DÍA 19-VALBONA-SHKODER. 160 kms
En realidad sobre la moto fueron sólo 130 kms; 30 los recorrí plácidamente a bordo del Annika, pero no adelantemos acontecimientos.
Primero había que explorar el valle de Valbona sobre un lecho de piedras tan blanco que hería la vista.
Una señal en medio de la rambla me aclaró el rumbo
y pude desayunar algo justo en el límite del valle, en la aldea de Rrogam. Seguir en moto más allá no era posible, sobre todo porque una barrera bloqueaba la ruta. Honestamente, tampoco habría llegado mucho más lejos.
Deshice el camino sin problema. Me encantaba el paisaje: pura Albania.
Poco offroad. El camino a Valbona está siendo asfaltado, pero el paraje bien merece una visita.
Un par de horas más tarde, estaba sentado tranquilamente a bordeo del Annika surcando las aguas del lago Koman.
Me vino de perlas que por una vez me llevaran y poder desentenderme de la conducción.
De los mejores momentos del viaje, 30 kilómetros de navegación en compañía de otros turistas y paisanos que íbamos recogiendo por el camino esperando al barco apostados en cualquier peñasco (ver bien la foto inferior). Sobrecogedor.
En realidad sobre la moto fueron sólo 130 kms; 30 los recorrí plácidamente a bordo del Annika, pero no adelantemos acontecimientos.
Primero había que explorar el valle de Valbona sobre un lecho de piedras tan blanco que hería la vista.
Una señal en medio de la rambla me aclaró el rumbo
y pude desayunar algo justo en el límite del valle, en la aldea de Rrogam. Seguir en moto más allá no era posible, sobre todo porque una barrera bloqueaba la ruta. Honestamente, tampoco habría llegado mucho más lejos.
Deshice el camino sin problema. Me encantaba el paisaje: pura Albania.
Poco offroad. El camino a Valbona está siendo asfaltado, pero el paraje bien merece una visita.
Un par de horas más tarde, estaba sentado tranquilamente a bordeo del Annika surcando las aguas del lago Koman.
Me vino de perlas que por una vez me llevaran y poder desentenderme de la conducción.
De los mejores momentos del viaje, 30 kilómetros de navegación en compañía de otros turistas y paisanos que íbamos recogiendo por el camino esperando al barco apostados en cualquier peñasco (ver bien la foto inferior). Sobrecogedor.
La travesía me hizo recordar inevitablemente una memorable escena de la película Remando al viento, en la que Lord Byron en pleno rapto romántico evoca la furia de las montañas de Albania.
Algunos pasajeros desembarcaban en improvisados muelles y se perdían senda arriba.
Otros eran recogidos en medio del lago con la ayuda de un barquero.
En fin, sólo dios sabe de dónde venían y a dónde iban aquella gente. Cuesta trabajo imaginarse su vida allí entre los riscos, caminando arriba y abajo por las sendas, prácticamente incomunicados, dependiendo permanentemente del ferry.
Estas chicas de la aldea de Naplep nos suministraron una suculenta y recién hecha merienda.
Comparadas con los demás habitantes del lago, eran unas privilegiadas. Vivían en esta casita en la misma ribera y con embarcadero particular.
Hubo tiempo también para darnos un baño en un recóndito cañón. Bendito relax, sí, pero la tarde iba pasando y según mis cálculos llegaría a Shkoder prácticamente de noche.
Sacar la Suzuki a tierra firme no fue fácil, hasta el capitán tuvo que implicarse.
Cuando estuve en condiciones de poner en marcha la moto ya había desaparecido todo el personal, el muelle estaba desierto y, por desgracia para mí, la salida del puerto era a través de un siniestro túnel. Y yo sin luces. Suerte tuve de engancharme a la trasera del último coche, que salía en ese momento, porque el túnel era largo, con curvas, sin asfalto, encharcado, con rasantes, goteras, derrumbamientos, bacheado. Sin su colaboración no lo habría conseguido.
Por supuesto anocheció poco antes de llegar a Shkoder, pero ya era territorio conocido y previsible...
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