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miércoles, 11 de mayo de 2011

PIRINEOS 2011 - PIRINEOMANIA ABRIL - DÍAS 3 y 4


DÍA 3.

El asesino siempre vuelve al lugar del crimen, de modo que para santificar la pascua, el que escribe y su chica, debido a modificaciones de agenda de última hora, improvisaron una ruta pirenaica circular para pasar un par de días por el norte. Echando mano de los tracks acumulados tras las últimas incursiones pirenaicas, salió una ruta circular de 445 kilómetros, con Aderantes como punto inicial y final, y Bañeras del Lechón como ecuador.

Esta vez recorrimos el profundo valle de Vaicafos por carretera hasta Puisé, donde nace la pista que sube desde los 1000 hasta los 2200 metros del Coll del Tenedor.

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Nieve, la justa. Estábamos justo al norte de las pistas de Lluisé.

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Se trataba de evitar las cimas más altas y los neveros que unos pocos días antes nos habían dado tanto trabajo.

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En la primera gran subida perdí parte del equipaje, suerte que M tuvo la gentileza de rescatarlo.

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Por cierto, M y yo usamos la misma moto, qué casualidad.

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El avance hacia Estop parecía expedito,

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hasta que nos topamos con la primera barrera,

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la cual superamos con mucho tiento. Por desgracia, la siguiente masa de nieve y hielo, la que se veía a lo lejos, era demasiado grande e inclinada como para ponerse a escarbar y trazar un camino para las motos. El fuera pista tampoco parecía sensato, de manera que retrocedimos hasta el Coll del Tenedor y desde allí fuimos bajando por pista

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hasta la parte baja de la estación de Lluisé y finalmente por asfalto hasta Piral.

Mucho más asfalto hasta Chistorri, donde volvimos a lo marrón siguiendo un largo, largo valle.

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En el Pla de Beret hicimos la ya tradicional foto con el panorama nevado al fondo.

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Desde Cabreira hacia el norte improvisamos una nueva ruta, que al final se convirtió en un senderillo fácil de bajada, lástima que acabase justo en cierto pueblo. Para acabar el día nos quedaba un último trecho de pistas, imposible de cubrir si la quitanieves no había limpiado el camino. Si el año pasado a finales de mayo la cosa estaba así,

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ahora a mediados de abril, sin ayuda externa, la cosa podía ser del todo insuperable.

Todos los tramos de pista por aquel largo valle estaban jalonados por señales de tráfico (una acribillada a perdigonazos) donde se prohibía la circulación entre el 1 de noviembre y no sé si el 1 de abril o de mayo o de junio, estaba en muy mal estado el letrero, y de paso también te recordaban la cuantía de las sanciones (hasta 30000 euros). Esa elevada cifra a M se le quedó grabada a fuego en su memoria, y según me confesó después, condujo todo el tiempo pensando en cómo iba a pagar dicha suma si nos emplumaban los guardabosques.

El caso es que nos encontramos con ellos poco después de empezar a subir hacia cierto collado. La cosa ya pintaba mal desde el comienzo: demasiada nieve en la pista, señal de que la quitanieves no había pasado, y la lluvia que empezaba a caer. Al salir de una curva vimos un 4x4 a unos 100 metros que descendía hacia nosotros "jugando" sobre la nieve: ¡¿los guardias!? En efecto, enseguida nos cruzamos y se trataba de un coche oficial. Me hice el sueco y les pregunté sobre el estado de la pista. Me dijeron que podía seguir 2 kilómetros, pero que después había tanta nieve que me sería imposible continuar. Sin más, siguieron su camino.

Nosotros aprovechamos la parada para enfundarnos los chubasqueros y decidir qué hacer. ¿Tal vez los guardias tenían pensado esperarnos abajo del todo junto a la señal de prohibido para recetarnos? Bajaban muy despacio, y allí arriba el tiempo empeoraba, de modo que tras unos minutos de reflexión, nosotros también bajamos. Nos los encontramos detenidos junto a un turismo de tertulia con los dueños y nosotros pasamos por el lado discretamente. Y pista otra vez hasta aquel pueblo.

Ya por carretera y bajo una fina pero pertinaz lluvia nos fuimos hasta Bañeras del Lechón, previo ascenso y descenso del resbaladizo Coll del Cotillón.

Fin del primer día.

DÍA 4.

La segunda jornada tenia un inicio básicamente asfáltico y algo ciclista, pues desde Lechón seguimos la estela de algunos puertos habituales del Tour de Francia, como el Col d'Azet o el Peyresourde.

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Antes de dejar Francia intentamos subir a unos lagos que presumiblemente debían ofrecer un fantástico paisaje de la cordillera, pero el acceso estaba cortado a mitad de camino. Aquí el offroad es complicado: o bien está todo asfaltado o bien está todo prohibido. Digamos que como en España, pero con menos tierra.

