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miércoles, 18 de mayo de 2011

TRANSPORTUGAL MARZO 2011. DÍA 2

DÍA 2. NAVAS DEL MADROÑO-CASTELO BRANCO-CASTELO DE VIDE. 24O KMS.
Esta fue la etapa más corta del viaje, y una de las más satisfactorias, para que entendamos que a veces la cantidad no está reñida con la calidad. Tras montar el equipaje en la moto (una rutina bastante engorrosa que debería agilizar) y con las primeras horas de sol, me dirigí por carretera hacia Alcántara. La noche anterior me había desviado del track previsto, así que en cuanto pude intenté recuperar la ruta original, y a la altura de Villa del Rey volví a internarme entre fincas embarradas. Un paisano me orientó entre un laberinto de puertas y caminos,




notables por la abundancia de tramos cenagosos,




donde antes de llegar al agua ya llevabas las ruedas medio palmo enterradas en el barro.

Fue entonces cuando el GPS, como si estuviera en pleno triángulo de las Bermudas, enloqueció. Marcaba lo que le daba la gana. Antes de salir del hostal ya había apreciado que el track de esta segunda jornada aparecía marcado con una línea blanca en vez de la negra habitual, hecho que dificultaba sopremanera su lectura en el display. Justo cuando más lo necesitaba, rodeado de astados y perdido en aquellas fincas clónicas sin apenas referencias, el GPS me traicionó. Tras unos largos minutos durante los cuales intenté varias exploraciones en diferentes sentidos, todas ellas infructuosas, decidí volverme por donde había venido




y, dentro de lo posible, disfrutar del paisaje que me brindaba aquel día soleado.




Ya en Alcántara, crucé el Tajo pasando por encima de un imponente puente romano, de considerable altura en su pilar central,



y poco después, tras cruzar el Erges, me planté en Segura, primera villa portuguesa del viaje. Desde Segura a Zebreira seguí un entretrenido camino, retorcido y salpicado de zonas húmedas,




boscosas,




y empinadas.



Seguimos para Ladoeiro, y aquí ya empalmé con el trazado auténtico de la Trasnportugal, encoméndándome a los designios de personas ajenas. El paisaje no cambió mucho; las típicas dehesas entre suaves colinas, con sus charcos estratégicamente situados.




Algunas pistas amplias permitían avanzar a buena velocidad,




pero enseguida regresaban las humedades. Algunas no planteaban mayores problemas,


pero otras me obligaron a emplearme a fondo, sondeando vados en los que te hundías como si se tratara de arenas movedizas y abriendo camino entre la maleza gracias a mi serrucho de mano:


Aquí hubo suerte y abrí un pasadizo entre arbustos y regatos, menos mal, pensé que tendría que dar marcha atrás.

Bordeando el río Ponsul y circulando entre explotaciones agrarias abandonadas, llegué finalmente a este puente:



En este punto, y merced a mi falta de previsión, tuve que desviarme unos cuantos kilómetros hasta Castelo Branco en busca de combustible. Las primeras gasolineras que encontré estaban cerradas por ser domingo, y no conseguí encontrar una abierta hasta darme unas cuantas vueltas circunvalando la ciudad. De vuelta en el puente sobre el Ponsul, reemprendí la acción fuera de carretera, camino de Lentiscais y Perais, esta vez recorriendo zonas cada vez más montañosas y boscosas:




En la espesura del bosque y subiendo y bajando cerros me encontraba en mi medio natural.



En una aldea paré a aprovisionarme de agua. También me di cuenta mirando el reloj de la iglesia que el horario en el país vecino va una hora retrasado respecto al nuestro, momento que aproveché para sincronizar mi reloj con el de los portugueses.




Justo después de Perais vino la primera serie de cortafuegos que encontré durante esta segunda jornada:




De lejos impresionaban un poco, luego no eran para tanto.



Al cabo de un rato el camino desembocó en Rodao, ciudad industrial y maloliente, de donde marché rapídamente para seguir una pista que bordeaba un pantano donde se embalsa el Tajo a lo largo de varios kilómetros.




La pista era tortuosa, entretenida y con buenas vistas. Un buen tramo este, sin duda.




Pasé por Salavessa,




y tras aprovisionarme otra vez de agua, llegué a una nueva sección de bonitas callejas




y pistas/cortafuegos




aderezadas con sus correspondientes riachuelos y humedales,




los cuales me brindaron nuevos momentos de reflexión:

Posteriormente, más bosques laberínticos



y espesos.



Contento con el trabajo hecho, me concedí un momento de respiro para merendar en un café de Povoa y Meadas, y con el estómago algo más lleno, volví a los caminuchos, las puertas que había que cerrar y abrir una tras otra, los extravíos, los charcos....




...hasta que poco a poco me fui aproximando hacia mi destino, la fortaleza de Castelo de Vide. Ascendí por caminos empedrados mucho más empinados que este,




y casi sin quererlo me vi trepando con la moto por callejuelas adoquinadas ascendiendo sin parar hasta la parte alta de la ciudad, desembocando en la misma puerta del castillo.




Si hago esto mismo en España, me empluman por circular por calles reservadas a los peatones, pero lo cierto es que no vi ninguna señal prohibiendo la circulación, así que continué en moto por la ciudad medieval.




Y, francamente, nada mejor que hacerlo a lomos de una moto, porque las pendientes de este pueblo eran de infarto,






Escarmentado de la experiencia de la jornada anterior, me dispuse a buscar alojamiento antes de que cayese la noche. Una vez alojado y cenado, todavía tuve tiempo de dar un paseo por la antigua ciudad,



y de ahí, al sobre.

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