GEORGIA 2012. INTRO
TORTOSA-POTI
Enlazar Tortosa con Poti suponía una larga ruta en coche de 4500 kms cruzando 10 países en total (España, Francia, Mónaco, Italia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía y Georgia) a lo largo de 6 días.
La mayor dificultad del recorrido fueron las aduanas a partir de Croacia, pues el aluvión de trabajadores turcos que regresa a su país durante el verano desde Alemania y el Benelux colapsa las fronteras, donde puedes quedar retenido durante un par de horas por término medio.
Mención especial para la aduanera de Kapikule, la puerta de entrada a Turquía, que tuvo serios problemas para registrar convenientemente todos mis vehículos. Asociar Ford con coche y Suzuki con motocicleta era demasiado difícil para aquella chica, se lo tuve que explicar tres veces, y aún así, apuntó los datos deficientemente, circunstancia que lamentaría dos días después cuando quise salir del país.
Estambul por sí solo fue un hito monumental, como se presumía. Cuando 12 kilómetros antes de cruzar el puente Fatih Sultan Mehmet para pasar a Asia te encuentras en pleno atasco y empiezan a salir vendedores ambulantes por todos lados, entonces presientes que va para largo.
Tres horas después, a una media de 4km/h ya estaba a las puertas del puente, justo donde se sitúa el peaje, pero ahí se detuvo la cola. Había obras de reasfaltado y sólo pasaban los vehículos con transponder, los que llevábamos tarjeta prepago (la mayoría) habíamos colapsado totalmente todos los accesos y salidas.
Aquello era un sindiós con decenas de colas donde miles de vehículos nos movíamos como insectos enloquecidos. Bueno, moverse, durante las 6 horas siguientes no nos movimos más de 10 metros, pero la gente, histérica, arrancaba y volvía a arrancar los motores porque creían que el atasco se iba a despejar de un momento a otro. Yo me fui caminando hasta el puente a echar un vistazo y lo que vi fue desolador: coches y camiones hasta donde alcanzaba la vista parados antes y después del puente, y solamente dos policías inoperantes para regular todo aquel caos. Volví hasta el coche donde tenía bebida, comida y cojines para para pasar de la manera menos incómoda aquella noche que se preveía muy larga. Algunas gentes sacaron mantas y alfombras para orar sobre el asfalto; otros las usaron para ocultar las matrículas y burlar a la policía y las cámaras de seguridad y darse el piro.
Yo me eché a dormir en el asiento de atrás. Sobre las 3:30 de la madrugada alguien me despierta; es un responsable de las autopistas y me dice que podemos pasar por los carriles reservados para los coches con transponder. Se monta una salida a lo cannonball, estampida salvaje para salir de aquel infierno, y casualmente yo soy de los mejores situados, guau. Debí salir el décimo de una cola de miles. Vaya momento.
Enlazar Tortosa con Poti suponía una larga ruta en coche de 4500 kms cruzando 10 países en total (España, Francia, Mónaco, Italia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía y Georgia) a lo largo de 6 días.
La mayor dificultad del recorrido fueron las aduanas a partir de Croacia, pues el aluvión de trabajadores turcos que regresa a su país durante el verano desde Alemania y el Benelux colapsa las fronteras, donde puedes quedar retenido durante un par de horas por término medio.
Mención especial para la aduanera de Kapikule, la puerta de entrada a Turquía, que tuvo serios problemas para registrar convenientemente todos mis vehículos. Asociar Ford con coche y Suzuki con motocicleta era demasiado difícil para aquella chica, se lo tuve que explicar tres veces, y aún así, apuntó los datos deficientemente, circunstancia que lamentaría dos días después cuando quise salir del país.
Estambul por sí solo fue un hito monumental, como se presumía. Cuando 12 kilómetros antes de cruzar el puente Fatih Sultan Mehmet para pasar a Asia te encuentras en pleno atasco y empiezan a salir vendedores ambulantes por todos lados, entonces presientes que va para largo.
