AÑO NUEVO EN PORTUGAL. DÍA 2. VILANOVA DE MIL FONTES - AZENHA DO MAR. 100 kms
Si la
primera jornada había sido intensamente arenosa y playera además de
larga, la segunda fue breve y transcurrió entre acantilados y calas.
Nada más salir de Vilanova me dirigí a la Praia das Furnas para tomarle
el pulso a la costa desde las alturas.
Avanzar
cerca del mar no era siempre posible, ni mucho menos. Había que ir
buscando caminos entre fincas de cultivo, confiando en que no acabaran
en un precipicio, circunstancia bastante habitual.
Saqué provecho de la Rota Vicentina, http://www.rotavicentina.com/, una red de senderos que a menudo coincidía con mi plan, y siguiendo marcas verdes y azules fui abriéndome paso hacia el sur
hasta llegar algo más allá de Almograve, cabo Sardao y Zambulleira do Mar.
Algún letrero ya me avisaba de lo peligroso que era acercarse a los abismos,
en coche o ciclomotor, de motos no decía nada, así que yo, adelante.
Poco antes de Azenha do Mar me lancé por sendero estrecho en busca de la praia da Amalia.
La senda, corta, seguía el curso de un riachuelo y emboscada entre
matojos, cañas y otra vegetación exuberante, desembocaba en el
Atlántico. El GR continuaba hacia el sur pero un escalón imposible me
obligaba a retroceder, así que di la vuelta como pude y volví sobre mis
pasos.
En un paso delicado y resbaladizo de la senda descabalgué para no errar
el tiro, pero aún así se me escurrió la moto con fatales consecuencias.
Con una caída hacia un riachuelo cenagoso a mi derecha, una escasa y resbaladiza plataforma a mi izquierda y un tronco entre las ruedas, pronto comprendí que yo solo no sacaría la moto de allí en mil años. Mi esperanza radicaba en tropezarme con algún senderista y que me ayudara en el rescate, pero siendo un día entre semana iba a tener difícil que alguien pasara justo por allí. Además calculaba que sería necesaria la fuerza de tres hombres al menos, vaya marrón. Mientras esperaba ayuda del cielo intenté reposicionar la moto: atándola con un par de correas (siguiendo las enseñanzas de Deivid) a un árbol para que no se fuera río abajo y tras unas cuantas maniobras, conseguí liberarla del tronco, pero poco más. Me fui caminando hacia el acantilado a ver si avistaba a algún excursionista pero tras otear el horizonte vi que estaba más solo que la una y entendí que la ayuda no iba a llegar desde el mar. Estaba ya de regreso muy cerca de la moto cuando me di de bruces con Kevin, un mochilero de Austin, Texas:
-Hey, vi tu moto en el camino, estuve gritando, creí que te habías caído al río.
-No, no. Llevo una hora por aquí, había ido hacia la playa a buscar ayuda, pero no he encontrado a nadie.
-Yo puedo echarte una mano, hombre.
-¿Seguro? Hay que ensuciarse mucho, y no sé si entre sólo dos personas la sacaremos de allí.
-Vamos, venga. !Si estas cosas son las que me gustan a mí! Además. no va a venir nadie, llevo caminado todo el día por la rota vicentina y no he visto un alma. Aquí solo estamos tú y yo, nadie más.
Mi ángel de la guarda me envió a Keven Gedko, un tejano bastante parecido a Cocodrilo Dundee para auxiliarme en aquella exigente operación. El tío, sin complejos, se metió entre el follaje y el barro, y con su fuerza prodigiosa conseguimos izar la Suzuki hasta la senda, arrastrarla un poco cuesta arriba, y finalmente levantarla cuando tuvimos terreno estable donde apoyarnos. Nos costó lo nuestro, pero lo conseguimos. Incluso se lo pasó bien, le excitaban estas aventurillas de gente rara que se iba encontrando en su camino.
-Si no llega a ser por tí, Keven, paso aquí la noche junto a la moto.
-Bueno, yo llevo un par de días durmiendo en la playa. Un poco de frío durante la madrugada pero nada más.
