DÍA 4. FUNDAO-GUARDA. 250 KM
El cuarto día de excursión comenzó con el ritual acostumbrado: los tres cuartos de hora de rigor desayunando y otro rato cargando el equipaje. Aquello fue lo único similar a las tres jornadas precedentes, porque aquel día cambiamos el amarillo de los campos de cereales y los matojos agostados por las verdes y frescas montañas de la serra da Estrela. Seguramente, fue el día más peculiar de todo el viaje. Ciertas señales presagiaban este cambio: la víspera había llovido y el tiempo refrescó, tampoco acabamos el itinerario previsto, y además el cuarto día estrenábamos track, diseñado en buena parte por un servidor. La Transportugal genuina quedaba totalmente de lado y nos metíamos en líos de otro costal.
Desde Fundao hubo que hacer un enlace por asfalto algo aburrido, pero pronto empezamos a ganar altura y a aproximarnos al corazón de la sierra gracias a estas nuevas autopistas rurales de reciente construcción:
Yo no recordaba haber visto nada parecido en el google earth cuando pergeñé la ruta, pero ahí estaba eso, a circular entre molinos.
La cuestión era aproximarnos a Orvalho, el teórico fin de ruta de la etapa precedente, bien a través de los aburridos parques eólicos, bien siguiendo pistas forestales.
Una vez en Orvalho llenamos los tanques (de gasolina) y marchamos rumbo a Ademoço, para lo cual debíamos afrontar un descenso serio por esta rampa:
Una vez supimos que no iba directa al infierno y que teníamos conexión con otro camino, Batelumes se lanzó montaña abajo sin pensárselo dos veces, vaya crack.
Yo me hice los primeros metros con el freno de pie echado.
Siguieron más rampas hacia el río Zezere, donde yo soñaba con encontrar un vado que nos comunicara con la otra orilla, allá lejos.
La búsqueda fue ardua e infructuosa. Cuando nos cansamos de rodar entre la tupida vegetación de ribera
decidimos que era momento de buscar una escapatoria asfáltica y no perder más tiempo. Enlazamos pueblo tras pueblo: Ademoço, Armadouro, Cabril, y otros, hasta culminar en esta inmensa cruz.
Este trecho matutino ya anticipaba las constantes de lo que nos restaba por delante: frío y niebla en las alturas, e incesantes subidas y bajadas por un mar de parques eólicos y cortafuegos.
Algunos caminos estaban marcados como GRs, pero no les vi yo muy atractivos para los andarines,
otros consitutían auténticos laberintos entre molinos de viento.
Por esas lomas nos separamos accidentalmente y anduvimos un tiempo dando tumbos buscando al compañero, subiendo, bajando y rodeando los ventiladores hasta que nos encontramos de nuevo, vaya lío.
Algunas vistas impactaban.
El caso es que nos emborrachamos con tanta pista entre molinos, nos pusimos a improvisar rutas por donde creíamos que podríamos escapar y finalmente llegamos a un callejón sin salida. Hubo que recular y así tomamos doble ración de parque eólico.
Con lo bonito que se intuía el valle allí abajo
y nosotros nos empeñamos en circular por las crestas.
Bueno, de las crestas, cuando fue el momento, bajamos rápidamente.
El descenso inicialmente tenía su miga,
luego se suavizaba.
Desde la otra vertiente pudimos ver por dónde habíamos bajado (es la rampa que desciende desde la esquina superior derecha)
Y en la profundidad del valle, Piodao.
Desde Piodao subimos de manera civilizada al monte Colcurinho; el descenso fue más bien súbito, por el cortafuegos que se ve detrás de Batelumes.
Otra cima venía a continuación
con su correpondiente descenso casi en línea recta.
Parecía que el valle te fuera a engullir.
Más tarde, por asfalto, Batelumes, a quien le gusta el riesgo, desenfundaba la cámara yendo en marcha y hacía algunas instantáneas, menudo sujeto.
En Vide paramos a echar un trago de agua y al poco rato nos vimos otra vez metidos de lleno en la tónica del día, la de subir y bajar incesantemente. La novedad estaba en que lo hicimos por caminos de los de verdad, no por cortafuegos o similares.
Dichas pistas tenían todas una densa alfrombra de hierbas amarillas, que peligrosamente ocultaban las irregularidades del terreno.
Durante un tiempo pudimos olvidarnos de los cortafuegos y los parques eólicos
y volvimos a los caminos auténticos de toda la vida, los de verdad,
con su maleza
sus curvas
y sus piedras.
Para variar, la bajada hacia Unhais da Serra fue a lo largo de un prolongadísimo cortafuegos.
