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sábado, 4 de abril de 2020

PANDEMIA. FORCASTELL 2017

PANDEMIA. FORCASTELL 2017

A causa del confinamiento, debemos remontarnos al invierno de 2017 en busca de actividad rodante. Sucedió un sábado a lo largo de 100 kilómetros en una comarca del interior y en formación de trío, con la compañía de Antoine y Caesar.

Los inicios, rumbo norte por vías raramente frecuentadas por alguna Sherco y anómalamente poco accidentadas.


El terreno accidentado propiamente dicho vendría poco después vía ruinoso azagador.


Laberinto rocoso de antiguas vías pecuarias, nuestro patio de recreo de la madurez.


Lo árido y pétreo es nuestro ambiente natural, por eso celebramos siempre con estrépito el encuentro con el medio fluvial, en este caso el curso del Regantes.


Al fondo, la villa de Rotells, y en primer término, Antoine y su 250 trazando una diagonal entre riberas.


El vadeo nos situó en la vega occidental durante unos pocos kilómetros, justo hasta llegar a la confluencia con un afluente, el Vellacanta, sobre cuyo lecho avanzamos y resbalamos también.


Río de poco calado, fue excelente vía de avance hacia el sur durante un tiempo,


justo hasta que el terreno se tornó abrupto de veras.


Durante el estiaje se puede cruzar a la otra orilla, en el invierno resulta preciso aventurarse por el estrecho paso. Y mejor no desequilibrarse.


Alcanzar el viejo molino no fue fácil, pero no quedaba otra ruta en aquel mes de febrero.


Las angosturas fueron sucedidas tiempo después por amplios espacios de ya remoto uso pecuario.


Caesar en la encrucijada, siempre ascendiendo.


Unos metros más abajo, el narrador, rezagado, superaba el slálom trazado sobre vegetación almohadillada.



Y finalmente culminaba pegado al persistente muro, buen ejemplo de arquitectura de piedra seca.


En entorno tan telúricamente convexo, si caes, mejor caer sobre un confortable lecho arbustivo, ¿no?


Tarde o temprano debíamos bajar, y lo hicimos por terreno igualmente quebrado


por resistente camino jalonado de bien ciclópeos contrafuertes.


Podría decirse que más que bajar, nos dejamos engullir por el profundo cañón. Qué paraje.


Inexplicablemente, en aquel punto nos disgregamos en dos grupos y no volvimos a reunirnos sino en las calles de Fortcastell, de donde salimos de nuevo cuesta abajo,

esta vez por camino más desdibujado y a punto de perderse definitivamente obstruido como estaba por numerosos desplomes y desbordado ramaje.


Sin machete no habríamos podido abrirnos paso y suerte tuvimos de no perder los nervios ante tan comprometida situación.


Tampoco acabamos de recuperarel ritmo en la colada que nos condujo al barranco del Molar, un clásico cuando se rueda por la zona.


Aquí cada uno se las arregla como le parece, pues la pendiente intimida y no es cuestión de frenarse de súbito contra un pino.


Una vez en el riachuelo recuperamos la horizontalidad después de la prolongada sesión de descensos.


Todavía quedaba trecho para volver al punto de salida, pero, mala suerte, nos faltó tiempo y luz solar para dejar testimonio fotográfico del suceso, señal inequívoca de que aquel fue un buen día que apuramos de principio a FIN.

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