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lunes, 30 de septiembre de 2019

DE ARROYOS, AFLUENTES Y RÍOS. DÍA 1

DE ARROYOS, AFLUENTES Y RÍOS. DÍA 1

La información acumulada en visitas precedentes al noroeste peninsular  permitía armar un digno e intenso recorrido para pasar todo un fin de semana encima de la moto, y el último tercio de la primavera 2019 fue el momento propicio para rodar una vez más al sur de la gran cordillera. La ruta fue tan satisfactoria que la repetí con diferentes amigos en un lapso de 14 días, y he aquí la crónica simultánea de ambas salidas.

Por norma, unos 300 ó 400 kilómetros de viaje de aproximación con coches y remolques hasta la zona de salida, que no son nada cuando la motivación es alta y además el tiempo acompaña.


La excursión sería acuática, ya previne a mis cuates de que estaríamos en remojo permanente. Debe ser consecuencia de vivir en la costa mediterránea, echamos de menos ver los cauces de los ríos llenos y a la menor ocasión nos apetece sumergirnos en el primer arroyo que vemos. Como otras veces, comenzamos a lo grande, rodando sobre guijarros del tamaño de sandías,


pero nuestro ímpetu pronto se vio frenado por la intensidad de la corriente del río Zinc. En otras estaciones habíamos franqueado con facilidad el ancho cauce, pero ahora en algunos puntos el vadeo se presentaba realmente azaroso y no era cuestión de echar a perder la salida tan temprano. En esta ocasión las crecidas aguas del deshielo nos forzaron a ser prudentes y tuvimos que retroceder.


El contratiempo no tuvo la menor importancia: un breve enlace por asfalto y de cabeza al bosque, dejando atrás la capital de la comarca. Por cierto, este soy yo sobre Beta 390.


La presentación del resto de la banda viene a continuación, en las cárcavas. Rubén, con Husky 250.


Otra Husqvarna 250, la de Antonio, en el mismo socavón.


Finalmente, sobre Hqvna 350, Fernando, a punto de salir de la trinchera.


Hay que decir que por esta zanja algunos pasamos con asiduidad. No deja de impresionarnos el paisaje agreste y desolado de la comarca, y sin duda la gran peña nos inspira para volver todos los años.


Lo que no es nada frecuentado es el riachuelo que sucede a la barranca, unos 3 kms de encajonado curso fluvial poco profundo donde se avanza por pura intuición entre un desorden permanente de piedra, agua y vegetación.


No existe sendero balizado o restos de algún camino ancestral; te abres paso bien por el lecho del río, bien por la ribera, tú elijes tu suerte.


A nuestro paso las aguas se removían, la corriente descendente enturbiaba el agua y no había manera de conocer el calado de ciertos recovecos donde acechaba la sorpresa.


Con prudencia conjuramos los previsibles patinazos, pero la marcha no dejaba de ser penosa, y cada uno buscaba su salvación optando entre orilla accidentada o resbaladizo cauce.



Fueron muchos minutos seguidos de concentración, aliviados puntualmente en algún meandro donde a veces se intuía una trocha escasamente despejada de matojos que hacía las veces de atajo entre las curvas del riachuelo. Esporádicamente podías rodar por el cauce con visibilidad completa.


Paulatinamente el cañón fue ganando anchura, el abanico de trayectorias se amplió y no sin cierto alivio empezamos a intuir el final de aquella intensa sección.


El premio: llegar a la cascada sin nombre, ya que no está cartografiada en los mapas. Alguno quería seguir remontando pero por ahí ya no era posible.


Unas fotos para la posteridad, y media vuelta. Obsérvese la diferencia de caudal de la catarata en sólo 14 días de diferencia. Y por cierto, a más circulación de agua, lecho más limpio y por ende menos resbaladizo.


Nos esperaba un enlace rápido para meternos de lleno en un afluente más caudaloso y también desconocido. Esta era una de las partes novedosas de la excursión y había que resolver la incógnita de si lo íbamos a conseguir o no.


A estas alturas ya éramos seres anfibios y no nos importó seguir con las abluciones un par de kilómetros más. Además el panorama ya no era tan angosto y en general se circulaba con menos agobios que antes,


Tampoco podías relajarte, a la que te despistabas acababas metido en algún berenjenal y era menester emplease a fondo para zafarse del lío.


Vadeos, innumerables. Fuimos probando suerte de una ribera a la otra, por el medio, por el follaje o, simplemente, por donde podíamos.


Personalmente prefiero salirme por la zona seca mientras me sea posible. En cualquier caso, supimos todos mantenernos a flote y completamos el trecho que nos habíamos propuesto.


Los trabajos acuáticos concluyeron por fin, y pudimos circular unos cuantos kilómetros sin apenas mojarnos, aunque las botas acumulaban humedad suficiente como para entumecernos  las extremidades inferiores durante muchas horas más. El caso es que agradecimos el terreno seco y el sol mientras duró.


Nos tomamos una merecida pausa para celebrar la buena marcha de la expedición en un resort campero que siempre pasábamos de largo. Grandes cervezas y aceitunas negras de Aragón, cómo no.


El enlace hasta la única senda seria de ascenso de la jornada fue, inevitablemente, pasado por agua, no podía ser de otra manera.


Más tarde, cuando bordeábamos el pantano empezó el aguacero, breve, pero suficiente para enjabonar y abrillantar las piedras.



Quince días después, el mismo pantano y sus riberas mostraban un aspecto bien distinto: radiante y soleado como nunca.


























Para los del finde pasado por agua el trecho siguiente, inédito, nos deparó entretenimiento en las profundidades de un bosque inesperadamente húmedo y deslizante.




 Con la carretera tan cerca y nosotros dando patinazos por aquella ladera, ¡qué contraste!


Al final salimos a la vía asfaltada y ya por lo negro nos encaminamos al restaurante a reponer fuerzas tras tan agitada mañana.

 

Durante la tarde la velocidad promedio aumentó ligeramente gracias a la ausencia de vías fluviales de importancia. ¡Qué raro circular sobre terreno totalmente seco!


A lo largo de unos 40 kilómetros nos concentramos en rodar hacia el norte por sendas mayormente conocidas, al tiempo que la lluvia se apartaba de nuestro camino.


Después de una mañana de cierto agobio entre cañones, veredas y bosques, por fin se despejaba el horizonte y podíamos disfrutar de espacios más amplios. Al fondo, la gran peña servía de referencia inequívoca para guiar nuestro rumbo.


Si somos rigurosos, volvimos a catar algo de terreno húmedo, pero comparado con lo de la mañana, diremos que fueron apenas unos charcos.


Antonio, el muy insaciable, aún se empeñó en explorar una ciénaga, aunque dicha prospección finalmente no fue de provecho.


Como siempre me pasa, infravaloré la longitud del regreso y empezó a atardecer cuando todavía nos encontrábamos relativamente lejos de la meta.


La peña estaba cada vez más cerca pero el descenso se eternizaba al mismo tiempo que la luz menguaba. Las circunstancias no eran nada buenas para ampliar el reportaje con más fotos así que seguimos sin apenas pausas hasta el final. Como siempre, la crónica no es más que un reflejo parcial de lo vivido durante 90 kilómetros  de enduro bastante lento y retorcido. Fin del día 1.


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