para el día siguiente. Una vez confirmada la autonomía del domingo, más enlace hasta Siwés, donde acometí la última parte offroad antes de que cayese la noche. No encontré la primera senda prevista para llegar al siguiente pueblo, pero el "camino" sustitutivo ya me dejó contento. La siguente senda, en bajada hasta Valsatierra de Esca sí estaba en su sitio y también cumplió las expectativas.
Tenía pensado
parar a dormir algo más adelante, pero no me apetecía conducir de noche,
así que paré a preguntar. Mientras hablaba con unos chavales apareció
un tipo con pinta de pijo de ciudad.
Oye, ¿eras tú el que bajaba antes por ahí con la moto?
Pues sí.
¿Y qué tal se baja? ¿Es difícil?
Hombre, con dificultades, pero se puede.
Joder, joder.
Fui incapaz de entender si sus últimas palabras eran de reprobación o algo peor. Estuve a punto de preguntarle si tenía algo en contra de las motos, pero me contuve. Estaba claro que me habían visto bajar por culpa de la luz de la moto y porque la senda se contempla perfectamente desde el pueblo. Ya pensaba que podía suceder algo así mientras bajaba entre piedras y arbustos, pero no que me encontraría cara a cara con un espectador tan peculiar.
El caso es que en el hostal de Valsatierra no había sitio. Se imponía abrigarse y seguir de noche por asfalto unos 30 kms hasta Zoronz, ya en Navarra, donde, tras telefonear, sabía que encontraría habitación. Mientras montaba las mangas de la chaqueta, el hostelero salió a la calle a interesarse por mi viaje. El hombre se mostró amable y creo que en el fondo hasta le supo mal no poder darme habitación a pesar de lo sucio que iba.
Sobre las 9:30 llegué a Zoronz, cubierto de barro y maloliente, tras pasar del valle del Roncal al de Salazar.
Lo siento, vengo hecho un Ecce-Homo. Intentaré ensuciar lo menos posible.
No pasa nada hombre. ¿Vienes todo por monte con la moto? ¿Alguna sendica interesante?
Comentarios como ese te hacen sonreír después de un día exigente en solitario encima de la moto. Vaya tipo el del hostal, así da gusto. Una vez en la habitación me quité ropa y botas dentro de la ducha para no inundar el cuarto con todo tipo de residuos vegetales y minerales, y acto seguido bajé a comer algo sólido por primera vez en todo el día si exceptuamos un par de barritas. Alubias con perdiz de primero y un bacalao de segundo me dejaron listo para mi merecido encuentro con morfeo tras casi 12 horas seguidas de traqueteo.
Oye, ¿eras tú el que bajaba antes por ahí con la moto?
Pues sí.
¿Y qué tal se baja? ¿Es difícil?
Hombre, con dificultades, pero se puede.
Joder, joder.
Fui incapaz de entender si sus últimas palabras eran de reprobación o algo peor. Estuve a punto de preguntarle si tenía algo en contra de las motos, pero me contuve. Estaba claro que me habían visto bajar por culpa de la luz de la moto y porque la senda se contempla perfectamente desde el pueblo. Ya pensaba que podía suceder algo así mientras bajaba entre piedras y arbustos, pero no que me encontraría cara a cara con un espectador tan peculiar.
El caso es que en el hostal de Valsatierra no había sitio. Se imponía abrigarse y seguir de noche por asfalto unos 30 kms hasta Zoronz, ya en Navarra, donde, tras telefonear, sabía que encontraría habitación. Mientras montaba las mangas de la chaqueta, el hostelero salió a la calle a interesarse por mi viaje. El hombre se mostró amable y creo que en el fondo hasta le supo mal no poder darme habitación a pesar de lo sucio que iba.
Sobre las 9:30 llegué a Zoronz, cubierto de barro y maloliente, tras pasar del valle del Roncal al de Salazar.
Lo siento, vengo hecho un Ecce-Homo. Intentaré ensuciar lo menos posible.
No pasa nada hombre. ¿Vienes todo por monte con la moto? ¿Alguna sendica interesante?
Comentarios como ese te hacen sonreír después de un día exigente en solitario encima de la moto. Vaya tipo el del hostal, así da gusto. Una vez en la habitación me quité ropa y botas dentro de la ducha para no inundar el cuarto con todo tipo de residuos vegetales y minerales, y acto seguido bajé a comer algo sólido por primera vez en todo el día si exceptuamos un par de barritas. Alubias con perdiz de primero y un bacalao de segundo me dejaron listo para mi merecido encuentro con morfeo tras casi 12 horas seguidas de traqueteo.
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