GEORGIA 2012. Día 5. AMBROLAURI-TKIBULI-CHIATURA-GORI. 260 KMS
La quinta jornada sería de media montaña, que a la postre es el tipo de terreno que permite más posibilidades para rodar con una moto de enduro. En el Cáucaso me vi limitado a rodar por puertos y valles con pocas ocasiones para la improvisación; en las montañas del sur de Racha, cubiertas por tupidos bosques de pinos, abetos y abedules, podría circular a placer por una variada red de caminos.
Salí de Ambrolauri por carretera dejando atrás infinidad de pequeños poblados,
no en vano Racha se distingue por ser la región georgiana con más población dispersa de todo el país. Una vez dejé la carretera seguí atravesando aldeas que se sucedían las unas a las otras, todas iguales, inmersas en los bosques de las colinas más bajas. Imposible distinguirlas; sin referencias de donde estabas ibas siguiendo la pista hasta el siguiente grupo de casas. Y así durante kilómetros y kilómetros.
Una vez se acabaron las aldeas llegamos al bosque propiamente dicho,
donde empezaba lo que podemos llamar "mi vida entre los surcos"
o "en la encrucijada".
La erosión, pero sobre todo los camiones que usan los leñadores
han redudido los caminos a surcos de diferentes profundidades, anchuras y texturas.
Depende del surco que elijas irás directo a una trampa de barro o a una barricada de árboles caídos, o tal vez te quedarás encajado entre las paredes del mismo surco porque las alforjas o los calapiés van rozando con el terreno, o quizá la maleza se enrede entre las ruedas y te quedes clavado en seco. Depende.
A medida que iba ganando altura los caminos estaban más abandonados
y llegó un punto en que la maleza lo invadía todo,
supongo que hacía años que no subían a talar árboles y la naturaleza recuperaba lo que era suyo.
Este par de gañanes fueron mis asesores geográficos aquella mañana.
Yo creo que sólo conocían la parte baja del bosque, pero cuando les preguntaba por tal o cual ruta sobre el mapa ellos siempre decían que era posible. Este fue un problema recurrente en Georgia, la gente daba por supuesto que podía pasar con la moto por cualquier sitio, e incluso me pedían hazañas dignas de un especialista.
La mejor ruta para cruzar la cordillera que corona el pico Satsalike, que era mi objetivo, la encontré yo solito, pero a base de subir por caminuchos muy comprometidos de 1ª y 2ª velocidad durante varios kilómetros. Cuanto más subía, más comido por la vegetación y la erosión estaba el camino.
Desgraciadamente llegó el momento de plantarse. Según el track que seguía, quedaba un gran trecho todavía para llegar al collado, y decidí no arriesgar más. Había entrado en la fase de circular campo a través cuesta arriba, atravesando vegetación muy alta y sobre un lecho irregular de pedruscos, intuyendo el camino con la única ayuda del gps a través de un mar de arbustos. Aquello era soportable un tiempo, pero llegué a mi límite. Bajar me costó trabajo, la moto apenas había dejado huella entre las hierbas y tuve que esforzarme para buscar la traza menos peligrosa cuesta abajo.
Me reuní de nuevo con mis asesores y tras informarles de mi fracaso les pregunté si era posible bordear la presa de Sahori por la ribera sur.
Por supuesto que sí, me dijeron, sin problema. En el croquis de abajo se ve lo lejos que llegué, además de los dos intentos frustrados de cruzar la cordillera.
Me tocó recular una vez más. Esta vez prescindí del consejo de los geógrafos locales para ganar la otra orilla del lago y me fue bastante bien.
Llegué por carretera a Tkibuli donde reposté fluidos después de una mañana frustrante en los bosques.
Mi ruta para llegar a Gori había quedado truncada. Debía recurrir al mapa, el gps y la intuición para retomar el track en Chiatura. Todos mis recursos eran bastante deficientes: el mapa de papel era de escala 1.250000 y con multitud de errores, el mapa del GPS era de esos gratis hechos por voluntarios, y mi intuición no andaba fina con el tute que llevaba entre pecho y espalda.
