DÍA 9. SKOPJE-BITOLA. 210 KM
Bien temprano, a
todo gas hasta la reserva Yassen, no fuera que me dieran otra vez con
la puerta en las narices. No sé quién quedó más impresionado, si yo al
ver a los guardias vestidos de Rambo o ellos al verme a mí vestido de
romano. Debí impactarles, porque se quedaron prácticamente sin habla y
me hicieron gestos ostensibles de que debía ir muy despacio. Vaya
situación más chusca, con lo lento que soy yo.
El puesto de
control estaba situado en un lugar realmente estratégico, pues a partir
de allí cambiabas de vertiente y parecía que te introducías en un
ambiente de montaña distinto, más accidentado, más solitario e intacto.
Bajando en punto muerto tuve ocasión de ver unos gamos y poco más, allí
no hay nadie, y nadie me esperaba tampoco en la barrera que cerraba el
parque en su extremo sur. Por desgracia, la pista que pensaba seguir
estaba bloqueada y con señales de prohibición, de modo que antes que
coger la carretera, crucé al otro lado del pantano e improvisé algo.
El
paraje debía albergar animales en abundancia para mayor felicidad de
los cazadores. En el mapa de abajo el recinto no parece gran cosa, pero
las dimensiones reales eran tremendas.
Bueno, yo con lo mío. ¿Íbamos para Trebovlje o mejor para Samokov?
Tiré para Samokov donde me topé con unas
misteriosas instalaciones en solitario lugar, bien protegidas con
cámaras y alambradas: la fábrica de armas Suvenir, propiedad actual de
esta otra empresa, por si hay interés en comprarles algo: http://www.army-military.com/en/about-us.
Bien cerquita hay capilla para echarse unos rezos, no preocuparse, el
bien y el mal a menudo están muy próximos. Mirad el ángel con el cáliz y
la cabeza decapitada, qué horror.
Encendí una vela afuera y les dejé alguna moneda,
más que nada porque aquello estaba muy solitario y le faltaba vidilla. Si además el gesto me proporcionaba amparo extra en el camino, bienvenido sería, nunca se sabe...
Había que irse y perderse de nuevo en la espesura. Por cierto, qué difícil puede ser a veces subirse a la moto con ese maletón ahí detrás.
Repostaje en Makedonski Brod y más caminos por el bosque, por suerte cada vez más fresco y húmedo.
Un precioso hayedo con el suelo cubierto de hojas marchitas anticipó la casi total desaparición del camino,
pero al final se hizo la luz y vi la salvación a lo lejos.
Si la bandera era grande,
imaginarse la cruz.
Encendí una vela afuera y les dejé alguna moneda,
más que nada porque aquello estaba muy solitario y le faltaba vidilla. Si además el gesto me proporcionaba amparo extra en el camino, bienvenido sería, nunca se sabe...
Había que irse y perderse de nuevo en la espesura. Por cierto, qué difícil puede ser a veces subirse a la moto con ese maletón ahí detrás.
Repostaje en Makedonski Brod y más caminos por el bosque, por suerte cada vez más fresco y húmedo.
Un precioso hayedo con el suelo cubierto de hojas marchitas anticipó la casi total desaparición del camino,
pero al final se hizo la luz y vi la salvación a lo lejos.
Si la bandera era grande,
imaginarse la cruz.
Y para quien no hallare la salvación en la patria o en la religión, my
cerquita de allí podía embarcarse en un remedo de platillo volante y
buscar sentido a su vida en otra dimensión. La tormenta se cernía sobre
mí y entonces encontré el abracadabrante Makedonium.
En
su interior busqué refugio de los meteoros, con tan mala fortuna que yo
era el único visitante. El vigilante me contó toda la historia del
spomenik y ya de paso buena parte de las interminables azañas bélicas de
sus antepasados. Ni el chubasco ni el vigilante concedían tregua, pero
había que salir de aquella nave infernal cuanto antes; hice cuatro fotos
y marché raudo en busca de algún bar con terraza a esperar el fin de la
tormenta lejos de tanta alucinación.
Por cierto, el incidente ufológico sucedio en Krúshevo, el municipio más alto de toda Macedonia,
que se anuncia como resort de esquí para marcianos, o algo así se entiende, ¿no?
Cuando
se disipó el aguacero quedó una tarde radiante y pasé un rato
entretenido entre caminillos embarrados repletos de zarzas. La sorpresa
final llegó cuando me encontré con que el track discurría sobre una vía
de ferrocarril abandonada.
Progresé penosamente entre maleza y sobre traviesas húmedas y resbaladizas cual palo enjabonado, total para nada:
Llegó
un punto en que la jungla lo devoraba todo y no os podéis imaginar lo
costoso que puede ser darle la vuelta a la moto sobre traviesas y raíles
mojados. Sudé más de lo previsto, ya lo creo, pero al menos el bajón
que me sobrevino me obligó a abortar la última sección de pistas, algo
providencial, pues iba pinchado de delante y sólo me di cuenta poco
después cuando rodaba ya por asfalto. La rueda aguantó un rato hasta que
se vino abajo completamente. No andaba lejos de Bítola, y pensé que tal
vez podría encontrar un taller en las vías de entrada a la ciudad antes
que ponerme yo a reparar en la cuneta. Unos tres kilómetros más
adelante vislumbré una gran rueda de tractor con un letrero que rezaba
"vulkanizer". Bingo.
Faltaba
poco para que cerraran, pero me echaron un cable, claro que sí. Yo
desmonté el neumático y Dunka vulcanizó la cámara superreforzada
Rinaldi, que aguantaría sólidamente hasta el final del viaje. Ni que
decir tiene que vino más gente a ayudar y charlar, y allí estuvimos
hasta que se hizo prácticamente de noche y finalmente bajaron la
persiana. Un paseíto de 5 km hasta Bítola y listo. Hay que tener suerte
hasta para pinchar en el momento y lugar adecuados.
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