DÍA 5. SURDULICA-VELES. 230 KMS
De buena mañana, directo hacia la cima del Streser,
donde me hice un buen lío, circunvalación del pico incluída. Desde
abajo me dije: "espero que no me toque subir por esa rampa deshecha",
y
acabé bajando exactamente por allí, cosa que todavía me gusta menos. En
fin, subidas que desde lejos intimidan porque te pillan en frío, vas
solo y la perspectiva te hace pensar que aquello es una pared y luego
son una bobada.
Si en realidad el paisaje era de lo más bucólico...
Además,
estaba en un momento del viaje cuyo planteamiento recordaba
medianamente bien. Debía enlazar diferentes cumbres camino de la
frontera con Macedonia por pistas que transcurrían a través de las
calvas que se abren en el bosque cuando la altura se acerca a los 2000m.
El Besna Kobila, típicamente con nieve durante 9 meses al año, sería el techo de la expedición en Serbia.
Ni subí a las antenas, rodar por las praderas ya era puro vicio.
Las nubes iban evolucionando, "como otros días", me dije. Amenaza fantasma de tormenta, seguro.
Los últimos kilómetros por Serbia fueron de los más solitarios de todo
el viaje y no vi a nadie durante decenas de kilómetros hasta la
gasolinera de Trgosviste, donde empezó a llover. El aguacero fue
intermitente y también providencial para sofocar las altas temperaturas,
así que nada de chubasquero: un buen remojón de la ropa me venía
pintiparado.
Entré en Macedonia por la tranquila frontera de
Pelince y afronté bajo un cielo cada vez más gris la segunda sección del
día, esta vez por tierras llanas y caminos teóricamente fáciles.
Strnovats, Makresh, Vojnik....nombre de aldeas donde los waypoints del gps me recordaban que debía rodar junto a una rambla.
Fue entretenido durante un tiempo. Después estalló la tormenta y el panorama cambió bastante
debido
a las sorprendentes propiedades deslizantes del barro macedonio. Bajo
los rayos, seguí mi ruta entre interminables campos de cereales,
deseando que la tormenta se alejara pronto.
Busqué protección primero en un ermitorio troglodita que me salió al paso,
y
más adelante, cuando ya iba totalmente empapado y llovía con más
fuerza, acabé refugiándome del chubasco en una apacible capilla
Durante
la pausa me puse el impermeable y chequeé cómo íbamos de gomas, porque
yo notaba que patinaba "un poco" aunque fuera en línea recta.
No
es que me den miedo los muertos, pero en cuanto el aguacero se tomó una
pausa salí al camino de nuevo. Me zafé de los espíritus, sí, pero la
cosa no hizo más que empeorar. El barro cada vez era más pegajoso, y
arrastraba ramitas y piedras que acababan atrapadas entre la cadena y
los piñones.
Llegó
un momento en que la moto ya no iba ni cuesta abajo. Paré y desmonté el
protector del piñón de ataque para facilitar la evacución del fango y
recé algo para que el camino que me quedaba por cubrir fuera más sólido y
consistente que la ciénaga en que estaba sumergido. Alguien escuchó mis
plegarias, el suelo se endureció y pude escapar del lodazal.
Teniendo
en cuenta de donde venía, rodar bajo la lluvia entre charcos y gravilla
fue toda una delicia. Con el frío que llevaba en el cuerpo y lo
dificultoso del terreno, opté por evitar la última sección por campo, y
en cuanto llegué a Veles y localicé un hotel, decidí poner punto y final
a la jornada.
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