Recuerdo que seguí a un coche que se metió por una "carretera" en dirección a un pueblo llamado Gogni,
y a partir de ahí fueron todo pistas en diversos grados de destrucción las que me llevaron hasta este punto,
donde no me importó lo más mínimo que comenzara un tramo de asfalto. El próximo destino, Chiatura,
previo paso por la columna de Katski
La quinta jornada sería de media montaña, que a la postre es el tipo de terreno que permite más posibilidades para rodar con una moto de enduro. En el Cáucaso me vi limitado a rodar por puertos y valles con pocas ocasiones para la improvisación; en las montañas del sur de Racha, cubiertas por tupidos bosques de pinos, abetos y abedules, podría circular a placer por una variada red de caminos.
Salí de Ambrolauri por carretera dejando atrás infinidad de pequeños poblados,
no en vano Racha se distingue por ser la región georgiana con más población dispersa de todo el país. Una vez dejé la carretera seguí atravesando aldeas que se sucedían las unas a las otras, todas iguales, inmersas en los bosques de las colinas más bajas. Imposible distinguirlas; sin referencias de donde estabas ibas siguiendo la pista hasta el siguiente grupo de casas. Y así durante kilómetros y kilómetros.
Una vez se acabaron las aldeas llegamos al bosque propiamente dicho,
donde empezaba lo que podemos llamar "mi vida entre los surcos"
o "en la encrucijada".
La erosión, pero sobre todo los camiones que usan los leñadores
han redudido los caminos a surcos de diferentes profundidades, anchuras y texturas.
Depende del surco que elijas irás directo a una trampa de barro o a una barricada de árboles caídos, o tal vez te quedarás encajado entre las paredes del mismo surco porque las alforjas o los calapiés van rozando con el terreno, o quizá la maleza se enrede entre las ruedas y te quedes clavado en seco. Depende.
A medida que iba ganando altura los caminos estaban más abandonados
y llegó un punto en que la maleza lo invadía todo,
supongo que hacía años que no subían a talar árboles y la naturaleza recuperaba lo que era suyo.
Este par de gañanes fueron mis asesores geográficos aquella mañana.
Yo creo que sólo conocían la parte baja del bosque, pero cuando les preguntaba por tal o cual ruta sobre el mapa ellos siempre decían que era posible. Este fue un problema recurrente en Georgia, la gente daba por supuesto que podía pasar con la moto por cualquier sitio, e incluso me pedían hazañas dignas de un especialista.
La mejor ruta para cruzar la cordillera que corona el pico Satsalike, que era mi objetivo, la encontré yo solito, pero a base de subir por caminuchos muy comprometidos de 1ª y 2ª velocidad durante varios kilómetros. Cuanto más subía, más comido por la vegetación y la erosión estaba el camino.
Desgraciadamente llegó el momento de plantarse. Según el track que seguía, quedaba un gran trecho todavía para llegar al collado, y decidí no arriesgar más. Había entrado en la fase de circular campo a través cuesta arriba, atravesando vegetación muy alta y sobre un lecho irregular de pedruscos, intuyendo el camino con la única ayuda del gps a través de un mar de arbustos. Aquello era soportable un tiempo, pero llegué a mi límite. Bajar me costó trabajo, la moto apenas había dejado huella entre las hierbas y tuve que esforzarme para buscar la traza menos peligrosa cuesta abajo.
Me reuní de nuevo con mis asesores y tras informarles de mi fracaso les pregunté si era posible bordear la presa de Sahori por la ribera sur.
Por supuesto que sí, me dijeron, sin problema. En el croquis de abajo se ve lo lejos que llegué, además de los dos intentos frustrados de cruzar la cordillera.
Me tocó recular una vez más. Esta vez prescindí del consejo de los geógrafos locales para ganar la otra orilla del lago y me fue bastante bien.
Llegué por carretera a Tkibuli donde reposté fluidos después de una mañana frustrante en los bosques.