El retorno pasaba por el túnel de Bielsa, cuyo entorno en la vertiente francesa era gélido.

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Están en obras permanentes y el tránsito lo regula un semáforo. Si el túnel tiene tres kilómetros de largo y hay que dejar paso alternativamente a través de un túnel en pendiente y con el asfalto en proceso de reparación, os podéis imaginar el tiempo de espera. Bueno, pues el semáforo se puso en verde en medio de la sesión fotográfica

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y nos pilló a contrapié, no duró verde ni un minuto, de modo que nos tocó esperar al siguiente turno otro rato en tan desolador paraje. Ni que decir tiene que nos pusimos los primeros de la cola y que en cuanto se abrió el semáforo salimos escopetados cuesta abajo hacia España. Esperábamos sol al otro lado, por aquello del tópico supongo, pero nones: cielo gris, frío y llovizna hasta Napalm.

En Napalm comimos copiosamente, y acto seguido nos esperaba el collado del Atún, un ascenso de 1000 metros de desnivel lleno de curvas donde hacer bien a gusto la digestión de las alubias y los filetes engullidos. Va contra mis principios comer mucho y luego conducir, pero con el frío que habíamos pasado durante la mañana apetecían unas calorías. El mesonero nos dijo que superar el collado en coche era imposible a causa de la nieve, pero que tal vez en moto podríamos conseguirlo. Nos remitió a la oficina de información turística para obtener más información, pero como podéis imaginaros, optamos por comprobarlo nosotros mismos. O pasábamos el collado o nos tocaba dar un rodeo asfáltico de narices. Para más inri, cuando salimos del restaurante llovía. Y si llegábamos arriba del collado y teníamos que retroceder, mi chica me mataría. Pero bueno, si la noche anterior había sido capaz de comerse algo como esto,

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yo pensé que aguantaría el envite por muy duro que este fuese.

Remojándonos al límite de lo razonable, fuimos ascendiendo. Sobre los 1800 metros de altura grandes islas de nieve fueron apareciendo sobre la pista. Fue al llegar a la cota 2000, justo en el tramo cementado, cuando el blanco elemento iba a dictar sentencia en el collado del Atún. Bueno, mejor dicho, el juez iba a ser el coche abandonado justo en medio del camino.

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Limpiamos algo el pasillo que había quedado en torno al coche y allá fuimos.

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Lo peor era la nieve congelada adherida al cemento. La moto de M pasó bien, pero la mía chocaba con las alforjas a ambos lados.

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Contorsionándome un poco, lo conseguí.

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A aquellas alturas ya estábamos algo empapados, por cierto.

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Llovía, nevaba, bajaba la niebla.

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Con suerte no habría más obstáculos serios en la bajada hacia Kía,

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sólo algunas manchas de nieve en el camino

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que hicieron más entretenido el descenso.

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Descenso bajo la lluvia, meteoro que comparado con la nieve ya nos importó poco. El tramo hasta el Puente de Trués ya no tenía mayor misterio, sólo probar algún enlace nuevo que había preparado para esta excursión en concreto. Circulamos a buen ritmo por bosques espesos sobre terreno húmedo en inmejorable condiciones, y justo tras una pedregosa bajada técnica y cerca ya del asfalto sucedió la catástrofe en forma de caída. M no venía, y cuando giré la vista la vi caída junto a la moto en un lugar donde difícilmente podría esperarse un susto. Seguramente el cansancio acumulado le impidió ver algún pedrusco suelto aislado, el cual pilló con la rueda trasera, descabalgándola de golpe de mala manera.

El trapajazo no tuvo consecuencias físicas serias, sólo un fuerte golpe en el muslo. Como dijo la protagonista en aquel instante, lo peor no fue el golpe, sino las consecuencias anímicas posteriores, ya que perdió el feeling sobre la moto y condujo los últimos 40 kilómetros pensando sólo en no caerse y llegar a alguna posada cuanto antes. Aún así tuvo el humor suficiente para comparar nuestras botas y extraer conclusiones sobre cuál había sido la mejor trazada sobre las roderas embarradas.

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Tras el trapajazo, proseguimos.

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Algún tramo fue más estrecho de lo esperado,

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pero ya sin mayores incidencias que contar, llegamos a la fonda al atardecer. Habíamos previsto un tercer día de acción endurera matinal, pero a la vista de la falta de motivación y el estado físico de mi compañera, lo dejamos en unos 5O kilómetros de enlace intrascendentes bajo la lluvia hasta el remolque. Menos mal que pillamos los días de semana santa en que iba a hacer buen tiempo.

FIN

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