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martes, 17 de mayo de 2011

TRANSPORTUGAL MARZO 2011. DÍA 1

INTRODUCCIÓN.

Días: ocho. Del 25 de febrero al 6 de marzo de 2011.
Kilómetros recorridos: 2200.
Máxima distancia recorrida en un día: 335 kms.
Mínima distancia recorrida en un día: 230 kms.
Media diaria: 275 kms.

Clima: temperatura fresca, algo de lluvia los dos últimos días.
Dificultades: caminos cerrados o sepultados por las aguas, inquietantes rebaños de bóvidos, ríos desbordados, GPS enloquecido.
Averías: rotura del rack de una de las alforjas.
Caídas: 5, casi todas el último día.
Terreno: 40% asfalto, 60% off road. Barro, charcos y riachuelos abundantes todo el tiempo. Un par de días con mucha arena.



Lo peor: las planicies y las grandes fincas privadas del Bajo Alentejo.
Lo más divertido: las pistas arenosas de la fachada atlántica.
Lo más duro. circular de noche por carreteras nacionales.
La sorpresa: el sendero internacional del Tajo, un tobogán contínuo de caminillos zigzagueantes.
Objetos perdidos: como siempre, perdí el collarín muy lejos de casa, y ya van cuatro.
La decepción. más que el exceso de asfalto, los frecuentes retrocesos a causa de caminos cerrados.
Ley de Murphy: me extravié seriamente justo en aquella zona insignificante que no cubrían mis mapas.
El despiste: me olvidé en casa el planning de las etapas previstas, tuve que improvisar todo el tiempo.
Lo más desconcertante: levantarte de la cama por la mañana y no tener ni idea de cómo ni dónde acabarías la jornada.
Lo mejor: estar todo el día encima de la moto viajando de un sitio para otro.

 

DÍA 1. CANDELEDA-PLASENCIA-NAVAS DEL MADROÑO. 240 kms


Salí de la base con cierto retraso, o sea, que empezamos mal. Aquí empecé a acumular un cierto retraso que, ya os anticipo, me impidió finalmente llegar a Sagres, punto más meridional del viaje y ecuador también del proyecto.
La noche anterior había llegado al hotel donde trabaja mi amigo, "El Pájaro Espino" para nosotros, casi sobre las dos de la madrugada. A la mañana siguiente entre preparativos, desayunos y despedidas me dieron casi las doce. Foto de salida con la sierra de Gredos nevada al fondo y allá nos fuimos:




El primer tercio de la etapa transcurría siguiendo la "Transvera", ruta que avanza por el valle de la Vera, famoso por su clima relativamente benigno en comparación con la severidad del tiempo en la sierra de Gredos. Mucho camino cementado inicialmente, después pistas y algún senderillo:




Pronto empecé a experimentar algunas de las constantes del viaje: torrentes, ríos, charcos y barro. Algunos cursos de agua interrumpían la ruta totalmente, por ejemplo este:




Al otro lado del río me encontré a unos chavales, y a gritos les pregunté si conocían algún vado para cruzar a la otra orilla. La conversación fue algo así:

-¿Se puede pasar por algún sitio?
-Claro, hombre, más o menos por aquí.
-Por ahi cubre hasta la rodilla nada más entrar y la coriente es muy fuerte.
-De cuánto es tu moto?
-De 400.
-Venga, entonces pasas seguro.


El río venía muy crecido y cruzar era del todo imposible, pero en su juvenil insensatez, ellos lo veían factible. Me dijeron que existía un puente un par de kilómetros más abajo, y así pude continuar ruta a lo largo de pueblos con topónimos acabados en "Vera": Jarandilla de la Vera, Madrigal de la Vera,.... vaya lío. Me metí por caminos sin salida, trampas de barro, patatales y demás parajes feos. Muy pronto me vi con los pies mojados y la moto cargada con unos kilos de barro extra, circunstancias que me acompañarían ya casi permanentemente hasta el regreso. Por lo menos el paisaje era motivador, y muy pronto me vi circulando por las húmedas y empedradas callejas que tantas veces había visto en las crónicas de Mcananas (de embarrados), típicas del noroeste de España:




Son caminos encajados entre paredes, jalonados por pedruscos y arbolotes. A veces discurrían paralelos a algún arroyo y la cosa se estrechaba, momentos en que las alforjas chocaban contra algún obstáculo y te frenaban casi en seco:




El trayecto por la Vera resultó ser algo laberíntico, con infinidad de cruces, y reconozco que me salté algunos tramos cortos de offroad para aumentar un poco el promedio de velocidad, de lo contrario aquel día no llegaría a Alcántara.

Para conectar la Vera con la ciudad de Plasencia me tracé una ruta que ascendía por asfalto por el puerto del Piornal, algo pesada, pero con algunos rincones interesantes:




Esta era una constante en la zona: en cualquier curva te topabas con un torrente, un puentecito, un prado, todo muy arcádico. Por contra, el descenso del Piornal, trazado por mí, transcurría entre bosques de árboles de hoja caduca, todo muy desolado y de color pardo:



Aquí al menos ya noté que avanzaba "algo". Posteriormente mucha carretera hasta Plasencia y después de Plasencia también. El enlace previsto pasaba por la ruta de la PLata, que inicialmente tenía este aburrido aspecto:




que luego se transformó en esto:




Por pistas muy rectas fui haciendo kilómetros, hasta encontrarme con una sólida puerta a la entrada de una finca que me obligó a improvisar un rodeo considerable a la altura de Ríolobos, otro buen ejemplo de la tónica de días posteriores: fincas cerradas y búsqueda de alternativas, un rollo. Justo después de Riolobos la ruta de la Plata se animaba: llegó el primer vadeo serio, donde tuve que ponerme en remojo sí o sí, ya que no había alternativa posible.


 A partir de aquí entré en una zona interminable de dehesas donde pastaba el ganado, limitadas por una infinidad de vallas y puertas, las cuales había que ir abriendo y cerrando. El terreno, siempre verde y húmedo:




El avance era constante, pero las puertas, los extravíos y el constante zigzag para evitar empantanarme en los charcos, impedía que la media de velocidad subiera mucho:




A menudo el camino no se veía, era como mucho una vereda desdibujada sobre la hierba y el fango, pero como las alambradas a ambos lados no permitían otra trayectoria, seguías adelante sin pensarlo mucho.




Y así, durante muchos kilómetros, donde tuve tiempo de perderme varias veces, chapoteando entre los prados aquellos, temeroso de toparme con algún astado o algún propietario malhumorado.




Iba anocheciendo, y yo avanzaba poco a poco, cerrando puertas, una tras otra, menudo suplicio. La ruta atravesaba, anecdóticamente, el aparcamiento de un alegre local:




Con el crepúsculo encima mío y cerca de 80 kilómetros por delante hasta Alcántara, busqué una gasolinera para repostar y afronté por asfalto la última sección del día. Ríos y pantanos jalonaban el camino, y calculaba cubrir por carretera buena parte del tramo. A la vuelta, el último día, descubrí que podía hacerse casi toda la zona por caminos y senderos, pero aun habiéndolo sabido entonces, no podría haberlo hecho de noche. Me planteé acabr antes de tiempo, y quedarme a dormir en Garrovillas, pero al ser sábado noche, me encontré con que todas las plazas hoteleras estaban ocupadas. Me salí de la ruta prevista y por oscuras carreteras terciarias y con el frío arreciando, acabé en Navas del Madroño, en un cutre hostal.

-¿Hay habitación?
-Seeeh, pero se maveirao el agua caliente.
-(Joder!). Vale, me la quedoooor.


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