Desde Unhais nos costó un poco enlazar con la parte alta de la sierra, concretamente por culpa de unas extrañas señales de prohibido el paso que cortaban el tránsito durante unos escasos 500 metros (¿?), pero supimos como evitarlas hábilmente.
Desde los 1600 metros de altura que tenía aquel puerto, había que bajar por asfalto hasta el piedemonte.
Algunos letreros como este nos recordaban que la pendiente era seria.
En realidad no llegamos hasta la misma llanura, sino que el track nos hizo adentrarnos por la falda de las últimas montañas de la sierra, y fue entonces cuando las cosas empezaron a tomar un cariz endurero.
El camino desaparecía tragado por la vegetación,
y las bajadas eran cada vez más técnicas.
Absorto en esta jungla, se me pasó por alto que aquel no era el medio habitual de la Adventure precisamente. Cuando vi que las cosas estaban cada vez más feas ya era tarde. Batelumes se iba tomado su tiempo para pasar algunos obstáculos y en un momento dado me pidió que me adelantara para dejarle espacio en la bajada. A causa de la vegetación perdí contacto visual con él, pero sí escuché cómo encendía el motor (po-po-po-po...), rodaba un poco y, de repente, un acelerón inesperado (broooouuuum!). Después, el silencio.
Subí corriendo por la senda a ver si todavía estaba vivo y quería decir unas últimas palabras, y lo que me encontré fue esto:
¡Un miembro de la tribu de los hombres arbusto emergiendo de entre el follaje!
Parece ser que un topetazo con una rama terminó echándole fuera de la senda, pero por fortuna cayó en blando, sobre la vegetación, y pudo amortiguar el golpe que a buen seguro le esperaba. Repuestos del incidente, seguimos cuesta abajo por vericuetos parecidos, hasta Vila do Carvalho, donde Batelumes enderezó la maltrecha palanca de cambios de su montura. Caían ya las primeras sombras del atardecer y comprendimos que difícilmente podríamos completar el track planeado. No hubo más remedio que neutralizar el 10% final y dirigirnos por asfalto hasta Guarda. Si madrugábamos, tal vez al día siguiente podríamos recuperar parte de los kilómetros perdidos.
Aquella fue "la caída" y también "la etapa". Las dos jornadas que quedaban por delante ya no nos devolverían ni por asomo las emociones vividas aquel día.
El cuarto día de excursión comenzó con el ritual acostumbrado: los tres cuartos de hora de rigor desayunando y otro rato cargando el equipaje. Aquello fue lo único similar a las tres jornadas precedentes, porque aquel día cambiamos el amarillo de los campos de cereales y los matojos agostados por las verdes y frescas montañas de la serra da Estrela. Seguramente, fue el día más peculiar de todo el viaje. Ciertas señales presagiaban este cambio: la víspera había llovido y el tiempo refrescó, tampoco acabamos el itinerario previsto, y además el cuarto día estrenábamos track, diseñado en buena parte por un servidor. La Transportugal genuina quedaba totalmente de lado y nos metíamos en líos de otro costal.
Desde Fundao hubo que hacer un enlace por asfalto algo aburrido, pero pronto empezamos a ganar altura y a aproximarnos al corazón de la sierra gracias a estas nuevas autopistas rurales de reciente construcción:
Yo no recordaba haber visto nada parecido en el google earth cuando pergeñé la ruta, pero ahí estaba eso, a circular entre molinos.
La cuestión era aproximarnos a Orvalho, el teórico fin de ruta de la etapa precedente, bien a través de los aburridos parques eólicos, bien siguiendo pistas forestales.
Una vez en Orvalho llenamos los tanques (de gasolina) y marchamos rumbo a Ademoço, para lo cual debíamos afrontar un descenso serio por esta rampa:
Una vez supimos que no iba directa al infierno y que teníamos conexión con otro camino, Batelumes se lanzó montaña abajo sin pensárselo dos veces, vaya crack.
Yo me hice los primeros metros con el freno de pie echado.
Siguieron más rampas hacia el río Zezere, donde yo soñaba con encontrar un vado que nos comunicara con la otra orilla, allá lejos.
La búsqueda fue ardua e infructuosa. Cuando nos cansamos de rodar entre la tupida vegetación de ribera
decidimos que era momento de buscar una escapatoria asfáltica y no perder más tiempo. Enlazamos pueblo tras pueblo: Ademoço, Armadouro, Cabril, y otros, hasta culminar en esta inmensa cruz.
Este trecho matutino ya anticipaba las constantes de lo que nos restaba por delante: frío y niebla en las alturas, e incesantes subidas y bajadas por un mar de parques eólicos y cortafuegos.