Duro de pelar el tejano, ¿eh? Nuestros caminos se separaban justo allí, pero insistí en invitarle a cenar para agradecerle su auxilio.
Para recuperarme de las emociones vividas y reírme de mi suerte me fui a contemplar el océano desde un promontorio cercano, a ver si se me aclaraban las ideas y entendía qué demonios estábamos haciendo por allí.
Quedarían
un par de horas escasas de luz y decidí no meterme en más berenjenales
por aquel día. Retorné a Vilanova, cargué la moto en el remolque y me
fui tranquilamente por carretera hasta Aljezur a buscarme un hotel donde
situar la base para la tercera jornada. Más tarde me reuní con Keven en
Odeceixe para tomar algo y contarnos unas cuantas batallitas hasta que
nos cerraron los bares del pueblo.
En resumen, día de pocos kilómetros pero intenso y con sorpresas. Quién me manda ponerme a hacer enduro, con lo fácil que era rodar por la arena de la playa el día anterior.
Con una caída hacia un riachuelo cenagoso a mi derecha, una escasa y resbaladiza plataforma a mi izquierda y un tronco entre las ruedas, pronto comprendí que yo solo no sacaría la moto de allí en mil años. Mi esperanza radicaba en tropezarme con algún senderista y que me ayudara en el rescate, pero siendo un día entre semana iba a tener difícil que alguien pasara justo por allí. Además calculaba que sería necesaria la fuerza de tres hombres al menos, vaya marrón. Mientras esperaba ayuda del cielo intenté reposicionar la moto: atándola con un par de correas (siguiendo las enseñanzas de Deivid) a un árbol para que no se fuera río abajo y tras unas cuantas maniobras, conseguí liberarla del tronco, pero poco más. Me fui caminando hacia el acantilado a ver si avistaba a algún excursionista pero tras otear el horizonte vi que estaba más solo que la una y entendí que la ayuda no iba a llegar desde el mar. Estaba ya de regreso muy cerca de la moto cuando me di de bruces con Kevin, un mochilero de Austin, Texas:
-Hey, vi tu moto en el camino, estuve gritando, creí que te habías caído al río.
-No, no. Llevo una hora por aquí, había ido hacia la playa a buscar ayuda, pero no he encontrado a nadie.
-Yo puedo echarte una mano, hombre.
-¿Seguro? Hay que ensuciarse mucho, y no sé si entre sólo dos personas la sacaremos de allí.
-Vamos, venga. !Si estas cosas son las que me gustan a mí! Además. no va a venir nadie, llevo caminado todo el día por la rota vicentina y no he visto un alma. Aquí solo estamos tú y yo, nadie más.
Mi ángel de la guarda me envió a Keven Gedko, un tejano bastante parecido a Cocodrilo Dundee para auxiliarme en aquella exigente operación. El tío, sin complejos, se metió entre el follaje y el barro, y con su fuerza prodigiosa conseguimos izar la Suzuki hasta la senda, arrastrarla un poco cuesta arriba, y finalmente levantarla cuando tuvimos terreno estable donde apoyarnos. Nos costó lo nuestro, pero lo conseguimos. Incluso se lo pasó bien, le excitaban estas aventurillas de gente rara que se iba encontrando en su camino.
-Si no llega a ser por tí, Keven, paso aquí la noche junto a la moto.
-Bueno, yo llevo un par de días durmiendo en la playa. Un poco de frío durante la madrugada pero nada más.
Duro de pelar el tejano, ¿eh? Nuestros caminos se separaban justo allí, pero insistí en invitarle a cenar para agradecerle su auxilio.
Para recuperarme de las emociones vividas y reírme de mi suerte me fui a contemplar el océano desde un promontorio cercano, a ver si se me aclaraban las ideas y entendía qué demonios estábamos haciendo por allí.
En resumen, día de pocos kilómetros pero intenso y con sorpresas. Quién me manda ponerme a hacer enduro, con lo fácil que era rodar por la arena de la playa el día anterior.
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