Tres horas después, a una media de 4km/h ya estaba a las puertas del puente, justo donde se sitúa el peaje, pero ahí se detuvo la cola. Había obras de reasfaltado y sólo pasaban los vehículos con transponder, los que llevábamos tarjeta prepago (la mayoría) habíamos colapsado totalmente todos los accesos y salidas.
Aquello era un sindiós con decenas de colas donde miles de vehículos nos movíamos como insectos enloquecidos. Bueno, moverse, durante las 6 horas siguientes no nos movimos más de 10 metros, pero la gente, histérica, arrancaba y volvía a arrancar los motores porque creían que el atasco se iba a despejar de un momento a otro. Yo me fui caminando hasta el puente a echar un vistazo y lo que vi fue desolador: coches y camiones hasta donde alcanzaba la vista parados antes y después del puente, y solamente dos policías inoperantes para regular todo aquel caos. Volví hasta el coche donde tenía bebida, comida y cojines para para pasar de la manera menos incómoda aquella noche que se preveía muy larga. Algunas gentes sacaron mantas y alfombras para orar sobre el asfalto; otros las usaron para ocultar las matrículas y burlar a la policía y las cámaras de seguridad y darse el piro.
Yo me eché a dormir en el asiento de atrás. Sobre las 3:30 de la madrugada alguien me despierta; es un responsable de las autopistas y me dice que podemos pasar por los carriles reservados para los coches con transponder. Se monta una salida a lo cannonball, estampida salvaje para salir de aquel infierno, y casualmente yo soy de los mejores situados, guau. Debí salir el décimo de una cola de miles. Vaya momento.
Cuando quise
salir de Turquía dos días después se montó un embolado serio en la
aduana de Sarp pues mi moto no constaba en el registro. Suerte que me
atendieron unos agentes voluntariosos y resolvieron el estropicio de su
colega de Kapikule, pero otra vez más me hicieron aparcar en el
reservado y pasar un tiempo extra en las oficinas, todo esto después de
aguantar tres horas de cola previa.
Por supuesto, todas estas horas retenido en los atascos de las aduanas te proporcionan ocasiones sobradas para conocer a gente de todos los países y edades mientras compartes aburrimiento y frustración en la cola. Además una moto amarilla causa gran atracción y en ningún momento me faltaron compañeros de conversación en torno al remolque.
¿Cuantos cilindros? ¿Cuánto corre? ¿Cuánto vale?
Estas preguntas las escuché decenas de veces a lo largo del viaje, al final siempre es lo mismo, a la gente de todas las culturas les pone el motor y la gasolina.
Finalmente pude entrar en Georgia, ya de noche, país donde circular es como participar en una carrera de coches: puedes correr cuanto quieras y si hay hueco puedes meterte, nadie te dirá nada. A Poti llegué a medianoche tras pasar por Batumi, animada ciudad de veraneo, y por una zona pantanosa y solitaria con nombre de vampira, Maltakva. Poti es fantasmal. Creedme, si hubiesen rodado el videoclip de Thriller en estas calles, habría dado más miedo que en el original.
Por la mañana las vistas desde el hotel no eran tan deprimentes, por lo menos tenía al lado una de las pocas calles asfaltadas de la ciudad.
Dediqué un día en adaptarme al medio. El terreno es 99% offroad, en ese aspecto acerté plenamente al elegir Georgia como destino de mi viaje. Las aceras no existen, son junglas o cráteres, tú eliges, depende de la ruta que sigas. La transición hacia el centro de la calle puede ser una profunda acequia o un montón de escombros, con suerte será solo un charco o un lodazal. Cuidado también con empalarte con algún hierro viejo y punzante, abundan por todos lados. Este es un país que ha pasado por momentos críticos en los años más recientes y da la impresión de que aún no ha comenzado la reconstrucción, tienen mucho trabajo por hacer. Aquí la vida es dura, pero la gente se esfuerza por salir adelante a pesar de las dificultades.
