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miércoles, 14 de septiembre de 2016

BALCANES 2016. DÍA 11. KASTORIÁ-MÉTSOVO. 300kms

DÍA 11. KASTORIÁ-MÉTSOVO. 300kms

Jornada que se preveía incierta y que a la postre no defraudó. Macedonia occidental y Épiro son regiones ásperas, ya lo sabía por experiencias pasadas.

La calma imperante en Kastoriá y la serenidad de su lago a primera hora de la mañana no parecían presagiar un recorrido intenso, aunque yo ya me imaginaba lo contrario, pues la ruta cruzaba buena parte de los montes Pindos sin margen para el error ni los retrocesos.



Debería haber cargado con gasolina extra por si surgía algún imprevisto, pero con el frenesí general del viaje, no lo hice. Sólo pensaba en llegar a las montañas Grammos, enclave que no pude visitar en 2014 precisamente porque entonces calculé mal las reservas de gasolina. Hace falta ser muy tonto para tropezar dos veces en la misma piedra, pero así fue. "Grammos", mi peluquero de Kastoriá ya me insistió: "¿Has estado en Grammos? Tienes que ir".


Primero llegas al pueblo que lleva el mismo nombre que las montañas, 


y después te sumerges en la soledad de las alturas a lo largo de un destrozado camino con escaso uso y, por momentos, senderizado.


El color rojizo de la tierra, el verde radiante de las laderas, el cielo semitormentoso y el amarillo intenso Suzuki creaban un curioso cóctel cromático. 


¿Habitantes? Ninguno salvo un rebaño de vacas junto a un torrente


y este pobre, que seguramente añoraba la comida que debía traerle algún humano.


La sierra era preciosa de veras: escandalosamente verde, silenciosa, remota, salvaje y solitaria; había merecido la pena volver dos años después a la zona sólo por conocer Grammos de una vez por todas.


El entretenido ascenso culminó finalmente en una meseta a 2000m. Tiempo para el relax, alguna foto y poca cosa más; quedaban por cubrir aun los kilómetros más inciertos.


El descenso del collado por su cara sur fue más llevadero, por camino aceptable y con garantías de llegar a alguna parte. Guardaba un track alternativo por otra vertiente más alta, la que se ve al fondo en la foto de abajo, pero aposté por la ruta que me pareció más segura entonces, la que me llevaba directo hasta Aetomilitsa. 



Pletórico con la experiencia en Grammos y por haberme quitado la espinita clavada, un poco de gas, por favor, no se puede ser conservador todo el tiempo.


La siguiente sección seguía rumbo sur junto a la vertiente este del pico Smolikas, el segundo más alto de Grecia tras el monte Olimpos.


Fourka, Samarina, Distrato, Perivoli... había que ir enlazando pueblos por pistas cruzando un bosque interminable


y cada vez más intrincado y agreste. 


No fue raro pues que poco antes de Distrato vislumbrara en mi camino a unos 150 metros un humanoide de color marrón, cabezón y ataviado con pantalones bombachos. "Vaya pinta lleva ese", pensé. Cuando se puso a cuatro patas comprendí que no era un senderista disfrazado del yeti sino un oso pardo. Como no corté gas yo creo que el bicho se espantó, cruzó la pista para lanzarse montaña abajo y desapareció en la espesura; casi sin pestañear eché un vistazo rápido por si había algún plantígrado más y seguí raudo sin mirar atrás. El episodio duró unos pocos segundos pero lógicamente me dejó electrizado un buen rato.

El tramo hasta Perivoli fue el más angustioso del viaje: la gasolina iba justa y los caminos se extinguían en la profundidad de la sierra. La secuencia de riachuelos desbordados, desprendimientos que prácticamente cegaban la ruta, arbustos altísimos en medio de la pista y la escasez de signos de civilización auguraban un desenlace desagradable. Recordé amargamente que debía haber cargado con combustible de reserva; aquella zona era precisamente la más remota y la peor comunicada de todo el viaje, y donde yo, alegremente, había trazado un más que optimista track sobre fotos de satélite con mucha fe y escaso realismo. Andaba yo con los ánimos por el suelo cuando advertí que una rodada de moto relativamente reciente parecía que había seguido mi track, ¡bendita rodada! Sin ella me habría rajado a medio plazo, seguro. Gracias a este motorista desconocido no erré en ningún cruce y seguí adelante aun cuando parecía absurdo avanzar por la ruta más salvaje y descabellada.

Superado Perivoli ya me las prometía muy felices rodando por el corazón de los montes Pindos.


Métsovo andaba cerca y me relamía pensando en el merecido descanso que me esperaba después de una emocionante jornada, pero héteme aquí que el guión me guardaba todavía otra sorpresa:


árbol caído, camino borrado del mapa, lecho del río pantanoso y vegetación sobrecrecida en todo el contorno. Con tiempo podría haber intentado algo, pero el atardecer se me echaba encima. Retrocedí para intentar enlazar por otra pista pero acabé en el mismo río que había arrasado con todo. No había más remedio que volver hasta Perivoli y allí tomar carretera, circunstancia que en aquella región de accidentadísimo relieve supone dar cientos de curvas a lo largo de decenas de kilómetros sobre carreteras siempre retorcidas cual eterno intestino. Con calma y en modo ahorro, o sea, bajando en punto muerto todo lo bajable, salí del lío.

Pude repostar en Miliotades y con la noche totalmente cerrada sobre mí, enganché la enloquecida vía de servicio de la autopista que me llevó finalmente hasta Métsovo.




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