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jueves, 2 de agosto de 2012

GEORGIA 2012. DÍA 3. MESTIA-ADISHI-MESTIA

GEORGIA 2012. DÍA 3. MESTIA-ADISHI-MESTIA. 150 KMS

El tercero era un día de alta montaña dedicado a explorar los contornos de los picos Ushba y Tetnuldi. Se trataba de una ruta circular con salida y llegada en Mestia, así que podía prescindir del maletón y disfrutar de una moto algo más ligera, cargada solo con las herramientas y alimentos más imprescindibles.




Por la mañana la ruta me llevó en dirección oeste, buscando la falda del Ushba. A la entrada del valle, en Dolasvipi, la policía me hace parar e informarles de mi destino. Les digo que voy a Mazeri, el último pueblo hasta donde llega el camino, aunque mi intención es seguir todo lo lejos que sea posible, más o menos hasta esta barrera de materiales sedimentarios, donde terminaba la pista.




Después solo quedaba la posiblidad de internarse por el bosque




siguiendo un sendero-riachuelo




que finalmente era engullido por la masa de árboles.

Desde el valle, las vistas de Ushba tampoco eran especialmente satisfactorias.




Oteé el horizonte,




y con otras montañas igualmente espectaculares en lontananza





decidí que era el momento adecuado de salir de allí hacia el este en busca del glaciar de Adishi.



Desando el camino, paso el control policial, y unos kilómetros más adelante me detengo a la sombra de una parada de autobús a tensar la cadena. Justo cuando estaba recogiendo las herramientas se para a mi lado el coche de la policía.

-PЯObLЭM?
-NIET PЯObLЭM, SPASIBA.


Se marchan. Frenan. Marcha atrás. Vuelven. Les ha gustado la moto, ay.




El rubio se conforma con unas fotos,




pero el gigante dice que quiere probarla.




Nada más salir casi se la pega. Mis reglajes blandos de suspensión no pueden con su tonelaje y la moto se retuerce como chicle en el primer viraje.





El tipo no se arredra y dice que ahora vuelve. Pasan dos o tres minutos y me temo lo peor. Estaba ya explicándole a su colega que subiéramos a la pick-up para ir a recoger lo que quedara de moto y policía cuando empezamos a oir el motor inconfundible de mi DRZ.




El agente estaba entero y la moto también, menos mal. Por lo revolucionado que llevaba el motor creo que no se atrevió a pasar de segunda en todo el rato. Mejor eso que estrellarse, el hombre fue prudente. Por mi parte, creo que fue el error más grave que cometí en todo el viaje, prestarle la moto. Si se llega a atizar un tortazo y me rompe la Suzuki podría haberme dejado sin excursión. Pero claro, si me niego y se pone borde podía haberme amargado el día también, qué dilema.

Solventados los problemas con la autoridad retorné a Mestia y tomé rumbo este, hacia Adishi y el glaciar que nace en las laderas del Tetnuldi (4850 m), una pirámide blanca que es la 10ª cumbre más elevada del Cácucaso.




A partir de Bogreshi el camino discurría permanentemente por un valle. Algunas puertas para el ganado interrumpían la pista, pero ninguna estaba cerrada con candados o cadenas. Aquí la circulación es libre.




En Adishi el camino se transformó en senda y estuve un tiempo callejeando en varias direcciones hasta dar con el rumbo correcto, o eso creía yo.




Unos hombres bajaban con sus caballerías arrastrando trineos por el sendero, así que paré el motor para no asustar a las bestias y esperé hasta que llegaron a mi altura. Les pregunté por la ruta hacia el glaciar y me explicaron que iba en dirección casi opuesta,




en realidad casi no tenía que subir, sólo seguir el valle hasta donde pudiera.




Por delante tenía un sendero que discurría a media ladera,




con poco desnivel y casi sin curvas,




pero trufado de agujeros, arroyos, escaloncillos enfangados, trampas de barro, senderos alternativos en paralelo y otros pequeños obstáculos que sumados a lo largo de 5 kilómetros fueron fatigándome paulatinamente.

Este fue el punto más lejano al que pude llegar,

 




que coincide con el extremo de la línea roja del mapa inferior.





Si hubiese llegado 100 años antes habría tenido el glaciar a tiro de piedra,

 


pero desgraciadamente, ha menguado.


 

Podía aproximarme, pero campo a través, porque la senda bajaba hacia el río para después cruzarlo y subir por las montañas a mi derecha. Si bajaba, no había retorno, pues la senda era demasiado empinada y estaba muy deteriorada. El río, si encontraba el vado podría cruzarlo (foto de archivo),




pero la rampa posterior hacia el collado Chkhutnieri sabía que era imposible desde aquel lado. Había que volver. Vislumbré a un grupo de senderistas que venían por el lecho del río hacia mi posición acompañados por un guía y un caballo. Decidí esperarles para intercambiar opiniones sobre la ruta. El guía se quedó bastante impresionado de ver una moto por allí y todavía más cuando le dije que iba solo. Como nuestros caminos coincidían, convinimos que yo iría delante para no espantar al animal. De paso, si me atascaba o me caía, podrían echarme una mano.

El retorno a Adishi se me hizo pesado, la senda en sentido descendente resultó ser más peligrosa que a la ida, y el cansancio empezó a pasarme factura.




El paisaje de alta montaña era precioso, salpicado de neveros y torrentes por doquier.







Iba un poco fundido. En una cornisa que estaba pasando descabalgado perdí el equilibrio, solté el manillar y la moto quedó patas arriba en el prado inferior. Pensé que los senderistas andaban todavía lejos como para ayudarme a levantarla y además estaba perdiendo toda la gasolina, así que tuve que hacer un esfuerzo de los grandes para devolver la moto a su posición natural y volver a subir a la cornisa. Superé este y otros obstáculos menores, pero acabé saliéndome de la senda buena e hice más kilómetros que los caminantes, con los que prácticamente coincidí a la llegada a Adishi. O sea, más de una hora para cubrir 5 kms.







Las callejas de la aldea eran estrechísimas y laberínticas.




Y cosas del azar, voví a coincidir con los arrieros que me habían orientado horas antes. Hubo tiempo para comentar la ruta y para tomar alguna instantánea.



David, el de la foto superior, insistió en que me quedara a comer en su casa.




La generosidad de los georgianos no tiene límite. Al igual que tampoco tienen horarios marcados para las comidas, allí la mesa está siempre dispuesta. Aunque fueran las 5 de la tarde en un momento tenían preparado mantel y viandas para hartarse.




Con lo desfallecido que andaba yo aquel condumio a base de guiso de patatas, cebollas, ensaladas, pastelillos, pan y vino me supo a gloria. Aunque sé que David y sus amigos no van a leer esto, les doy las gracias otra vez desde aquí por llevarme a su casa y darme de comer, a pesar de no conocerme e ir más sucio y maloliente que un salvaje.

Con los numerosos brindis post-comida volví a Mestia más contento que unas pascuas. Eso de acabar la tarde alcoholizado comenzaba a ser peligrosamente habitual.

Apuré la hora escasa de sol que me quedaba y me fui a dar una vuelta por el camino que conduce al glaciar Chaladi. Un puente colgante de imposible acceso para motos me cortó el paso,




de modo que hubo que poner fin a las excursiones por aquel día.




Fin de la tercera jornada.


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