Mi ruta para llegar a Gori había quedado truncada. Debía recurrir al mapa, el gps y la intuición para retomar el track en Chiatura. Todos mis recursos eran bastante deficientes: el mapa de papel era de escala 1.250000 y con multitud de errores, el mapa del GPS era de esos gratis hechos por voluntarios, y mi intuición no andaba fina con el tute que llevaba entre pecho y espalda.
Recuerdo que seguí a un coche que se metió por una "carretera" en dirección a un pueblo llamado Gogni,
y a partir de ahí fueron todo pistas en diversos grados de destrucción las que me llevaron hasta este punto,
donde no me importó lo más mínimo que comenzara un tramo de asfalto. El próximo destino, Chiatura,
previo paso por la columna de Katski
Arriba vive un anacoreta en pleno siglo XXI.
Iglesias hay unas cuantas en la misma zona,
generalmente encaladas y con muchos iconos.
En Chiatura anduve perdido en busca del camino a Shukruti
hasta que un paisano me abordó, le expliqué mi problema y acto seguido me guió con su coche hasta las afueras de la ciudad y me señaló el cruce correcto. Gracias.
A partir de Chiatura me moví por una llanura, pero los caminos se hacían muy pesados; estaban muy deteriorados, con cierto tráfico y muchísimo polvo. La zona tenía una red viaria muy densa que se extendía entre una infinidad de pequeños pueblos, sin indicadores de ningún tipo, donde tú jugabas a elegir la ruta que pudiera ser menos cansina. Dependiendo de tu fortuna podías pillar algo de asfalto o piedras y polvo sin fin.
Adelantar a través de nubes de polvo, especialmente a los camiones, era por un lado un ejercicio de aguantar la respiración, y por otro lado casi un acto de fe, pues la visiblidad era prácticamente nula. Erré mucho tiempo por aquel laberinto, hasta que aparecí en un cruce que anunciaba rutas más civilizadas.
Iglesias hay unas cuantas en la misma zona,
generalmente encaladas y con muchos iconos.
En Chiatura anduve perdido en busca del camino a Shukruti
hasta que un paisano me abordó, le expliqué mi problema y acto seguido me guió con su coche hasta las afueras de la ciudad y me señaló el cruce correcto. Gracias.
A partir de Chiatura me moví por una llanura, pero los caminos se hacían muy pesados; estaban muy deteriorados, con cierto tráfico y muchísimo polvo. La zona tenía una red viaria muy densa que se extendía entre una infinidad de pequeños pueblos, sin indicadores de ningún tipo, donde tú jugabas a elegir la ruta que pudiera ser menos cansina. Dependiendo de tu fortuna podías pillar algo de asfalto o piedras y polvo sin fin.
Adelantar a través de nubes de polvo, especialmente a los camiones, era por un lado un ejercicio de aguantar la respiración, y por otro lado casi un acto de fe, pues la visiblidad era prácticamente nula. Erré mucho tiempo por aquel laberinto, hasta que aparecí en un cruce que anunciaba rutas más civilizadas.
En el mismo cruce unos paisanos me invitaron a fanta y a comer toda la sandía que pudiera.
Les conté lo que andaba haciendo por allí y decidieron montar una cena en mi honor al grito de "Ignazio, "restorán, restorán!".
Me llevaron a un chiringuito perdido en medio del bosque y allí nos pusieron mesa al lado de un río.
El camarero emergía entre los árboles cargado cada vez con más viandas. Pollo, khachapuri, berenjenas fritas, ensaladas, vino a porrillo..., la hostia.
Como vieron que tenía buen saque, pidieron más de todo, además de reservarme las entrañas del pollo para mí, que debe ser algo muy apreciado en el país. Mientras comíamos practicamos diferentes rituales para beber el vino, como por ejemplo cruzando los brazos y aguantando el vaso en alto con el comensal de al lado. La conversación derivó desde el fútbol y la geografía a temas más profundos como la política, la religión y el origen del mundo.
A punto de reventar ya, pidieron el cuerno.
