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viernes, 1 de julio de 2011

TRANSPORTUGAL MARZO 2011. DÍA 8

DÍA 8. ALCÁNTARA-PLASENCIA-CANDELEDA. 300 KMS

Y llegamos al final. Como se esperaba, el día amaneció lluvioso. No mucho, por suerte. Un pertinaz sirimiri amenazaba con convertirse en lluvia propiamente dicha en cualquier instante, y yo me preguntaba si era conveniente enlazar Alcántara con Garrovillas por lo marrón o por lo negro. Una semana antes las circunstancias me habían obligado a rodar demasiado tiempo por asfalto en esta misma zona, y quería desquitarme de aquel fracaso. Además, qué diantre, era el último día, merecía la pena arriesgar. Así que dicho y hecho, salí de Alcántara por un caminillo secundario y esto es lo que se me ofreció a la vista:




Parece Irlanda, pero no, era Extremadura.

Al poco rato, ya estaba en medio del fregado: abriendo y cerrando puertas entre fincas llenas de ganado. Las aguas desbordadas volvieron a ponérmelo difícil:



Aquí, inspeccionando el terreno a pie, sufrí un resbalón serio, y me golpeé fuertemente en el brazo, quedándome grogui un tiempo. La consecuencia inmediata fue desistir de cruzar por aquel vado, pues las rocas parecían enjabonadas, y decidí minimizar riesgos. Ya empalmaría con la ruta buena más adelante.

Justo cuando más perdido estaba entre aquel entramado de caminos bien regado con charcos y regatos de todos los tamaños, la llovizna se convirtió en lluvia, y de paso, el track me llevó a un callejón sin salida. Bueno, a mí y a unos cuantos más, porque dicho "callejón" estaba surcado por las rodadas de ida y vuelta de unos cuantos que me habían precedido; seguramente llevaban el mismo track que había sacado yo del wikiloc. El aguacero iba a más, de modo que me guarecí debajo de una gran encina y, con unas bolsas de plástico y cinta aislante, improvisé unas fundas impermeables para los pantalones. He de decir que tengo unos pantalones impermeables nuevecitos en casa desde hace un par de años, pero siempre me los olvido en el armario cuando salgo de viaje. Con aquellas pintas llegué hasta una antigua cantera romana, con su ganadería adjunta, por supuesto. Intenté una vez más abrirme camino por aquellas fincas, pero ya iba bastante mojado y opté por buscar la carretera y, una vez más, retomar el track cuando fuera posible. Finalmente, por un camino encharcado y con una elevada densidad de reses, pude llegar a Mata de Alcántara.




Y desde Mata de Alcántara, a Garrovillas, en cuyas inmediaciones encontré un ruinoso monasterio donde me refugié temporalmente



mientras remitía el aguacero.




Por aquellas galerías vagué un tiempo




cual arqueólogo oportunista.





Hubo suerte y pronto escampó, de manera que pude seguir mi galopada, ahora por las orillas de un gran embalse sobre el Tajo. En el viaje de ida este trecho lo cubrí de noche y por carretera. Esta vez, sin siquiera esperarlo, me vi circulando por una curiosa "vía de servicio" paralela a la carretera nacional.




Y así estuve, subiendo y bajando por un sendero bien endurero durante unos cuantos kilómetros.




Curiosamente, los tramos más exigentes y técnicos de todo el viaje aparecieron por sorpresa y fuera del track, lo que son las cosas.

Algún apuro pasé al tener que dejar la senda y subir a la carretera para superar el embalse por un puente. Aquí me quedé enganchado malamente,




y más adelante tuve que circular un buen rato por el profundo canal de desagüe paralelo a la nacional, ¡porque las paredes de dicho canal estaban tan empinadas y tan resbaladizas que no había manera humana de salir! Si me llega a ver la Guardia Civil circulando en contra dirección por dentro de la acequia no sé que caras habrían puesto.

El sendero del Tajo se desviaba de la ruta prevista, pero decidí seguirlo, a ver qué pasaba, y al final resultó ser un digno camino,



aunque no exento de sobresaltos,




para llegar a Cañaveral, donde retomé la embarrada Ruta de la Plata por lugares que ya me resultaban familiares.




Al final, casi metí la cabeza en el barro.




En ese charco volví a lastimarme el brazo que me había golpeado por la mañana. Dos caídas tontas me iban a dejar tocado justo el último día. El golpe me amargó el retorno, y el costado me dolió unos cuantos días posteriormente, pero las ganas de llegar y el hecho de rodar sobre terreno conocido, me animaron bastante y apenas bajé el ritmo. Siguieron más dehesas y encinas.




En las inmediaciones de Riolobos intenté una variante para superar una finca cerrada que en el viaje de ida me había bloqueado el paso,



pero fue en vano. No hubo más remedio que conformarse con lo que había: bastante asfalto en línea recta hasta Plasencia.



Desde Plasencia abordé el tramo final por la comarca de la Vera, subiendo




y bajando

 

el gélido puerto del Piornal.




La tarde caía, y la temperatura también. Yo tenía pensado un homenaje final nocturno pasando por un arroyo que recordaba de la ida, todo en plan Gilles Lalay Classic: frío, agua, nocturnidad, calamidades, etc, pero los senderillos y callejas de la Vera se me hicieron eternos, y bastante antes de llegar al arroyo, calculo, se me hizo totalmente de noche.




Puse a prueba el display del gps en visión nocturna, pero tras perderme unas cuantas veces en unos caminos intrascendentes, decidí abandonar, y los útimos 25 kilómetros hasta Candeleda ya fueron por asfalto. Soso final para tan largo viaje. Ocho días después de mi partida llegué al Pájaro Espino helado y dolorido, pero con la satisfacción de haber culminado exitosamente el proyecto previsto y con la sensación de que, el esfuerzo, definitivamente, había merecido la pena.Volver arriba


EPÍLOGO

¿Cómo acabaron los neumáticos tras 2200 kms y otros 200 acumulados previamente?

El Dunlop 756 trasero, sorprendentemente, muy bien:




Y su homólogo delantero, muy mal:




Se desgastó en forma piramidal en unas zonas, y en forma de valle en otros, típico de las gomas blandengues, se deshacen por cualquier sitio. Tenía curiosidad por saber qué tal resistirían el tute, y el resultado ha sido este: sombras y luces.

¿Qué eché en falta durante el viaje? Un buen sotocasco que impidiera que se me colara el aire por el cuello de la chaqueta. El buff me fue de perlas para cubrirme las orejas, pues con el casco abierto el aire frío que se filtra por los laterales acaba amargándote.

¿Qué debería haber incluído también en el equipaje?
-Alcohol, no para bebérmelo, sino para curarme las heridas. Manipulé innumerables alambradas con cables oxidados, todavía no sé cómo no me lesioné varias veces.
-Otro chubasquero, porque si tienes que viajar muchas horas bajo la lluvia, te calas. Mejor llevar dos, ya que no ocupan espacio. Y los pantalones impermeables, leñe, que siempre me los olvido. Suerte tuve de que lloviera poco.
-Otros mapas que no sean los topográficos del ejército portugués. Eran muy caros y malos.



Y para acabar, en general debería haber madrugado más, y ciertos días, haber acabado las etapas más pronto. Conducir de noche tiene su encanto, por supuesto, pero también me complicó las cosas innecesariamente.

Ahora, a esperar la próxima edición.

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