El toque de queda y el encierro se cernían sobre nosotros inexorablemente y por tanto debíamos pasar pronto a la acción, una vez más por tierras del interior levantino. Cualquier rambla ilustra a la perfección nuestro hábitat provincial; diríase que no hay excursión castellonense que se precie que no transcurra por uno de estos cauces.
Curiosamente, dicho vocablo proviene del árabe ramla, "arenal", pero en nuestro ámbito se trata siempre de un pedregal. Lo mismo nos sucede con la palabra río, término equívoco en nuestras comarcas, pues aquí generalmente no llevan agua, y por eso mismo suelen ser vía de avance en nuestras incursiones. En la foto, Ferdinand se apresta a cruzar uno de nuestros ríos, el Leomón.
Parias del agua pero cresos en recursos pétreos y relieves accidentados, para nosotros movernos arriba y abajo entre las rocas es cosa rutinaria.
A veces, bajar se baja sin ruta definida, cada uno a su aire buscando la traza que más se adapte a sus intereses y capacidades.
Rodar entre construcciones de piedra seca es connatural a nuestro estilo de motociclismo: duro, primario y cuestión de resistencia.
Nadie podría imaginar que íbamos camino a la escuela y que allí, en medio de la nada, en una encrucijada entre masías aisladas, se dio clase hasta el 73.
Nos creemos bravos porque esporádicamente rodamos ociosamente por estas cuestas, mientras que otros lo hacían a diario y por necesidad no hace tanto tiempo. ¡Respeto!
Muchas otras cosas han cambiado en la región. Quiso la casualidad que nos detuviéramos cerca de cierto letrero para abrigarnos y no pudimos menos que compararnos con nuestros antecesores. Con modernas monturas y armaduras más ligeras continuamos recorriendo caminos que otros abieron hace siglos.
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