Los animales campan a sus anchas, especialmente cerdos y vacas, que viven libres por calles y carreteras.
El contraste lo ponen los cochazos de importación, principalmente Mercedes.
Los Lada y Opel son para la clase media, y las Ford Transit se reservan para las marshrutkas, mini buses.
El plato estrella es el khachapuri y el agua más famosa, la de Borjomi.
Las cervezas son de 500cc mínimo, y las litronas, de 2,5 litros.
La Mtieli me hizo gracia, de estas me bebí unas cuantas,
esto se entiende especialmente si tenemos en cuenta que el clima en Poti, a orillas del mar Negro y situada en el delta pantanoso del Rioni, es húmedo subtropical. Aquí no sudas, te cueces en tu propio sudor.
Una vez adaptado al terreno, la comida, la bebida y la moneda locales, solo quedaba preparar el equipaje para la moto.
Al día siguiente comenzaba la segunda fase.
Por supuesto, todas estas horas retenido en los atascos de las aduanas te proporcionan ocasiones sobradas para conocer a gente de todos los países y edades mientras compartes aburrimiento y frustración en la cola. Además una moto amarilla causa gran atracción y en ningún momento me faltaron compañeros de conversación en torno al remolque.
¿Cuantos cilindros? ¿Cuánto corre? ¿Cuánto vale?
Estas preguntas las escuché decenas de veces a lo largo del viaje, al final siempre es lo mismo, a la gente de todas las culturas les pone el motor y la gasolina.
Finalmente pude entrar en Georgia, ya de noche, país donde circular es como participar en una carrera de coches: puedes correr cuanto quieras y si hay hueco puedes meterte, nadie te dirá nada. A Poti llegué a medianoche tras pasar por Batumi, animada ciudad de veraneo, y por una zona pantanosa y solitaria con nombre de vampira, Maltakva. Poti es fantasmal. Creedme, si hubiesen rodado el videoclip de Thriller en estas calles, habría dado más miedo que en el original.
Por la mañana las vistas desde el hotel no eran tan deprimentes, por lo menos tenía al lado una de las pocas calles asfaltadas de la ciudad.
Dediqué un día en adaptarme al medio. El terreno es 99% offroad, en ese aspecto acerté plenamente al elegir Georgia como destino de mi viaje. Las aceras no existen, son junglas o cráteres, tú eliges, depende de la ruta que sigas. La transición hacia el centro de la calle puede ser una profunda acequia o un montón de escombros, con suerte será solo un charco o un lodazal. Cuidado también con empalarte con algún hierro viejo y punzante, abundan por todos lados. Este es un país que ha pasado por momentos críticos en los años más recientes y da la impresión de que aún no ha comenzado la reconstrucción, tienen mucho trabajo por hacer. Aquí la vida es dura, pero la gente se esfuerza por salir adelante a pesar de las dificultades.
Los animales campan a sus anchas, especialmente cerdos y vacas, que viven libres por calles y carreteras.
El contraste lo ponen los cochazos de importación, principalmente Mercedes.
Los Lada y Opel son para la clase media, y las Ford Transit se reservan para las marshrutkas, mini buses.
El plato estrella es el khachapuri y el agua más famosa, la de Borjomi.
Las cervezas son de 500cc mínimo, y las litronas, de 2,5 litros.
La Mtieli me hizo gracia, de estas me bebí unas cuantas,
esto se entiende especialmente si tenemos en cuenta que el clima en Poti, a orillas del mar Negro y situada en el delta pantanoso del Rioni, es húmedo subtropical. Aquí no sudas, te cueces en tu propio sudor.
Una vez adaptado al terreno, la comida, la bebida y la moneda locales, solo quedaba preparar el equipaje para la moto.
Al día siguiente comenzaba la segunda fase.
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