Algunos caminos estaban marcados como GRs, pero no les vi yo muy atractivos para los andarines,
otros consitutían auténticos laberintos entre molinos de viento.
Por esas lomas nos separamos accidentalmente y anduvimos un tiempo dando tumbos buscando al compañero, subiendo, bajando y rodeando los ventiladores hasta que nos encontramos de nuevo, vaya lío.
Algunas vistas impactaban.
El caso es que nos emborrachamos con tanta pista entre molinos, nos pusimos a improvisar rutas por donde creíamos que podríamos escapar y finalmente llegamos a un callejón sin salida. Hubo que recular y así tomamos doble ración de parque eólico.
Con lo bonito que se intuía el valle allí abajo
y nosotros nos empeñamos en circular por las crestas.
Bueno, de las crestas, cuando fue el momento, bajamos rápidamente.
El descenso inicialmente tenía su miga,
luego se suavizaba.
Desde la otra vertiente pudimos ver por dónde habíamos bajado (es la rampa que desciende desde la esquina superior derecha)
Y en la profundidad del valle, Piodao.
Desde Piodao subimos de manera civilizada al monte Colcurinho; el descenso fue más bien súbito, por el cortafuegos que se ve detrás de Batelumes.
Otra cima venía a continuación
con su correpondiente descenso casi en línea recta.
Parecía que el valle te fuera a engullir.
Más tarde, por asfalto, Batelumes, a quien le gusta el riesgo, desenfundaba la cámara yendo en marcha y hacía algunas instantáneas, menudo sujeto.
En Vide paramos a echar un trago de agua y al poco rato nos vimos otra vez metidos de lleno en la tónica del día, la de subir y bajar incesantemente. La novedad estaba en que lo hicimos por caminos de los de verdad, no por cortafuegos o similares.
Dichas pistas tenían todas una densa alfrombra de hierbas amarillas, que peligrosamente ocultaban las irregularidades del terreno.
Durante un tiempo pudimos olvidarnos de los cortafuegos y los parques eólicos
y volvimos a los caminos auténticos de toda la vida, los de verdad,
con su maleza
sus curvas
y sus piedras.
Para variar, la bajada hacia Unhais da Serra fue a lo largo de un prolongadísimo cortafuegos.
Desde Unhais nos costó un poco enlazar con la parte alta de la sierra, concretamente por culpa de unas extrañas señales de prohibido el paso que cortaban el tránsito durante unos escasos 500 metros (¿?), pero supimos como evitarlas hábilmente.
Desde los 1600 metros de altura que tenía aquel puerto, había que bajar por asfalto hasta el piedemonte.
Algunos letreros como este nos recordaban que la pendiente era seria.
En realidad no llegamos hasta la misma llanura, sino que el track nos hizo adentrarnos por la falda de las últimas montañas de la sierra, y fue entonces cuando las cosas empezaron a tomar un cariz endurero.
El camino desaparecía tragado por la vegetación,
y las bajadas eran cada vez más técnicas.
Absorto en esta jungla, se me pasó por alto que aquel no era el medio habitual de la Adventure precisamente. Cuando vi que las cosas estaban cada vez más feas ya era tarde. Batelumes se iba tomado su tiempo para pasar algunos obstáculos y en un momento dado me pidió que me adelantara para dejarle espacio en la bajada. A causa de la vegetación perdí contacto visual con él, pero sí escuché cómo encendía el motor (po-po-po-po...), rodaba un poco y, de repente, un acelerón inesperado (broooouuuum!). Después, el silencio.
Subí corriendo por la senda a ver si todavía estaba vivo y quería decir unas últimas palabras, y lo que me encontré fue esto:
¡Un miembro de la tribu de los hombres arbusto emergiendo de entre el follaje!
Parece ser que un topetazo con una rama terminó echándole fuera de la senda, pero por fortuna cayó en blando, sobre la vegetación, y pudo amortiguar el golpe que a buen seguro le esperaba. Repuestos del incidente, seguimos cuesta abajo por vericuetos parecidos, hasta Vila do Carvalho, donde Batelumes enderezó la maltrecha palanca de cambios de su montura. Caían ya las primeras sombras del atardecer y comprendimos que difícilmente podríamos completar el track planeado. No hubo más remedio que neutralizar el 10% final y dirigirnos por asfalto hasta Guarda. Si madrugábamos, tal vez al día siguiente podríamos recuperar parte de los kilómetros perdidos.
Aquella fue "la caída" y también "la etapa". Las dos jornadas que quedaban por delante ya no nos devolverían ni por asomo las emociones vividas aquel día.
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