DÍA 2. CASTELO DE VIDE-ÉVORA. 230 KMS
Comenzamos el segundo día alimentándonos en el buffet del hotel como si se fuera acabar el mundo. Apenas recuerdo todas las viandas que me eché al estómago. Acostumbrado a tomar sólo un café con leche para desayunar, en estas situaciones siempre me pregunto cómo soy capaz de cometer tales excesos.
El modus operandi de arrasar en el buffet del desayuno obedecía a nuestra estrategia de rodar toda la jornada en plan "flag to flag", sin parar para casi nada excepto para comer alguna barrita o echar unas fotos. Y así lo hicimos todos los días: comilona matinal + moto + cenorra, ciclo que nos permitía aprovechar todas las horas de luz posibles para rodar con las motos y llegar luego al hotel con tiempo de ducharnos y cenar a una hora razonable.
La lluvia de la noche y la neblina matinal nos deparararon un inicio de ruta algo fantasmagórico por aquellos caminillos empedrados cercanos a Castelo de Vide.
La niebla quedó atrás tal como fuimos descendiendo de la sierra,
aunque muy pronto llegaron otras humedades,
cada vez más serias.
El cielo estuvo encapotado todo el día y la amenaza de lluvia era permanente, sólo era cuestión de tiempo que nos mojáramos. Camino de Alter do Chao y entre intervalos de llovizna fuimos cruzando fincas, dejando atrás la sierra e internándonos paulatinamente en las llanuras alentejanas.
Tantos kilómetros atravesando fincas privadas te deparan un juego algo cansino. Generalmente están abiertas y puedes pasar, pero las pocas que hay cerradas a cal y canto te obligan a improvisar por un amplio entramado de caminos agrícolas, donde juegas a salir del laberinto como si fueras un ratón enloquecido. Este día fuimos bastante afortunados y sólo nos topamos con una cancela con candado, y el desvío fue breve.
Otra "diversión" es la de esquivar a los perros guardianes que te salen al paso. Algunos salen disparados hacia ti con la velocidad de un rayo, a veces salen de la nada y te dan un susto de impresión. A menudo esto sucede mientras una de esas viejas con sombrero tan típicas de por aquí se ríe de la escena a unos pocos metros de distancia.
Tras pasar Galveias nos encaminamos hacia el embalse de Montargil, donde tomamos contacto con la arena en cantidades generosas. Mucho antes los intercomunicadores habían dejado ya de funcionar. Nos habíamos propuesto hacerles un test de duración de las baterías, y para ello no los habíamos recargado la noche anterior. Comprobamos, pues, que apenas dan para una jornada entera de viaje, aguantan solo unas diez horas seguidas.
Entre Cabeçao y Santana do Campo cambiamos la arena suelta de los pinares por la arena compactada de las dehesas. Aquí rodamos rápido entre encinares y rebaños de ovejas.
El cansancio comenzaba a notarse.
Y para animar más a mi compañera de fatigas, las previsiones de kilometraje se disparaban, y los 180 kms que había calculado para esta etapa se iban estirando más y más.
Sacamos fuerzas de flaqueza y nos encaramamos hasta el cerro donde se sitúa el castillo de Arraiolos.
Es una fortaleza alucinante, con un recinto ovalado donde podría organizarse perfectamente una pista de dirt-track o algo parecido,
y en el centro exacto, una iglesia.
Desde Arraiolos tomamos carretera hacia Évora, dónde finalmente nos sorprendió la lluvia. A pesar del chaparrón, nos desviamos hasta el cromlech de los Almendres para echarle una ojeada a aquellos menhires.
Tras la excursión megalítica, remojados y fresquitos, definitivamente cogimos asfalto ya sin parar hasta Évora, ciudad donde pasaríamos el día de descanso planeado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario