DÍA 4. HACIA EL OESTE
Los primeros 15 kms de esta segunda
jornada fueron frenéticos. Dejamos atrás el valle del Asíbena y nos
fuimos para los cerros cercanos,
con el objetivo en mente de rodar sobre los peores caminos de la región.
El
terreno era sobradamente conocido y la única novedad consistía en
hacerlo en sentido inverso al de otras ocasiones. Otra novedad, esta
inesperada, fue descender la sierra del Chotal por su ladera norte con
la pista cubierta de nieve.
Toni se cayó nada más empezar el tramo blanco, y yo lo hice en cuanto la nieve se transformó en hielo.
Unos
patinazos más tarde ya estábamos habituados al engañoso agarre del
terreno. Nuestro cometido más próximo era bajar por caminos ligeramente
embarrados a la vega del río Grijalbo, nutrido por las numerosas fuentes
que nacen en el Turbón.
El
tramo desde el puerto hasta el río se me hizo eterno. Es un continuo
sube y baja por caminos sucios donde consumes demasiado tiempo para
llegar al valle, donde nos esperaba la sección húmeda del día.
Generalmente
se puede circular por el mismo cauce con bastante comodidad, pero en
esta ocasión las recientes nevadas en el macizo del Turbón (a nuestras
espaldas) habían aumentado y enturbiado el caudal.
Tuvimos que ir serpenteando corriente abajo, saliéndonos por las riberas cuando el paso estaba impracticable.
En general cubre poco, pero conozco personalmente algunas grietas profundas donde clavar la moto. Ojito siempre con los ríos.
Antonio se lo pasó bomba.
Algún
vadeo estaba más resbaladizo de lo normal pero salimos del río sin
mayor incidencia que unas botas mojadas para lo que quedaba de día.
Llegamos a Pampo hechos unos hombres rana, y como el coche de nuestros
enemigos estaba aparcado precisamente en la gasolinera, demoramos el
repostaje y nos fuimos a comer algo a un bar cercano. No era exactamente
la pausa que teníamos prevista, pero las circunstancias nos obligaban.
El trayecto matinal nos llevó más tiempo del deseado. Habíamos cubierto unos 40 kms escasos y debíamos hacer casi 100 kms más. Siempre me digo que voy a recortar ese track y nunca lo hago. A ver si aprendo de una vez.
Nos fuimos escopetados camino de Asisa para hacer en sentido inédito uno de mis recorridos habituales. A mi pesar, abundaban las bajadas, y no me encontré agusto hasta que llegaron las primeras rampas en una curiosa zona de trincheras.
El trayecto matinal nos llevó más tiempo del deseado. Habíamos cubierto unos 40 kms escasos y debíamos hacer casi 100 kms más. Siempre me digo que voy a recortar ese track y nunca lo hago. A ver si aprendo de una vez.
Nos fuimos escopetados camino de Asisa para hacer en sentido inédito uno de mis recorridos habituales. A mi pesar, abundaban las bajadas, y no me encontré agusto hasta que llegaron las primeras rampas en una curiosa zona de trincheras.
Observo cuán alargadas eran las sombras en aquella hora y me escandalizo del retraso que llevábamos.
Mucho
flow pero pocas paradas para hacer fotos del tramo más vistoso de la
jornada. El tiempo apremiaba, así que guardamos la camara un buen rato y
nos concentramos en la faena.
Cruzamos
el río de la Tana muy cerca del valle del Xinca e iniciamos el regreso
al hotel. ¿Dónde nos sorprendería la noche esta vez?
Podíamos haber tirado por terreno conocido, pero yo no quería dejar pasar la ocasión de aventurarnos por un nuevo sendero que, de ser practicable, funcionaría como magnífico atajo en excursiones posteriores. Sabíamos de sobras que el camino más rápido es siempre el camino conocido, pero....
Ni
que decir tiene que la jugada salió mal. La senda había sido medio
barrida por la erosión a media ladera justo cuando ya intuíamos la
salida; fue uno más de esos bonitos golpes dramáticos que amenizan estas
salidas. Nos dimos la vuelta y, dando un rodeo por pistas, nos
reintegramos al track acumulando más retraso todavía.
Si alcanzábamos el valle del Ésera antes de que cayera totalmente la noche podríamos darnos por satisfechos. Nos tocó pistear, serrar las ramas de un árbol caído sobre el camino, y ya por último llegamos a la bajada final, fea y perdida como ella sola. Suerte que yo había rodado por allí hacía unos pocos meses, porque la senda ni está balizada ni tiene traza firme en buena parte de su recorrido. Sólo bajas y bajas siguiendo unos estratos hasta que, gracias al gps, sabes que hay un par de giros, porque si te fías de tu intuición te vas directo al infierno.
Si alcanzábamos el valle del Ésera antes de que cayera totalmente la noche podríamos darnos por satisfechos. Nos tocó pistear, serrar las ramas de un árbol caído sobre el camino, y ya por último llegamos a la bajada final, fea y perdida como ella sola. Suerte que yo había rodado por allí hacía unos pocos meses, porque la senda ni está balizada ni tiene traza firme en buena parte de su recorrido. Sólo bajas y bajas siguiendo unos estratos hasta que, gracias al gps, sabes que hay un par de giros, porque si te fías de tu intuición te vas directo al infierno.
Superado
este último escollo, nos llegamos a Pampo para merendar, heladitos de
frío pero contentos de haber salido de la trampa aquella. El regreso a
nuestro valle, 20 kms más, lo hicimos por carretera alumbrados una vez
más por la luna llena pascual. A las 9.30 p.m, puntualmente en el hotel,
como la noche anterior.
DÍA 5. VUELTECILLA FINAL
El plan para el jueves santo consistía en acercarnos hasta el pueblo semiabandonado de Xiclets y probar fortuna con un sendero maltrecho que nunca había podido completar en anteriores visitas. En el hotel nos guardaban la habitación hasta la 1 para poder ducharnos antes de volver a casa; si no cumplíamos con el horario nos tendríamos que lavar en el río.
Durante la fase de aproximación coincidimos con un par de motos alemanas. Ya era la tercera vez que me encontraba con alemanes en quad o moto de enduro en cuatro visitas a la comarca, por lo que deduje que allí había gato encerrado. Más tarde, de vuelta en el hotel, conseguí enterarme de que en el cámping del pueblo, dirigido por un alemán, se organizan dichas rutas gracias a la flotilla de WRs y quads de que dispone el amigo. Con razón me decían los hippies que sobreviven en aquella aldea perdida que estaban escamados con tanta visita de motos por su aislado pueblo: "todos los fines de semana pasan motos por aquí". Que cada uno saque sus propias conclusiones. Unos variamos los recorridos sistemáticamente para pasar desapercibidos y otros queman las zonas sin escrúpulos.
Dicho esto, continúo con el relato. El sendero del que hablaba más arriba nos dio menos trabajo del que esperábamos porque no progresamos mucho por él. La erosión se lo estaba comiendo y no disponíamos de tiempo suficiente para ponernos a repararlo. Antonio quería insistir pero yo no vi prudente meternos en el lío teniendo en cuenta la longitud de la senda y el escaso tiempo del que disponíamos. En cualquier caso, disfrutamos de la frondosidad del bosque, todavía con plena estampa invernal a pesar de que ya había comenzado la primavera.
Pasamos por Xiclets, donde no vimos a nadie,
y nos dirigimos hacia el Coll de Ment vía ameno sendero. Debe ser lo único ameno que hay por aquí, porque los árboles pelados, las hojas muertas y los dominantes colores ocres sumados a la despoblación crean un ambiente más bien tétrico.
Allá al fondo, ligeramente a la derecha, se pueden intuir algunas de las casitas del pueblo que acabábamos de visitar.
Una pena que el sendero terminara. Lo conocía cuesta abajo y en sentido contrario me gustó mucho más.
Una última foto en el collado próximo, donde volvimos a coincidir con la tropa alemana, y derechitos al hotel.
Total, dos días y medio consecutivos sin bajarnos prácticamente de la moto. Antonio se sació (temporalmente) de Pirineo y yo acumulé unas cuantas horas de vuelo más con la 350.
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