Es costumbre soltar un discurso mientras sostienes el cuerno para después ofrecer un brindis a tus acompañantes.
Llegado mi turno yo les di las gracias por la invitación y la compañía tras un día tan frustrante en los bosques.
"Gaumarjos" (salud) es la palabra más repetida en estos saraos.
Gracias desde aquí especialmente a Zviadi, que fue quien pagó la fiesta,
y en general a todos los demás por estar allí y animarme el día con su increíble hospitalidad.
Casi no podía moverme de lo que había comido, y los vapores etílicos me tenían algo desconcertado. Estábamos en los últimos momentos del atardecer y les comuniqué a mis anfitriones que quería llegar a Gori antes de que cayera la noche. Me costó un tiempo que levantáramos la sesión, como es habitual en estos casos. Luego seguimos con el cachondeo de que tenía que conducir la moto despacito para no pegármela. Al final, tras muchos besos y abrazos conseguí ponerme en marcha hacia Gori.
Habían pasado ya algunos kilómetros cuando mis amigos me adelantaron a toda velocidad con su furgoneta para esperarme después en el arcén. Paré a saludarles una vez más y a escuchar sus consejos de que no corriese en exceso. En esas estábamos cuando se detuvo a nuestro lado una furgoneta llena de policías a ver qué pasaba allí con la moto amarilla y tanta gente. Zviadi empezó a contarles la batallita en tono jocoso, momento que aproveché yo para despedirme rápidamente de todos los presentes y darme el piro, de lo contrario nos habrían dado las doce en el arcén.
Inevitablemente se me hizo de noche en la carretera, pero por suerte estaba toda asfaltada, y los últimos kilómetros antes de Gori fueron de autovía. Entré a la ciudad por unos barrios feísimos y oscuros, vaya panorama. Estaba intentando orientarme con el gps cuando se me acercó un chaval a lomos de un scooter. Le dije que buscaba algún sitio para pasar la noche y amablemente me guió a través de la ciudad hasta el hotel Victoria. El lugar era algo más finolis de lo que yo deseaba, pero por no dar más vueltas tras un día tan movidito, me quedé allí. Necesitaba un lugar tranquilo para descansar y digerir, como una pitón que acabara de zamparse un cerdo.
y en general a todos los demás por estar allí y animarme el día con su increíble hospitalidad.
Casi no podía moverme de lo que había comido, y los vapores etílicos me tenían algo desconcertado. Estábamos en los últimos momentos del atardecer y les comuniqué a mis anfitriones que quería llegar a Gori antes de que cayera la noche. Me costó un tiempo que levantáramos la sesión, como es habitual en estos casos. Luego seguimos con el cachondeo de que tenía que conducir la moto despacito para no pegármela. Al final, tras muchos besos y abrazos conseguí ponerme en marcha hacia Gori.
Habían pasado ya algunos kilómetros cuando mis amigos me adelantaron a toda velocidad con su furgoneta para esperarme después en el arcén. Paré a saludarles una vez más y a escuchar sus consejos de que no corriese en exceso. En esas estábamos cuando se detuvo a nuestro lado una furgoneta llena de policías a ver qué pasaba allí con la moto amarilla y tanta gente. Zviadi empezó a contarles la batallita en tono jocoso, momento que aproveché yo para despedirme rápidamente de todos los presentes y darme el piro, de lo contrario nos habrían dado las doce en el arcén.
Inevitablemente se me hizo de noche en la carretera, pero por suerte estaba toda asfaltada, y los últimos kilómetros antes de Gori fueron de autovía. Entré a la ciudad por unos barrios feísimos y oscuros, vaya panorama. Estaba intentando orientarme con el gps cuando se me acercó un chaval a lomos de un scooter. Le dije que buscaba algún sitio para pasar la noche y amablemente me guió a través de la ciudad hasta el hotel Victoria. El lugar era algo más finolis de lo que yo deseaba, pero por no dar más vueltas tras un día tan movidito, me quedé allí. Necesitaba un lugar tranquilo para descansar y digerir, como una pitón que acabara de zamparse un cerdo.
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