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sábado, 10 de septiembre de 2016

BALCANES 2016. DÍA 10. BÍTOLA-KASTORIÁ. 170 kms

DÍA 10. BÍTOLA-KASTORIÁ. 170 kms

Excursión matutina por las montañas Baba justo al lado de Bítola, y después, por carreteras ya conocidas, entrada vespertina a Grecia para saldar cuentas pendientes.



Para acceder al parque Pelister se pagaba entrada, pero poco debían recaudar porque allí éramos cuatro gatos, aunque bastante peculiares. Este chaval subía en ciclomotor,


y otros me habían precedido en su Zastava 750,


y la ruta se las traía, ojo. Aquí cada uno sube con lo que tiene.


Yo me había propuesto darme un baño matutino en el lago Golemo,


donde nos juntamos el que esto escribe, un par de familias, algún emigrado nostálgico, el pastor, sus ovejas y Peter.



-Soy Peter, el guarda del refugio.
-¿Qué tal? ¿Se puede nadar en el lago?
-Claro, hombre. Si te quedas paralizado y no puedes salir ya te echaré una soga.

Por muy glacial que fuera la laguna, mi religión me conminaba a bañarme.



A 2200 m de altura el agua no era precisamente caldo pero tampoco iba a perecer allí. Algún escalofrío sí, pero sales que se te han quitado todos los dolores.



Fue salir yo del agua y ser invadidos por centenares de ovejas. Se acabó la privacidad.


Estaba secándome en la orilla cuando me abordó Peter.
-Veo que has resistido. ¿Quieres tomar algo? Tengo de todo.
-De momento una Skopsko.
-Puede ser alubias con cerdo y también goulash.
-A mí que soy asturiano me vas a dar tú fabada, je. Probaré el goulash
-Dame 15 minutos para prepararlo. Tú bébete la cervecita.




No había imaginado un día de picnic tirado en la hierba junto al lago, pero no todo va a ser rodar sin parar por las montañas. Del agua salí helado, las nubes ocultaban el sol parcialmente, soplaba un vientecillo fresco y en aquellos pagos apetecía ponerse la chaqueta y comerse un potajito.



Estas fueron las viandas que me sacó el chef:



El goulash sabía sospechosamente a.... fabada Litoral, maldición, la receta de la conserva ha cruzado nuestras fronteras. Vaya comedia, así que 15 minutos para abrir una lata. Suerte que el acompañamiento compensó la decepción: otra Skopsko y un misterioso vasito.

-Oye, Peter. ¿Qué es este vasito del medio?
-Rakja, obsequio de la casa.
-Ah, pues no sabes lo que me gusta, muchas gracias.

Si tu eres hombre para bañarte en nuestro lago, también lo eres para beber nuestro aguardiente,
o algo así debió pensar. Cuando me levanté de la mesa un poco más y caigo redondo por el prado. Daban ganas de quedarse a dormirla tirado sobre la hierba, pero no podía dar muestras de debilidad delante de otro macho. Yo me baño en vuestro lago helado, bebo vuestro aguardiante corrosivo y ahora me subo a vuestro pico por muy alto que esté, todo ello en pasmosa sucesión de eventos, ahora verás.

El camino al Pelister (2600m) estaba deshecho pero subí del tirón, luego costó encontrar un momento de pausa entre las nubes para ver algo desde allí arriba.


Bueno, yo en las nubes ya estaba hacía rato gracias a los efectos de la rakja y la birra, y si a eso sumamos la escasez de oxígeno pues no os cuento más. A lo tonto a lo tonto el picnic se me había ido un poco de las manos.

El aire puro de las montañas Baba terminó disipando los vapores etílicos y pronto estuve en condiciones de marcharme para abajo,



siempre prestando atención, no fuera que un Zastava se me echara encima en la curva menos pensada.



Este subía con fuerza, no le quedaba otra con ese motorcillo.



Este y otros 750 llegaban con un par de ocupantes hasta poco más de la cota 2000 para recolectar las bayas que crecían en las praderas y bosques alpinos en el verano. Se veía a la gente por las laderas caminar con grandes bolsones repletos de frutos silvestres, así que imagináos bajar por aquellas pistas con los pequeños Zastavas repletos hasta arriba.

Mi tiempo en la república de Macedonia tocaba a su fin, debía dirigirme ahora a la región de Macedonia en Grecia. Sabía que sería un paseo, casi todo por carretera, no había más que dejarse llevar y disfrutar del viaje, generalmente bajo la sombra de enormes ábedules.



Sí, estaba casi todo asfaltado, pero igualmente fue un placer, y además hasta Kastoriá aún quedaba algún trecho por caminos solitarios, como todo en aquella tierra de frontera.


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