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jueves, 19 de abril de 2012

ALENTEJO TRAIL 2012 DÍA 5. SERPA - ELVAS

ALENTEJO TRAIL 2012 DÍA 5. SERPA - ELVAS. 240 KMS

La penúltima jornada comenzó con el penoso ritual de engrasar las cadenas y empaquetar bártulos.



A continuación otro ritual más grato, el de alimentarse sin fin en el buffet del residencial para poder llegar con energías a Elvas, nuestra meta para aquel viernes santo.

Para empezar recorrimos casi cien kilómetros de asfalto por carreteras vecinales en dirección a la frontera española. En una carreterucha de aquellas nos topamos con un imitador de El diablo sobre ruedas, aquella película de Spielberg sobre un perturbado a los mandos de un tráiler que sembraba el terror allá por donde pasaba. En este caso el psicópata conducía una modesta furgoneta, pero exactamente por el centro de la estrecha carretera cercana a Santo Aleixo da Restauraçao. Comentamos por los intercomunicadores que esperaríamos el tiempo necesario para poder rebasarle sin riesgo y así anduvimos bastantes kilómetros a su estela. El primer coche que se cruzó con él pagó cara la osadía de no apartarse lo bastante, y su retrovisor saltó por los aires roto en mil añicos. Al menos el golpetazo sirvió para despertar de su letargo al sucedáneo de criminal de la carretera, que se detuvo en el arcén suponemos que para arreglar papeles con el conductor del coche mutilado.

Una vez con el camino expedito avanzamos rápidos hacia el castillo de Noudar, aunque nuestra primera tentativa de alcanzarlo se frustró pronto, ya que al poco de internarnos por una finca ganadera fuimos despachados con ademanes airados de sus propietarios. Tampoco era para ponerse así, pero bueno, optamos por el plan B de acercarnos hasta Barrancos y seguir la ruta estándar hasta la fortaleza.




Pongo una foto de archivo del castillo, para que se vea su majestuosidad, erigido en la confluencia de dos ríos.




Dentro del recinto existe un pequeño poblado, una capilla y una imponente torre del homenaje.




En teoría deberíamos haber llegado cruzando el río de la izquierda, pero no nos dejaron.




Mientras recorríamos el perímetro del castillo, analizamos la siguiente jugada,




que no era otra que cruzar la frontera fluvial para pasar a España, franqueando el río Ardila,




que en aquellas latitudes apenas llevaba agua, no como en el clásico vado cercano a Santo Amador, donde es casi imposible pasar al otro lado sin ahogarse.

Fue volver a nuestro país y empezar a llover, menuda bienvenida.







Sin posiblidad de guarecernos en medio de los encinares extremeños, aguantamos el tipo




hasta llegar a la gasolinera de Valencia del Mombuey. Nos la encontramos cerrada, y para fastidiarnos un poco más, fue ponernos a cubierto, dejar de llover y salir tímidamente el sol. La coyuntura sugería que hiciéramos una pausa para comer unas barritas y de paso extender los impermeables al sol, que ya iban calados desde hacía rato.

De camino hacia el norte, las atracciones que encontramos fueron en forma de rebaños bovinos




y acueductos vetustos.







En Alconchel repostamos por fin, y el dicharachero gasolinero nos comentó que el campo andaba algo triste y reseco aquel año de lluvias escasas. A tenor de lo que vimos no le faltaba razón, pero también fue mala suerte que nos sorprendiera un chubasco precisamente a nosotros que no solemos pasar mucho por allí.




Una vez superada Olivenza nos fuimos dirección oeste, de nuevo rumbo a Portugal,




pero a poco de alcanzar la frontera una sucesión de puertas cerradas con candado nos tuvo dando vueltas un tiempo considerable. Con paciencia pudimos salir de la ratonera, y, aunque algo más tarde de lo previsto, finalmente alcanzamos las orillas del Guadiana.




En el puente de Ayuda, falto de mantenimiento desde hace siglos, hubo que echar el freno,




y darse la vuelta para cruzar por otro puente algo más moderno.




En la orilla portuguesa nos aguardaba un campamento pascuero en ebullición, con infinidad de gente acampada, hogueras, un niñato con una ruidosa minimoto dando la brasa, un chuleta dando paseos frenéticos en su quad a las insensatas chavalas que se atrevían a subir con él, etcétera. Nuestra ruta pasaba justo por el medio de dicho campamento, así que no desentonamos lo más mínimo.

Ante la atenta mirada de algunos de los acampados, tuvimos que superar algunas discontinuidades inesperadas.




Siguiendo la ribera hacia el norte avanzamos por unos caminejos deshechos y por prados llenos de roderas y agujeros por donde pastaban decenas de vacas. Aquí la liamos más de lo previsto, pues superamos la complicada zona vacuna para llegar a una serie de fincas donde siempre una puerta cerrada nos impedía proseguir. Insistimos una cuantas veces probando caminos alternativos, hasta que nos dimos cuenta de que estábamos metidos en una buena ratonera. La tarde caía y nos conformábamos con poder retroceder a tiempo sobre nuestros pasos sin quedarnos encerrados en aquella trampa. Cansados tras un largo día en la carretera y los caminos, lo único que queríamos era escapar y llegar de una vez a un hotel. Otra vez volvimos a cruzar el territorio vacuno, despacito y sin armar escándalo, para finalmente atajar por pista hacia la carretera que nos conduciría hasta Elvas, donde por fin pudimos descansar.

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