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lunes, 8 de agosto de 2011

TRANSPORTUGAL AGOSTO 2011. DÍA 1

PRÓLOGO

De manera algo precipitada y subrepticia, el que escribe y Richy Batelumes preparamos un raid veraniego por Portugal a caballo entre los últimos días de julio y los primeros de agosto. La duración de la salida vendría determinada por el espacio libre entre dos turnos laborales de mi compañero, cinco días y medio exactamente, los cuales había que exprimir de manera precisa e incesante entre Puebla de Sanabria y Castelo Branco en un recorrido de ida y vuelta, los puntos extremos del itinerario. La ida hacia el sur coincidiría básicamente con el trazado de la Transportugal, mientras que el retorno hacia el norte incorporaba rutas menos conocidas y más improvisadas, la cuestión era no repetir recorrido dentro de lo posible y así descubrir nuevos parajes.

DÍA 1. SANABRIA-BARCA D'ALVA. 270 KM
Esta primera etapa se había planteado como la más exigente en cuestión de kilometraje para poder circular a última hora de la tarde por un punto estratégicamente delicado. Los dos pilotos convinimos que mejor pasar por "allí" un sábado por la tarde que no un domingo por la mañana, momento especialmente propicio para los que gustan de las aglomeraciones. Yo venía de un viaje de 800 kms con el coche y el remolque, y Batelumes salía directo del trabajo sin apenas dormir, pero a pesar de estos inconvenientes, haríamos ese esfuerzo extra el primer día.

A la hora y en el día acordado nos reunimos a primera hora de la mañana cerca de Sanabria,




preparamos los petates y sin mayor demora iniciamos la ruta hacia el sur.



Circulando veloces por buenas pistas entramos en el país vecino. La influencia atlántica se dejaba notar en el paisaje y el entorno resultaba de lo más agradable,



pero muy pronto empezamos a cambiar el color verde




por tonos cada vez más ocres y amarillentos,




a la vez que las temperaturas iban ascendiendo.

Sobrepasamos Bragança prácticamente sin habernos detenido para nada, rodando a buen ritmo por caminos bastante rectos sobre una orografía relativamente suave.



A la altura de Bemposta nos encontramos con los primeros vestigios de la romanización que tan frecuentes serían a lo largo de la excursión, ya fuera en forma de puentes, murallas o calzadas.






El paisaje y el clima se fueron tornando más continentales a medida que progresábamos hacia el sur, de modo que la temperatura subía sin cesar y la sed apretaba cada vez más. Las paradas para hidratarnos comenzaron a ser cada vez más frecuentes




y al pasar por las aldeas o pueblos siempre echábamos una ojeada interesada con intención localizar alguna fuente para llenar las cantimploras.

Inesperadamente, algún regato aparecía en el reseco camino y entonces chapoteábamos bien a gusto.



Otras veces el camino se convertía en empinada trocha




y la monotonía del llano se rompía con alguna entretenida subida o bajada,




pero sabíamos bien que enseguida volveríamos a las piedras ardientes




y a los sosos caminos cubiertos de hierbajos marchitos.



Cerca de los arribes del Duero la cosa no mejoró, ni mucho menos.




El gran río dividía a cuchillo España y Portugal. Aunque no lo parezca, un gran abismo nos separaba de la otra ribera.




Por caminuchos abandonados y sin salida buscamos la mejor perspectiva del embalse de Aldeávila.




Buscando y buscando nos fuimos internando por terrenos incultos




donde había que investigar a pie algunos trechos engullidos por la maleza.




En realidad no existía camino alguno




pero nos obcecamos en encontrar la gran ruta hacia el gran abismo y estuvimos un tiempo trotando entre viejos muros



para finalmente, vista la imposibilidad de la empresa, volvernos por el mismo camino por donde habíamos venido.




Durante este episodio de búsqueda infructuosa consumimos parte de las escasas reservas de combustible que nos quedaban, circunstancia que nos obligó a neutralizar unos 20 kms de recorrido offroad para poder llegar a la gasolinera más próxima.

El repostaje de las máquinas en Freixo da Espada tuvo su correlato con el de los pilotos, y aquí pronunciamos por primera vez la cantinela que casi como una oración nos acompañaría por todos los bares que visitamos en Portugal: Dois canecas de panaché.




Aquí no se ven las canecas, pero sí los ingredientes del brebaje. Sluuurp!

Una vez estuvimos a tope de fluidos, nos aprestamos a rematar la jornada tal como habíamos previsto: descendiendo una calzada romana justo con las últimas luces del atardecer. Dicha calzada es en realidad un puerto de montaña que salva en unas cuantas lazadas un gran desnivel entre la meseta de Chufares y el Duero.




El inicio del tramo no podía ser más desalentador, parecía que allí mismo hubiesen rodado los exteriores de Holocausto Caníbal:




Mi moto no pasaba bien por culpa de las alforjas, menos mal que este nuevo modelo que estrenaba es fácilmente desmontable, si no, me veía empalado en las estacas.

Discretamente, con los motores apagados, fuimos descendiendo sobre losas




estratégicamente situadas hace casi dos mil años.




Durante el descenso




a lo largo de decenas de curvas




y ángulos especialmente agudos






nos preguntábamos si a la salida nos esperaba una nueva empalizada.

Pero no fue así. En el punto más bajo




sólo un riachuelo nos impedía el paso al otro lado.



Con paciencia colocamos las motos en posición




y con un poco de gas y tiento superamos la rampa final.




El volumen de la KTM imponía respeto



y la operación parecía delicada



pero todo salió a pedir de boca, yujuuuu!



Unos pocos kilómetros de enlace y ya entre sombras, culminamos la jornada en Barca d'Alva.




Vaya tute el del primer día.

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